El Niño de la Bola. Pedro Antonio de Alarcón
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Название: El Niño de la Bola

Автор: Pedro Antonio de Alarcón

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664110664

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СКАЧАТЬ sin embargo, no llevaba nunca provisiones ni armas...

      —Muchacho (le dijo un dia el clérigo:) ¿cómo te las compones para comer?

      —Señor Cura... (contestó el niño:) ¡en la Sierra hay de todo!

      —¡Sí! ya sé que hay frutas bordes, y legumbres salvajes, y mucha caza mayor y menor... Pero, ¿cómo cazas sin escopeta?

      —¡Con esto!... (respondió Manuel, mostrándole una honda de cáñamo, que llevaba liada á la cintura.) ¡Y con ramas de árbol! ¡y á brazo partido! ¡y á bocados, si es menester!

      —¡El demonio eres, muchacho!—concluyó diciendo el Cura, á quien, en medio de todo, le gustaba más la vida montaraz que la civilizada, y que tampoco tenía nada de cobarde.

      Siguió, pues, respetando aquella nueva manía de su pupilo, y hasta justificando que el pobre huérfano buscase una madre en la soledad y una aliada en la naturaleza, como habia buscado un hermano en el Niño Jesus.

      —¿Qué le hemos de hacer? (solia decir á su ama de llaves.) Si en esa vida de perros no aprende cosas buenas, tampoco aprenderá cosas malas; y, si nunca llega á saber latin, ¡le enseñaremos un oficio, y en paz!—San José fué maestro carpintero... ¿Qué digo?... ¡Ni tan siquiera consta que fuese maestro!

      Las correrías de Manuel iban haciéndose interminables, y de ellas regresaba cada vez más taciturno y melancólico, siendo cosa que ya daba espanto verlo llegar, despues de meses enteros de ausencia, curtido por el sol ó por la lluvia, deshechos piés y manos de trepar por inaccesibles riscos, desgarradas á veces sus carnes por los dientes y las uñas del lobo, del jabalí y de otros animales feroces, y siempre vestido con pieles de sus adversarios,—única gala del pequeño Nemrod despues de tan desiguales luchas.

      Pero ¡ay! ¿qué valian todos estos destrozos en comparacion de los que un tenaz sentimiento, impropio de su edad, hacía en el alma enferma de aquel desgraciado? ¿Qué importaban tales fatigas á quien precisamente buscaba en ellas un descanso, un remedio, un lenitivo á más íntimas y mortales inquietudes?

      Porque ya hay que decirlo: con quien verdaderamente luchaba el huérfano en aquellos parajes selváticos, sin conseguir el deseado triunfo, era con su involuntario é indestructible cariño á Soledad, como tambien habia luchado con él inútilmente en la Iglesia de Santa María, bajo la proteccion del Niño de la Bola.—Pasaba ya el mozo de los quince años; era de sangre árabe; y en su fogosa y pertinaz imaginacion resplandecia más fulgente y hechicera que nunca la imágen de la niña vedada, del bien prohibido, de la felicidad imposible, miéntras que su escrupulosa conciencia sentia cada vez mayor repugnancia á aquel afecto criminal, infame, sacrílego (él lo calificaba entónces así), que habia venido á frustrar tantos y tantos planes de reparacion y de justicia, amasados lentamente por el huérfano en tres años de meditacion y de mudez. Figurábase que su padre maldeciria desde el cielo aquel amor inventado por el demonio para dejar inultas la ruina y la muerte del mejor de los caballeros, y hacía esfuerzos inauditos por arrancarse del alma el nombre de Soledad, por no ver la cariñosa luz de sus ojos, por no oir el eco de su dulce voz, por no envidiar el regalo de su sonrisa, por matar, en fin, aquel insensato deseo de ser amigo suyo, de serlo siempre, de serlo más que nadie, que precisamente habia nacido en su soberbio corazon de la misma imposibilidad de lograrlo.

      No sabemos en qué habria venido á parar Manuel, ni si efectivamente hubiera acabado por cubrirse todo de vello y andar en cuatro piés como las bestias feroces, segun vaticinaba el ama del Cura, á no haber logrado ésta convencer á D. Trinidad de que el presunto Nabucodonosor estaba más enamorado que nunca de la hija del usurero; de que tal era la causa de la desastrada vida que hacía, y de que aquel indomable y contrariado cariño daria muy pronto al traste con el poco juicio que le quedaba al infeliz, en cuyo caso, ¡ya podian echarse á temblar D. Elías, su esposa, su hija y todos los nacidos que se le pusieran por delante!

