El Niño de la Bola. Pedro Antonio de Alarcón
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Название: El Niño de la Bola

Автор: Pedro Antonio de Alarcón

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664110664

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СКАЧАТЬ entónces la misma Soledad quien se detuvo porque quiso, clavando en Manuel una larga mirada de cariño y de enojo, parecida á una reconvencion: movió luégo los labios con ternura, como para decirle alguna cosa; pero se arrepintió en seguida, y bajó los temerarios ojos, con no sé qué tardía modestia: sonrió, en fin, levemente, como burlándose de su propia audacia ó de su propio miedo, y echó á correr, que no andar, hácia el palacio.

      Ya era tiempo: pues en aquel instante comenzó á tronar una voz terrible al otro lado del porton; vióse salir muy asustada á la señá María Josefa en busca de su hija, y notóse que el supersticioso criado daba explicaciones y excusas á la persona invisible que rugia dentro del portal.

      Manuel, en medio del inefable arrobamiento que le habia causado la indefinible mirada de la jóven, sintió vibrar en su pecho la ira, y estuvo para correr tambien hácia el palacio. Pero luégo se dominó bruscamente, y, encogiéndose de hombros, tomó el camino opuesto con majestuosa lentitud, sin volver la cabeza para ver lo que seguia ocurriendo en la plaza,—de donde salió, á punto que cesaron las voces y se oyó cerrar el porton.

      —¡Mañana veremos!...—iba diciéndose el mozo con la tranquilidad de la justicia y de la fuerza.

       Índice

      PERIPECIA.

      El dia siguiente, á las once de la mañana, estaba ya Manuel á la puerta del Colegio, en busca de la contestacion que aguardaba de parte de D. Elías, y, miéntras era llegada la hora de que la niña saliese de aquel santuario (donde vulgarísimas muchachas y estólidas maestras—así suelen discurrir los enamorados—tenian la gloria de verla coser y de oirla decorar sus lecciones, como si ella fuese tambien criatura mortal), el pobre mancebo se paseaba, lo más léjos posible del mudo caseron, enmarañando y devanando por centésima vez en su memoria todas las palabras que dijera la víspera á la señora de sus pensamientos y todas las temeridades y locuras que desde entónces se le habian ocurrido sobre la significacion del rubor, de la mirada, del enojo, del desenojo, del miedo, de la sonrisa y de la fuga de la intrépida y silenciosa adolescente.

      De lo que no podia dudar, de lo que no dudaba, de lo que estaba segurísimo era de que Soledad le amaba: no ya porque D. Trinidad Muley se lo hubiese contado, con referencia á la mujer del usurero, sino porque á él se lo habia dicho todo su sér, enajenado de un gozo y una delicia que no podian engañar á su leal naturaleza, desde que recibió aquella mirada (reveladora de dulces y ya presentidos misterios) con que la niña, trocada en mujer, habia transfigurado al niño en hombre.

      En cuanto á lo que pudiese contestar D. Elías á su demanda, Manuel estaba tambien completamente tranquilo.

      —¿Qué mejor recurso le queda al acorralado Caifás (decíase el jóven, rebosando júbilo, soberbia y confianza) que transigir conmigo, que escapar á mi furia, que liquidar amistosamente con el espectro de mi padre, con el público y con Dios?—¡Nada! ¡Nada! ¡Soledad es mia! ¡Terminaron mis penas! ¡Desde mañana comenzaré á trabajar, y dentro de cuatro ó cinco años seré bastante rico para casarme con mi adorada!

      Á todo esto iban á dar las doce, y el cobrador del prestamista no salia del palacio en busca de la educanda...—¿No habria ido ésta aquel dia al colegio?—¡Los minutos se le hacian siglos al impetuoso Venegas, y desde aquel instante comenzó á dudar de la solidez del edificio de esperanzas que poco ántes le pareciera tan seguro!...

      Dieron, por último, las tres Ave-Marías todos los campanarios de la poblacion, y las niñas comenzaron á salir del Colegio, primero en grupos, luégo desperdigadas...—¡Soledad era la única que no salia! ¡Y el criado no iba tampoco por ella!

