Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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En francés en el original. Conversación privada.
Capítulo XXXIII
En sus paseos por la alameda dentro de la finca más de una vez se había encontrado Elizabeth sin proponérselo con Darcy. La primera vez no le hizo ninguna gracia que la mala fortuna fuese a traerlo precisamente a él a un sitio donde nadie más solía ir, y para que no volviese a repetirse se cuidó mucho de indicarle que aquel era su lugar favorito. Así pues, sería raro que el encuentro volviese a producirse, y, sin embargo, se produjo incluso una tercera vez. Parecía que lo hacía con una intención perversa o por penitencia, porque la cosa no se reducía a las preguntas de rigor o a una simple y molesta detención; Darcy volvía atrás y paseaba con ella. Nunca hablaba demasiado ni la importunaba haciéndole hablar o escuchar mucho. Pero al tercer encuentro Elizabeth se quedó pasmada ante la rareza de las preguntas que le hizo: si le gustaba estar en Hunsford, si le agradaban los paseos solitarios y cuál era su opinión sobre la felicidad del matrimonio Collins; pero lo más extraño fue que al hablar de Rosings y del escaso conocimiento que tenía ella de la casa, pareció que él suponía que, al volver a Kent, Elizabeth residiría también allí. ¿Estaría pensando en el coronel Fitzwilliam? La joven pensó que si algo quería decir había de ser forzosamente una alusión por ese lado. Esto la desazonó algo y respiró al encontrarse en la puerta de la empalizada que estaba exactamente enfrente de la casa de los Collins.
Releía un día, mientras paseaba, la última carta de Jane y se fijaba en un pasaje que denotaba la melancolía con que había sido redactada, cuando, en vez de toparse de nuevo con Darcy, al levantar la vista se encontró con el coronel Fitzwilliam. Escondió rápidamente la carta y simulando una sonrisa, dijo:
—Nunca supe hasta ahora que paseaba usted por aquí.
—He estado rodeando por completo la finca —contestó el coronel—, cosa que me gusta hacer todos los años. Y pensaba rematarla con una visita a la casa del párroco. ¿Va a seguir paseando?
—No; estaba de vuelta.
Así fue, desandando sus pasos y juntos se encaminaron hacia la casa parroquial.
—¿Se van de Kent el sábado, seguro? —preguntó Elizabeth.
—Sí, si Darcy no vuelve a postergar el viaje. Estoy a sus órdenes; él dispone las cosas como desea.
—Y si no es así por lo menos le da un gran placer el poder disponerlas a su antojo. No conozco a nadie que parezca gozar más con el poder de hacer lo que le venga en gana que el señor Darcy.
—Le gusta hacer su santa voluntad —respondió el coronel Fitzwilliam—. Pero a todos nos gusta. Solo que él posee más medios para poderlo realizar que otros muchos, porque es rico y otros no. Digo lo que siento. Usted sabe que los hijos menores tienen que acostumbrarse a la sumisión y renunciar a muchas cosas.
—Yo creo que el hijo menor de un conde no lo pasa tan angustiosamente como usted dice. Vamos a ver, con sinceridad, ¿qué sabe usted de renunciamientos y de dependencias? ¿Cuándo se ha visto privado, por falta de dinero, de ir a donde le gustara o de conseguir algo que deseara?
—Esas son cosas banales, y quizá pueda reconocer que no he sufrido muchas privaciones de esa naturaleza. Pero en cuestiones de mayor importancia, estoy sujeto a la falta de dinero. Los hijos menores no pueden casarse cuando les place.
—A menos que les gusten las mujeres ricas, cosa que creo que ocurre con frecuencia.
—Nuestra costumbre de gastar nos hace demasiado esclavos, y no hay muchos de mi posición que se casen sin prestar un poco de atención al dinero.
“¿Se referirá esto a mí?”, pensó Elizabeth subiéndose los colores. Pero reponiéndose contestó en tono alegre:
—Y dígame, ¿cuál es el precio normal del hijo menor de un conde? A no ser que el hermano mayor esté muy delicado, no pedirán ustedes más de cincuenta mil libras...
Él respondió en idéntico tono y el tema se agotó. Para impedir un silencio que podría hacer suponer al coronel que lo dicho le había molestado, Elizabeth dijo poco después:
—Me imagino que su primo le trajo con él, sobre todo para tener alguien a su disposición. Me extraña que no se case, pues así tendría a una persona siempre sujeta. Aunque puede que su hermana sea suficiente para eso, de momento, pues como está a su exclusiva custodia debe de poder mandarla como le plazca.
—No —dijo el coronel Fitzwilliam—, esa ventaja la tiene que compartir conmigo. Estoy encargado, junto con él, de la tutela de su hermana.
—¿Es cierto? Y dígame, ¿qué tipo de tutoría es la que realizan? ¿Les da mucho que hacer? Las chicas de su edad son a veces un poco difíciles de gobernar, y si tiene el mismo carácter que el señor Darcy, le debe de gustar también hacer lo que le venga en gana.
Mientras hablaba, Elizabeth observó que el coronel la miraba muy serio, y la forma en que le preguntó enseguida que cómo suponía que la señorita Darcy pudiera darles algún quebradero de cabeza, convenció a Elizabeth de que, poco o mucho, se había acercado a la verdad. La joven contestó a su pregunta directamente:
—No se azore. Jamás he oído decir de ella nada malo y casi aseguraría que es una de las mejores criaturas del mundo. Es el ojo derecho de ciertas señoras que conozco: la señora Hurst y la señorita Bingley. Me parece que me dijo usted que también las conocía.
—Algo, sí. Su hermano es un caballero muy simpático, íntimo amigo de Darcy.
—¡Oh, sí! —dijo Elizabeth mohína—. El señor Darcy es increíblemente amable con el señor Bingley y lo cuida de un modo magnífico.
—¿Lo cuida? Sí, realmente, creo que lo cuida precisamente en lo que mayores cuidados requiere. Por algo que me contó cuando veníamos hacia aquí, creo que Bingley le debe mucho. Pero debo pedirle que me perdone, porque no tengo derecho a suponer que Bingley fuese la persona a quien Darcy se refería. Son solo elucubraciones.
—¿Qué quiere decir?
—Es una cosa que Darcy no quisiera que propagase, pues si llegase a oídos de la familia de la dama, resultaría muy ingrato.
—No se preocupe, no lo difundiré.
—Tenga usted en cuenta que carezco de pruebas para suponer que se trata de Bingley. Lo que Darcy me dijo es que se alegraba de haber librado hace poco a un amigo de cierto casamiento muy precipitado; pero no citó nombres ni detalles, y yo deduje que el amigo era Bingley solo porque me parece un joven muy a propósito para semejante circunstancia, y porque sé que estuvieron juntos todo el verano.
—¿Le dijo a usted el señor Darcy las razones que tuvo para entrometerse en el asunto?
—Yo entendí que había algunos reparos de importancia en contra de la señorita.
—¿Y qué artes usó para separarles?
—No habló de sus tretas —dijo Fitzwilliam sonriendo—. Solo me contó lo que acabo de referirle.
Elizabeth no realizó ningún comentario y siguió caminando con el corazón lleno de rabia. Después de observarla СКАЧАТЬ