      Penetrado que estuvo D. Trinidad de estas razones, púsose á discurrir la manera de conciliar con los eternos principios de la moral y de la justicia el cariño de Manuel á Soledad, que tan execrable le pareciera tres años ántes; y, despues de largas cavilaciones é insomnios, y de muchas conferencias con su dicha ama, con una hermana muy discreta que el ama tenía y con la propia mujer del usurero (la cual solia avistarse con el bondadoso padre de almas, cuando Manuel estaba en la Sierra), hizo al fin su composicion de lugar, en forma de sermon de Domingo de Cuasimodo, cuyas ideas capitales fueron las siguientes:

      1.ª Que D. Elías Perez y Sanchez, álias Caifás, aunque avariento y cruel por naturaleza, obró siempre dentro de la Ley escrita en sus negocios con D. Rodrigo Venegas y Carrillo de Albornoz, sin compelerlo ni excitarlo nunca á que le pidiese dinero prestado, ni exigirle despues otros réditos ó ganancias que los estipulados solemnemente por ambas partes.

      2.ª Que el haber costeado, exclusivamente á sus expensas, una partida armada contra los franceses, constituyó desde luégo la mejor gloria de D. Rodrigo Venegas, tanto más de agradecer y de estimar, cuanto mayores perjuicios le hubiera causado; de modo y forma que si D. Elías Perez hubiese accedido á perdonarle alguna parte de su adeudo, como solicitaron indiscretísimos mediadores, habria aminorado con tal indulto la importancia del patriótico servicio del buen caballero, rebajando en igual proporcion el lustre de su nombre en las páginas inmortales de la Historia.

      3.ª Que no fué el prestamista quien puso fuego á su propia casa, sino precisamente sus apurados deudores, entre los cuales figuraba en primera línea D. Rodrigo Venegas; y que si éste murió por salvar sus vales y entregarlos á su acreedor, tambien se libró con ello de la ignominiosa imputacion de incendiario y petardista que seguia pesando sobre los demas, y alcanzó de camino una nueva gloria, cuyo mérito consistia cabalmente en que aquella valerosa accion pareció tan desinteresada como espontánea; nobilísimo carácter que hubiera perdido desde el momento en que, por premio de ella, D. Elías Perez y Sanchez hubiera hecho alguna donacion ó rebaja á D. Rodrigo Venegas ó al pobre huérfano; pues entónces el acto heroico se habria convertido, á los ojos de los maldicientes, en una audaz especulacion, en un servicio pagado, en un atrevido medio de ahorrarse dinero ó de procurárselo á su hijo...;—cosas todas que hubiera rechazado enérgicamente el hijodalgo desde este mundo ó desde el otro.

      4.ª y última. Que, por consecuencia de estas premisas, y bien examinado todo lo definido en la materia por el Concilio de Trento, podia decidirse, para evitar mayores males, y supuesta la conformidad de los interesados, que no habia imposibilidad moral ni impedimento canónico para que la hija de D. Elías Perez y Sanchez llegase á ser amiga, y hasta mujer, si las cosas iban á mayores, del hijo de D. Rodrigo Venegas y Carrillo de Albornoz, dijese lo que quisiera el novelero y desalmado público, siempre ganoso de ajenos compromisos y desastres en que desempeñar grátis el cómodo oficio de espectador ó de plañidero.

      Satisfecho D. Trinidad de su discurso, que puede decirse fué el que más trabajo le costó hilvanar en toda su vida, llamó á Capítulo al atribulado huérfano, precisamente el dia que cumplió éste diez y seis años; y, prévia una larga oracion en que se encomendó á la Vírgen y á San Antonio de Padua, le fué exponiendo todas aquellas razones, en términos muy claros, aunque no muy precisos, acabando por abrazarle y llorar, que era su argumento-aquíles en los grandes apuros.

      Finalmente, despues del sermon que llamaremos oficial, el buen padre Cura se levantó del sillon de baqueta que le habia servido de cátedra, y, descendiendo al estilo llano y pedestre, por si el jóven se habia quedado en ayunas, díjole á manera de corolario casero:

      —Conque ya ves, alma de cántaro, que nada se opone á que te salgas con la tuya y seas amigo de Soledad y de su familia, ni tampoco á que, dentro de algunos años, cuando tengais edad de pensar en tales barrabasadas, llegueis á ser marido y mujer, suponiendo que esa muñeca siga queriéndote СКАЧАТЬ