Un mundo sin depresión. Alfonso Basco
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Название: Un mundo sin depresión

Автор: Alfonso Basco

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия: Crecimiento personal

isbn: 9788417566852

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СКАЧАТЬ se desmoronaba a mi alrededor. He tenido que pasar por meses y meses de aprendizaje interno ayudado por ansiolíticos y un exceso de tabaco y alcohol.

      He luchado solo. Sin ayuda. Por eso no me extraña que tantos hombres se suiciden. Esta idea me ha surgido durante meses y meses en cada despertar, en el momento en que tomaba aliento durante el día. Mi única solución era suicidarme. Tal vez no me daba cuenta de que lo que no hacía era buscar ayuda ni cambiar mi situación para huir de lo que me atenazaba y me hacía mal.

      Aunque ya desde niño he tenido que afrontar diferentes circunstancias, hubo una etapa «infernal» de mi vida en la que se sucedieron una serie de tragedias. Con 46 años perdí a mi hijo. Con 48 perdí a mi mujer. Con 49 perdí el trabajo que tenía desde hacía tiempo. Y durante aquellos años también fui perdiendo todas mis propiedades. Ante esa situación terrible me encerré en pleno campo en una finca de mi familia. Allí estuve meses. Primero solo y luego ayudado por un familiar. Me dediqué a trabajar en el campo. Corté ramas, podé, pinté, puse vallas e incluso me rompí los ligamentos cruzados de una rodilla para acrecentar mi mala suerte.

      Pero el trabajo me hacía sentirme bien. Con pequeños pasos convertí aquella selva en algo habitable y bonito. Cada paso que daba, cada árbol que dejaba limpio, cada cuadro que colgaba me hacían sentirme bien. Ya no era tan inútil ni tan débil como me creía con la depresión. Incluso la memoria, la percepción, la concentración perdidas parecía que habían mejorado.

      Había perdido tanto el sentido de la realidad y de mi percepción exterior que un día en que me encontraba en el restaurante de un familiar me encontré con un sobrino mío y con su novia. Le pregunté por su padre. Me respondió: «Tito, mi padre ha muerto hace cinco años» (mi propio hermano) y no supe hasta ese momento que me había confundido de hermano y de sobrino. Ahí me di cuenta de hasta dónde había perdido muchos sentidos de la percepción y cómo esta enfermedad me estaba comiendo por dentro.

      Algunos amigos me venían a visitar. Eso me ayudaba mucho. Sobre todo me hacía ver que no me habían abandonado todos. Que todavía quedaba alguien que me apreciaba.

      Un día pensé: «Estoy en una carretera rural. Mi vida va por un carril sin arcenes, estrecho y peligroso. En cualquier momento puedo caer directamente a una acequia o a un campo vallado con cactus o con pinchos. Tengo que buscar la manera de ir dando pasos cortos, como si fuera la rehabilitación de un tobillo, pero debo hacer algo para volver algún día a circular por una carretera nacional. Y más adelante volveré a una autovía».

      Y eso fue lo que hice. Me metí en una asociación profesional en la que ya había estado años antes para volver a tener contacto con personas que estaban trabajando y a las que les gustaba el mismo sector que a mí.

      Al cabo de unos meses me hicieron miembro de la directiva. Ya tenía algún logro y no solo penas y fracasos que contar.

      Después me nombraron presidente. Eso me hacía sentirme inseguro, pero tenía algo por lo que luchar. Me volqué en ese nuevo desempeño. Todo lo que me hacía pensar en ese proyecto me lo quitaba de pensamientos suicidas o negativos.

      Y más tarde decidí volver a trabajar aunque seguía mal; no estaba bien del todo. Mi dolor se alivió años después, aunque no se borró. Pero ya era algo. Estaba empezando a tener algo por lo que luchar. Iba con miedo, con recelo y con mucha precaución. Al haberlo perdido todo era como nacer de nuevo, pero venía de una experiencia en la que me había estrellado y me sentía débil e indeciso. Seguía teniendo los ligamentos mal y el corazón roto, pero los pequeños pasos intentaba disfrutarlos uno a uno. Un árbol podado, un seto plantado, un cuadro colgado, un mueble restaurado; cada paso lo celebraba como si fuera un logro espectacular. Cada cosa hecha era como haber montado una empresa de éxito. Eso sí, procuraba no meterme en camisas de once varas. Mis pasos hoy siguen siendo cortos, controlados, sin perder el horizonte y procurando quedarme con «hambre de éxito» antes que saturarme de responsabilidades.

      Fui al psiquiatra durante ese tiempo, pero me llevé una decepción de tal calibre que decidí dejarme ayudar por mi médico de cabecera. Ella me mostraba comprensión y me ayudaba. La psiquiatra tenía tantos sentimientos y empatía como la cabeza de un ciervo colgada en una pared. Luego he tenido la oportunidad de conocer a psiquiatras que me han devuelto la confianza en ellos, pero a mí «me tocó la china».

      En la actualidad me siento cauto ante cualquier cambio o circunstancia. He pasado por demasiadas malas etapas. No en vano he sido yo el que ha provocado en casi todas ellas el haberme sentido mal por saturación o por querer abarcar tanto que he descuidado lo más importante: a mí mismo. Me he ocupado de todos y de todo menos de mi vida; es por eso que quiero mirar al futuro desde otra perspectiva, más respetuosa conmigo mismo. He desaprovechado mucho el tiempo, por lo que ahora procuro tratarme como a un niño o como a un anciano, con cuidado, con cariño, sin maltratarme a base de trabajar y trabajar, teniendo tiempo para mis sentimientos, para mi ocio, para pensar en mí y en lo que me apetece.

      Sé que aunque he aprendido sigo siendo el mismo que puede volver a caer en la enfermedad, que a veces te viene no se sabe bien por qué y que en otras ocasiones es provocada por tus propias actitudes o manera de ser. Y en ello estoy. Aprendiendo cada día cómo cuidarme y sabiendo que mi felicidad contribuye a la felicidad de los demás. Me siento muy orgulloso de adónde he llegado, viniendo de donde venía. Sin duda ha merecido la pena el esfuerzo.

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