      Manuel no pudo contenerse más, y, acercándose á una colegialilla de cinco ó seis años que se habia quedado rezagada y pasó cerca de él, le preguntó con afectada indiferencia:

      —Dime, niña: ¿y Soledad? ¿No ha venido hoy al colegio?

      —No, señor... (respondió el gorgojo.) La han quitado... ¡por mala!

      —¡Ah viejo infame!—gritó Manuel, volviéndose hácia el caseron con el puño cerrado, como amenazando derribar aquellas paredes y sepultar bajo sus escombros á D. Elías.

      Y se encontró cara á cara con D. Trinidad Muley, que hacía ya un rato estaba interpuesto estratégicamente entre su atolondrado pupilo y la casa del usurero.

      —¡Tienes razon! ¡Es un pícaro; y por eso he venido yo á buscarte!—dijo el clérigo, cogiendo de un brazo á Manuel.

      —¡Señor Cura! (exclamó éste con respeto, pero tambien con desesperacion.) ¿Por qué no me dejó usted morirme el dia que enterraron á mi padre?

      —¡Muchacho! ¿qué dices? ¡Eso es una blasfemia! (contestó D. Trinidad, estremeciéndose.)—Anda... Vámonos de aquí... Tenemos que hablar.—El dia está bueno, y tomaremos el sol en el Camino de las Huertas.—Allí no hay nadie á estas horas.

      Manuel habia inclinado la cabeza sobre el pecho, y caido en una profunda meditacion.

      —Vamos... vamos... Sígueme... (continuó diciendo el Sacerdote.) No te abatas de esa manera... Para todo hay remedio en este mundo, máxime cuando se tienen sentimientos cristianos...—Yo te diré la marcha que debes adoptar, en vista de la oposicion de ese zorro viejo...—Conque anda; que aquí hace mucho frio.

      El jóven siguió á su protector, sin levantar la cabeza, pensando más, indudablemente, en sus propios recursos y en los atrevidos planes que formó aquel dia, que en lo que el Cura tuviera que decirle.

      Llegados al próximo Camino de las Huertas, D. Trinidad Muley (de quien hemos olvidado decir que, á los treinta y siete años de edad, era ya excesivamente grueso), paróse como una nave que da fondo; quitóse el enorme sombrero de canal, limpióse el sudor con un gran pañuelo de hierbas, tomó aliento dos ó tres veces, y habló así:

      —Pues, señor: ¿para qué andar con circunloquios? ¡Es menester que olvides á Soledad! Su padre te aborrece con sus cinco sentidos, y no te la entregará nunca.—«¡No me lo nombres!...—¡Prefiero verte muerta!» le dijo ayer, en contestacion á tu sensato mensaje: é inmediatamente mandó al Colegio por la silla y demas efectos de la muchacha, haciendo decir á la maestra que Soledad era ya demasiado grande para ir á la amiga.—Todo esto me lo acaba de contar la señá María Josefa con las lágrimas en los ojos...—Suyo era el recado que recibí esta mañana de que aguardase á una persona que iria á hablarme á las once y media en punto...—La pobre mujer no queria verte, y sabía que á esa hora estarias en la puerta del Colegio...—Conque ¡lo dicho! ¡Es menester que me des palabra de honor, y hasta que me jures, no volver á acordarte de Soledad!

      Manuel seguia con la cabeza baja y aparentemente tranquilo, en cuya actitud, y viendo que el Cura habia callado, le preguntó muy despacio:

      —Dígame usted: ¿Y Soledad? ¿qué ha respondido á su padre?

      —¡Nada!... ¿Qué habia de responderle?

      —Pero... ¿ha dado muestras de sentimiento?... ¿ha llorado?...

      —Soledad es como tú... ¡Soledad no llora!—Tambien se lo he preguntado yo á su madre...—¿Crees que, porque estoy vestido de Cura, no entiendo yo de estos negocios?

      Manuel continuó СКАЧАТЬ