El odio que das. Angie Thomas
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El odio que das - Angie Thomas страница 3

Название: El odio que das

Автор: Angie Thomas

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Novela juvenil

isbn: 9788412177947

isbn:

СКАЧАТЬ y yo tenía lo que su abuela llamaba un agujerito. Pero juro que no había nada pervertido en todo ello.

      Me abraza, y aún huele a jabón y talco para bebé.

      —¿Qué pasa contigo, niña? No te he visto desde hace años —se separa de mí—. No te mensajeas con nadie, nada de nada. ¿Dónde te has metido?

      —He estado ocupada con la escuela y el equipo de baloncesto —le respondo—. Pero siempre voy a trabajar a la tienda. Tú eres el que ya no ve a nadie.

      Desaparecen sus hoyuelos. Se limpia la nariz como lo hace siempre antes de mentir.

      —También he estado ocupado.

      Obviamente. Los Jordan nuevos, la reluciente camiseta blanca y los diamantes en las orejas. Cuando creces en Garden Heights, sabes lo que significa en realidad estar ocupado.

      Mierda. Quisiera que él no estuviera ocupado con eso. No sé si quiero llorar o abofetearlo.

      Pero por la manera en que Khalil me mira con esos ojos color avellana, se me hace difícil estar enfadada. Siento que tengo diez años otra vez, y que estoy en el sótano de la iglesia Christ Temple, experimentando mi primer beso con él en el campamento de estudios bíblicos. De repente recuerdo que llevo puesta una sudadera, que estoy hecha un desastre… y que en realidad ya tengo novio. Quizá no esté respondiendo las llamadas o mensajes de Chris en este momento, pero de todas formas es mío y quiero que siga siendo así.

      —¿Cómo está tu abuela? —pregunto—. ¿Y Cameron?

      —Están bien. Pero mi abuela está enferma —Khalil le da un sorbo a su bebida—. Los doctores dicen que tiene cáncer, o algo así.

      —Joder, K. Lo siento.

      —Le están dando quimio. Pero lo único que le preocupa es lo de la peluca —suelta una risa débil que no enseña sus hoyuelos—. Se pondrá bien.

      Es una plegaria, más que una profecía.

      —¿Tu madre te está ayudando con Cameron?

      —Esta Starr, siempre buscando lo mejor de la gente. Ya sabes que ella no ayuda en nada.

      —Eh, sólo lo preguntaba. Vino a la tienda el otro día. Tiene mejor aspecto.

      —Por ahora —dice Khalil—. Dice que está intentando dejar las drogas, pero es lo de siempre. Las deja unas semanas, luego decide que quiere un chute más, y empieza otra vez. Pero como ya te he dicho, estoy bien, Cameron está bien, mi abuela está bien —se encoge de hombros—. Es lo único que importa.

      —Sí —le respondo, pero recuerdo las noches que pasé con Khalil en su cobertizo, a la espera de que su madre llegara a casa. Le guste o no, ella también le importa.

      La música cambia y se escucha rapear a Drake desde los altavoces. Muevo la cabeza siguiendo el ritmo y coreo en voz baja. Todos los que están en la pista de baile gritan la parte en la que dice empezamos desde abajo, ahora estamos aquí. Hay días en los que en Garden Heights estamos bien abajo, pero aun así compartimos el sentimiento de que, mierda, podría ser peor.

      Khalil me está mirando. Una sonrisa intenta formarse en sus labios, pero sacude la cabeza.

      —No puedo creer que todavía te encante ese llorón de mierda de Drake.

      Me le quedo mirando con la boca abierta.

      —¡Deja en paz a mi marido!

      —Al cursi de tu marido. Nena, lo eres todo para mí, todo lo que siempre quise —canta Khalil con voz quejumbrosa. Lo empujo con el hombro y ríe, mientras su bebida se derrama—. ¡Tú sabes que suena así!

      Le muestro el dedo corazón. Frunce los labios y emite el sonido de un beso. Tantos meses separados, y en unos segundos volvemos a ser los de siempre.

      Khalil coge una servilleta de la mesa y limpia las manchas de la bebida en sus Jordan, modelo 3 Retro. Salieron hace unos años, pero juro que todavía son lo máximo. Cuestan alrededor de trescientos dólares, y eso si encuentras a alguien en eBay que necesite dinero desesperadamente. Chris lo logró. Las mías fueron una ganga que conseguí por ciento cincuenta, pero eso es porque uso talla infantil. Gracias a mis piececitos, Chris y yo podemos escoger calzado idéntico. Sí, somos ese tipo de pareja. Mierda. Pero nos llevamos bien. Si puede dejar de hacer estupideces, estaremos superbién.

      —Me gustan tus Jordan —le digo a Khalil.

      —Gracias —limpia los zapatos con la servilleta y me horrorizo. Con cada frotación, las zapatillas gritan para que les ayude. No miento: cada vez que alguien limpia mal unas Jordan, muere un gatito.

      —Khalil —le digo, a un segundo de arrebatarle esa servilleta—. O la limpias suavemente de un lado a otro, o le das palmaditas. No restriegues la servilleta. En serio.

      Me mira con una sonrisita burlona.

      —Vale, doña Jordan —y, gracias a Jesús Negro, empieza a limpiarlos con palmaditas—. Ya que los he ensuciado por tu culpa, debería obligarte a limpiarlos.

      —Te costará sesenta dólares.

      —¿Sesenta? —grita, y se endereza.

      —Mierda, sí. Y serían ochenta si tuvieran suelas transparentes —es una mierda limpiar las suelas transparentes—. Los kits de limpieza no son baratos. Además, es obvio que estás ganando buena pasta si puedes comprarte estas zapatillas.

      Khalil sorbe su bebida como si yo no hubiera dicho nada y murmura:

      —Joder, está fuerte esta mierda —y pone el vaso en la mesa—. Eh, dile a tu padre que necesito ir a saludarlo pronto. Está pasando algo que tengo que contarle.

      —¿Qué clase de algo?

      —Cosas de adultos.

      —Claro, porque tú eres muy adulto.

      —Cinco meses, dos semanas y tres días mayor que tú —me guiña el ojo—. No se me olvida.

      Estalla un bullicio en medio de la pista. Las voces discuten más fuerte que la música. Los insultos vuelan a diestra y siniestra.

      ¿Lo primero que pienso? Que Kenya acechó a Denasia como prometió. Pero las voces son más graves que las suyas.

      ¡Pum! Suena un disparo. Me agacho.

      ¡Pum! Un segundo disparo. La multitud se dirige en estampida a la puerta, lo que ocasiona más insultos y peleas, ya que es imposible que todos salgan a la vez.

      Khalil coge mi mano.

      —Vamos.

      Hay demasiada gente y demasiado pelo afro como para localizar a Kenya.

      —Pero Kenya…

      —Olvídala, ¡vamos!

      Me arrastra entre la multitud, apartando a la gente de nuestro camino y pisoteando zapatos. Con eso ya podríamos СКАЧАТЬ