Mitología maya. Javier Tapia
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Название: Mitología maya

Автор: Javier Tapia

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Colección Mythos

isbn: 9788418211133

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СКАЧАТЬ unidos a la naturaleza.

      Trajeron muchos troncos, los pelaron, los fraguaron, les dieron forma y por fin les quedó un buen trabajo.

      Insuflaron vida a la madera moldeada y así nacieron los hombres de madera, con sus mujeres de madera y sus hijos de madera.

      Hicieron su pueblo y sus casas de madera.

      Sembraron árboles y comieron de sus frutos y disfrutaron de su madera.

      Cuando ya estaban viejos y secos, iban en busca de retoños y hacían nuevos hombres, mujeres e hijos de madera.

      Si hacía mucho sol se ponían a la sombra.

      Si llovía mucho hacían surcos para que corriera el agua y no se inundara.

      Si no llovía escarbaban en la tierra y encontraban la que les faltaba. También hacían presas de madera para asegurar el agua.

      Los señores de los cielos los observaban y veían cómo crecían y progresaban, pero de ellos, de sus creadores, no se acordaban, no los necesitaban para nada, y claro, no los llamaban ni los veneraban.

      Los señores de los cielos se sintieron fracasados de nuevo, su obra no les rendía fruto alguno, en algo se habían equivocado, algo les faltaba a sus creaciones.

      Así que mandaron tormentas de fuego para que ardiera la madera y se quedara todo en cenizas, sin rastro de los hombres, mujeres e hijos que con tanto afán habían modelado.

      Volvieron a reunirse los señores de los cielos, ahora solo tres, el señor de agua, el señor del viento y la señora de la sabiduría.

      Necesitamos un ser que nos adore y nos venere por darle aliento y vida, dijo el señor del viento.

      «Necesitamos un ser que nos adore y nos venere por calmarle la sed y hacerlo fértil a él y a sus cultivos», dijo el señor del agua.

      Necesitamos un ser humilde, que tenga alma y consciencia, que nos siente dentro de su corazón para que no nos olvide y venere siempre, pero, sobre todo, necesitamos que no dure para siempre, pero que se pueda sembrar como una semilla para que renazca y progrese, y así nos tenga siempre presentes en sus pensamientos, porque lo que no se piensa no sucede.

      Los señores de los cielos pensaron entonces a la humanidad, para que fuera de su agrado. «Hay que sembrarlos para que broten de nuestro pensamiento», pensaron, y así lo hicieron.

      Cogieron una semilla de maíz, la sembraron, le insuflaron vida y alma, consciencia y espíritu, cuerpo y mente, y de los brotes de la planta nacieron los primeros hombres, mujeres e hijos del maíz.

      Dieron gracias a los señores de los cielos por el aliento de vida, la fertilidad y la sabiduría.

      Los hombres, mujeres e hijos del maíz no se modelaban a sí mismos, pero podían reproducirse entre sí, como otras plantas y como otros seres, y no eran eternos, pero al fenecer eran enterrados, y renacían en forma de alimento que colmaba al pueblo, por lo que daban siempre las gracias a los señores de los cielos.

      Yun Kaax, creando a los hombres de maíz

      Cuando necesitaban fuerza, salud y aliento, llamaban al señor del viento.

      Cuando tenían sed o padecían sequía y sus cultivos no producían, llamaban al señor del agua.

      Cuando no sabían qué hacer o cómo resolver un problema, llamaban a la señora de la sabiduría.

      Así los veneraban y hacían todo para que estuvieran contentos, tanto si era una joya o un pan, un perfume o un remedio.

      Los señores de los cielos observaron a su creación, y por fin se dieron por satisfechos: «Perdonaremos sus errores y los cuidaremos mientras nos respeten, nos veneren y no se olviden de sus creadores.»

      Nosotros somos hijos del maíz, maíz comemos, maíz somos por fuera y por dentro, y nada puede pasarnos porque los señores de los cielos están con nosotros.

      Tepeu, el Hacedor, y Gucumatz, el Emplumado

      Muchos son los señores de los cielos.

      Muchos son los señores divinos.

      Pero pocos son los que tienen el corazón de cielo.

      Todos ellos bajaron de sus aposentos estelares y crearon la Tierra.

      Luego la llenaron de agua y plantas.

      Más tarde pusieron a las hermosas aves de coloridos plumajes. Algunas silbaban y cantaban, pero no hablaban.

      Tocó el turno a los peces grandes y chicos, pero hablaban menos que las aves.

      Así a los perros, que ladraban, a los monos, que ululaban, a los jaguares, que gruñían y a los insectos, que zumbaban, pero nadie hablaba.

      Los señores de los cielos hicieron a los humanos de barro, raza que no prosperó porque no tenían boca y solo gemían, pero no hablaban,

      Los señores divinos hicieron a los humanos de madera, raza que tampoco prosperó, porque tenían boca, pero no lengua, y solo rechinaban, pero no hablaban.

      A cada fracaso menos señores divinos y de los cielos se reunían en asamblea para crearnos, al final solo quedaron dos, los que tenían el corazón de cielo, Tepeu y Gucumatz.

      Ellos nos soñaron y nos pensaron, lo discutieron entre ellos y decidieron hacernos de material vivo y fértil, para que sintiéramos, amáramos, pensáramos y habláramos, evolucionando y creciendo de forma mejorada cada vez que nos sembráramos.

      Tepeu, el Hacedor, y Gucumatz, el Espíritu Emplumado,

      pensando en la creación de la humanidad

      Tepeu nos sembró de maíz amarillo y de maíz blanco para que al brotar nos uniéramos y diéramos más y más semillas, y nunca faltáramos por más que muriéramos o nos secáramos.

      Gucumatz agitó sus alas para darnos aliento de vida y pensamiento, narices, boca y lengua.

      Así nacimos y hablamos, sentimos y pensamos, dimos gracias a nuestros creadores y los veneramos.

      Al ver el prodigio, corrieron a vernos muchos señores divinos y señores de los cielos, para que también les habláramos y veneráramos, y así lo hicimos para no despertar su rencor y su violencia, pero bien sabemos que solo dos tenían el corazón de cielo, solo dos nos crearon: Tepeu, el Hacedor, y Gucumatz, el Emplumado.

      Los Señores Divinos

      Cuentan las historias de los viejos que los señores divinos emanaron del desorden para ordenar nuestro universo tras vagar por el cielo en busca de su alimento, y a pesar de que son tantos como las estrellas de los cielos, hasta nosotros se acercaron solo unos cuantos, unos mejores y otros no tan buenos, pero todos exigentes y celosos, hambrientos de devoción, obediencia y veneración, que es su alimento. Nosotros les hablamos, les pedimos y los veneramos porque los más ancianos aseguran que ellos lo СКАЧАТЬ