Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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Se sentaron los dos y, después de las preguntas normales sobre Rosings, pareció que se iban a quedar en silencio. Por lo tanto, era absolutamente necesario pensar en algo, y Elizabeth, ante esta necesidad, recordó la última vez que se habían visto en Hertfordshire y sintió curiosidad por ver lo que diría de su súbita marcha.
—¡Qué precipitadamente se marcharon ustedes de Netherfield el pasado noviembre, señor Darcy! —le dijo—. Debió de ser una sorpresa muy grata para el señor Bingley verles a ustedes tan pronto a su lado, porque, si mal no recuerdo, él se había ido un día antes. Supongo que tanto él como sus hermanas se encontraban bien cuando salió usted de Londres.
—Perfectamente. Gracias.
Elizabeth se dio cuenta que no deseaba contestarle nada más y, tras un breve silencio, añadió:
—Creo que el señor Bingley no piensa regresar a Netherfield.
—Jamás le he oído mencionar tal cosa; pero es probable que no pase mucho tiempo allí en el futuro. Tiene muchos amigos y está en una época de la vida en que los amigos y los compromisos se acrecientan.
—Si tiene la intención de estar poco tiempo en Netherfield, sería mejor para todos que lo dejase del todo, y así quizá podría instalarse otra familia allí. Pero a lo mejor el señor Bingley no haya tomado la casa tanto por la conveniencia de la vecindad como por la suya propia, y es de esperar que la conserve o la deje como consecuencia de ese mismo deseo.
—No me sorprendería —añadió Darcy— que se desprendiese de ella en cuanto se le ofreciera una buena compra.
Elizabeth no respondió. Temía hablar demasiado de su amigo, y como no tenía nada más que objetar, resolvió dejar a Darcy que buscase otro tema de conversación.
Él lo comprendió y acto seguido manifestó:
—Esta casa parece muy confortable. Creo que lady Catherine la puso en muy buenas condiciones cuando el señor Collins llegó a Hunsford por primera vez.
—Así parece, y estoy segura de que no podía haber dado una prueba mejor de su generosidad.
—El señor Collins parece haber tenido mucha suerte con la elección de su esposa.
—Así es. Sus amigos pueden estar contentos de que se haya encontrado con una de las pocas mujeres inteligentes que le habrían aceptado o que le habrían hecho feliz después de aceptarle. Mi amiga es muy juiciosa, aunque su casamiento con Collins me parezca a mí el menos atinado de sus actos. Sin embargo, parece totalmente feliz: desde un punto de vista sensato, este era un buen partido para ella.
—Tiene que ser muy placentero para la señora Collins vivir tan cerca de su familia y amigos.
—¿Cerca le llama usted? Hay unas cincuenta millas.
—¿Y qué son cincuenta millas de buen camino? Poco más de media jornada de viaje. Sí, yo a eso lo llamo una distancia corta.
—Jamás habría pensado que la distancia fuese una de las ventajas del partido —exclamó Elizabeth—, y nunca se me habría pasado por la cabeza que la señora Collins viviese cerca de su familia.
—Eso demuestra el cariño que siente usted por Hertfordshire. Todo lo que esté más allá de Longbourn debe parecerle ya lejos.
Mientras hablaba se sonreía de una manera que Elizabeth creía interpretar: Darcy debía suponer que estaba pensando en Jane y en Netherfield; y contestó algo acalorada:
—No quiero decir que una mujer no pueda vivir lejos de su familia. Lejos y cerca son cosas relativas y dependen de muy distintas circunstancias. Si se tiene fortuna para no dar importancia a los gastos de los viajes, la distancia no cuenta. Pero este no es el caso. Los señores Collins no viven con angustias, pero no son tan ricos como para permitirse viajar mucho; estoy segura de que mi amiga no diría que vive cerca de su familia más que si estuviera a la mitad de esta distancia.
Darcy aproximó su asiento un poco más al de Elizabeth, y dijo:
—No tiene usted obligación de mostrarse tan apegada a su residencia. No siempre va a estar en Longbourn. Elizabeth pareció quedarse perpleja, y el caballero pensó que debía cambiar de conversación. Volvió a colocar su silla donde estaba, tomó un diario de la mesa y mirándolo por encima, preguntó con indiferencia:
—¿Le gusta a usted Kent?
A esto continuó un breve diálogo sobre el tema de la campiña, preciso y sosegado por ambas partes, que pronto finalizó, pues entraron Charlotte y su hermana de vuelta de su paseo. El tête–à–tête21 las dejó perplejas. Darcy les explicó la equivocación que había ocasionado su visita a la casa; permaneció sentado unos minutos más, sin hablar mucho con nadie, y después se marchó.
—¿Qué significa esto? —preguntó Charlotte en cuanto se marchó—. Querida Elizabeth, debe de estar enamorado de ti, pues si no, nunca habría venido a vernos con esta franqueza.
Pero cuando Elizabeth contó lo callado que había estado, no pareció muy probable, a pesar de los buenos deseos de Charlotte; y después de varias hipótesis se limitaron a elucubrar que su visita había obedecido a la dificultad de encontrar algo que hacer, cosa muy lógica en aquella época del año. Todos los deportes al aire libre se habían terminado. En casa de lady Catherine había libros y una mesa de billar, pero a los caballeros no les gustaba estar siempre metidos en casa, y sea por lo cerca que estaba la residencia de los Collins, sea por lo agradable del paseo, o sea por la gente que vivía allí, los dos primos sentían la tentación de visitarles todos los días. Se presentaban en distintas horas de la mañana, unas veces separados y otras veces juntos, y algunas acompañados de su tía. Estaba claro que el coronel Fitzwilliam venía porque se encontraba a gusto con ellos, cosa que, contribuía, a hacerle todavía más agradable. El placer que le causaba a Elizabeth su compañía y la clara admiración de Fitzwilliam por ella, le hacían acordarse de su primer favorito George Wickham. Comparándolos, Elizabeth encontraba que los modales del coronel eran menos atractivos y dulces que los de Wickham, pero Fitzwilliam le parecía un hombre más formado.
Pero comprender por qué Darcy venía con tanta frecuencia a la casa, ya era más extraordinario. No debía ser por buscar compañía, pues se estaba sentado diez minutos sin decir palabra, y cuando hablaba más bien parecía que lo hacía por cortesía que por gusto, como si más que un gusto fuese aquello un sacrificio. Pocas veces estaba realmente animado. La señora Collins no sabía qué pensar de él. Como el coronel Fitzwilliam se reía a veces de aquella necedad de Darcy, Charlotte entendía que este no debía ser siempre así, cosa que su mínimo conocimiento del carácter del caballero no le habría permitido adivinar; y como deseaba creer que aquel cambio era obra del amor y el objeto de aquel amor era Elizabeth, se empeñó en descubrirlo. Cuando estaban en Rosings y siempre que Darcy venía a su casa, Charlotte le observaba con detenimiento, pero no sacaba nada en claro. Verdad es que miraba mucho a su amiga, pero la expresión de tales miradas no era clara. Se trataba de un modo de mirar fijo y profundo, pero Charlotte dudaba a veces de que fuese entusiasta, y en ocasiones parecía en realidad que estaba distraído.
Dos o tres veces le dijo a Elizabeth que quizás estaba enamorado de ella, pero Elizabeth se echaba a reír, y la señora Collins creyó más prudente no insistir en ello para evitar el peligro de engendrar esperanzas imposibles, pues no dudaba que toda la manía que Elizabeth le tenía a Darcy se esfumaría con la creencia de que él la quería.
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