El odio que das. Angie Thomas
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Название: El odio que das

Автор: Angie Thomas

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Novela juvenil

isbn: 9788412177947

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СКАЧАТЬ la oferta de patearle el trasero —me grita.

      —¡Bye, Hailey!

      Me alejo caminando, frotándome los brazos. La primavera parece haber tenido una crisis de identidad y siento frío. A unos cuantos pasos, Seven tiene la mano apoyada sobre su coche mientras habla con su novia, Layla. Él y su maldito Mustang. Lo toca más que a Layla. A ella obviamente no le importa. Juega con una rasta que a él le cae junto al rostro y que no se ha recogido a propósito en la coleta. Algo digno de levantar la mirada al cielo. Algunas chicas hacen demasiado. ¿No puede jugar con los rizos de su propia cabeza?

      En serio, no tengo problemas con Layla. Es una friki como Seven, lo suficientemente inteligente como para ir a Harvard aunque irá a Howard, y tan dulce. Es una de las cuatro chicas negras de la clase de último curso, y si Seven sólo quiere salir con chicas negras, ha escogido a una estupenda.

      Me acerco a ellos y digo:

       —Ejem, ejem.

      Seven no le quita los ojos de encima a Layla.

      —Ve a firmar para que dejen salir a Sekani.

      —No puedo —le miento—. Mamá no me ha puesto en la lista.

      —Sí que lo ha hecho. Ve.

      Me cruzo de brazos.

      —No pienso caminar al otro lado del campus para ir por él y luego regresar. Podemos pasar por él cuando vayamos de camino.

      Me mira de reojo, pero estoy demasiado cansada para todo esto y hace frío. Seven besa a Layla y da la vuelta al coche hasta llegar a la puerta del conductor.

      —Como si fuera una caminata larga —masculla él.

      —Como si no pudiéramos pasar por él a la salida —digo, y me meto en el coche.

      Enciende el coche. Desde el altavoz del iPod de Seven suena esa bonita remezcla que Chris hizo de Kanye y de mi otro futuro marido, J. Cole. Maniobra entre el tráfico del aparcamiento para llegar a la escuela de Sekani. Seven firma para sacarlo de sus clases extracurriculares, y nos vamos.

      —Tengo hambre —gimotea Sekani antes de que hayan pasado siquiera cinco minutos desde que salimos del aparcamiento.

      —¿No te han dado nada de comer en la escuela? —pregunta Seven.

      —¿Y? Todavía tengo hambre.

      —Pedazo de glotón —dice Seven, y Sekani patea el respaldo de su asiento. Seven ríe—. ¡Está bien, está bien! Mamá me pidió que llevara algo de comida a la clínica de todos modos. Te compraré algo también —mira a Sekani por el espejo retrovisor—. ¿Te parece bien…?

      Seven se paraliza. Apaga la música de Chris y baja la velocidad.

      —¿Por qué has apagado la música? —pregunta Sekani.

      —Silencio —sisea Seven.

      Nos detenemos en el semáforo rojo. Una patrulla de Riverton Hills se sitúa junto a nosotros.

      Seven se endereza y mira directamente hacia el frente, casi sin parpadear y aferrado al volante. Sus ojos se mueven un poco, como si quisiera mirar al coche de la policía. Traga saliva con fuerza.

      —Vamos, luz —reza—. Vamos.

      Me quedo mirando al frente y rezo también para que cambie la luz.

      Finalmente se pone verde y Seven deja que la patrulla salga primero. No relaja los hombros hasta que salimos a la autopista. Yo tampoco.

      Nos detenemos en ese restaurante chino que le encanta a mamá y vamos por comida para todos. Ella quiere que yo coma antes de hablar con los detectives. En Garden Heights, los chicos juegan en las calles. Sekani aprieta su rostro contra mi ventana y los mira. Él no juega con ellos. La última vez que jugó con chicos del barrio lo llamaron niño blanco, porque estudia en Williamson.

      Jesús Negro nos saluda desde un mural al lado de la clínica. Tiene rastas como las de Seven. Sus brazos se extienden a lo ancho de la pared, y detrás de él hay nubes de algodón. Las grandes letras que se ciernen sobre él nos recuerdan que Jesús te ama.

      Seven pasa junto a Jesús Negro y entra al aparcamiento que hay detrás de la clínica. Teclea un código para abrir la reja y aparca junto al Camry de mamá. Yo llevo la bandeja de bebidas, Seven la comida y Sekani nada, porque él nunca lleva nada.

      Aprieto el timbre para entrar por la puerta trasera y saludo a la cámara. La puerta se abre hacia un pasillo de olor aséptico con paredes de color blanco brillante y suelos de azulejo blanco que reflejan nuestras siluetas. El pasillo conduce a la sala de espera. Unas cuantas personas ven las noticias en la vieja televisión que está colgada del techo o leen las mismas revistas que han estado ahí desde que yo era pequeña. Cuando un hombre desgreñado comprueba que traemos comida, se endereza y olfatea como si fuera para él.

      —¿Qué es lo que lleváis ahí? —pregunta la señorita Felicia desde la recepción, estirándose para mirar.

      Mamá viene del otro pasillo con su bata de enfermera de color amarillo, siguiendo a un niño con los ojos llenos de lágrimas y a su madre. El niño lame una piruleta, el premio por haber sobrevivido a una inyección.

      —Ahí están mis nenes —dice mamá cuando nos ve—. Y también mi comida. Venid. Vamos atrás.

      —¡Guardadme un poco! —nos grita Felicia. Mamá le dice que guarde silencio.

      Ponemos la comida en la mesa del área de descanso. Mamá va por platos de papel y utensilios de plástico que guarda en el armario para días como éste. Damos las gracias y atacamos.

      Mamá se sienta en la barra y come.

      —¡Hum! Esto me sienta de maravilla. Gracias, Seven, mi niño. Sólo había comido una bolsa de Cheetos hoy.

      —¿No habías almorzado? —pregunta Sekani con la boca llena de arroz frito.

      Mamá lo señala con el tenedor.

      —¿Qué te he dicho sobre hablar con la boca llena? Para que lo sepas, no había comido. Tuve una reunión durante mi descanso para el almuerzo. Ahora, contadme vosotros. ¿Cómo fue la escuela?

      Sekani siempre es el que más tarda porque describe cada detalle. Seven dice que su día fue bien. Yo soy igual de breve con mi Estuvo bien.

      Mamá sorbe su bebida.

      —¿Pasó algo?

      Me puse como loca cuando me tocó mi novio, pero aparte de eso, No, nada.

      La señorita Felicia se acerca a la puerta.

      —Lisa, siento molestarte, pero tenemos un problema en la entrada.

      —Es mi descanso, Felicia.

      —¿Crees que no lo sé? Pero está preguntando por ti. Se trata de Brenda.

      La madre de Khalil.

      Mamá СКАЧАТЬ