Название: Crimen, locura y subjetividad
Автор: Héctor Gallo
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789587149319
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El psicoanálisis, por su parte, se ha posicionado, frente al crimen y el delito, desde un lugar opuesto a la biologización de las conductas criminales, a las concepciones genéticas y neuronales, a los discursos morales, a las explicaciones sociológicas y culturalistas. Desde el punto de vista de la subjetividad, la distancia que separa al criminal del que no lo es, es menos grande de lo que se supone.
Mientras el lenguaje de la psicología de nuestro tiempo se encuentra atravesado por el discurso epidemiológico, el lenguaje psicoanalítico se distancia de este, pues el énfasis de aquel recae en una medicina preventiva más que curativa. Mientras la medicina, las neurociencias, la psiquiatría y la psicología tienen en común que, en sus diagnósticos, evaluaciones e intervenciones, se instalan en el paradigma aristotélico del cuerpo y el alma como una unidad, el psicoanálisis prefiere el modelo cartesiano, que diferencia rotundamente estos dos registros. Para el psicoanálisis, cuerpo y alma están separados, y cuando entran en relación ello no sucede porque forman una unidad, sino gracias a la mediación del inconsciente, que por estar estructurado como un lenguaje tiene una composición simbólica y no biológica.
Cuando el autor de este texto empezó la investigación para la tesis doctoral sobre el sujeto criminal,3 surgió la duda de cuál sería el modelo metodológico más apropiado; de inmediato se descartó la inspiración médica, pues en la medida en que en esta técnica se privilegia al individuo como un conjunto de órganos con funciones específicas, y se pone el énfasis en el plano epidemiológico, la noción de “instinto” pasa a ser la que más proximidad guarda con la cuestión del crimen.
El modelo conductista y el cognitivo son tan lejanos como el modelo médico a los propósitos del psicoanálisis, pues aparte de aquellos mantener la orientación explicativa del crimen, en la perspectiva de una causalidad externa al sujeto, evalúan, miden y clasifican las conductas, para excluir la pregunta por los factores inconscientes que intervienen en el acto criminal. Estos factores son los que definen el sentido del crimen y se diferencian del “descubrimiento, la interpretación y el uso de los indicios, para el esclarecimiento del crimen”.4
El denominado “culturalismo empírico” se inscribe en la tradición funcionalista y explica el crimen de acuerdo con su definición de “cultura”. Ella es, para el funcionalismo —Edwin Sutherland, Albert Cohen—, un “conjunto de costumbres, códigos morales y jurídicos de conducta, creencias, prejuicios, etc., que las personas de una comunidad comparten y aprenden en la participación social”.5 En este sentido, el crimen se inscribiría en lo que definen como una “subcultura”, la cual se configura “no tanto como oposición a unos valores sino como adecuación a otros diferentes”.6 Entonces, dentro de “la subcultura criminal, las conductas desvaloradas por la cultura jurídica y moral son legítimas”.7
El modelo metodológico referido, si bien tiene en cuenta el aspecto social del crimen, en su concepción del sujeto, insiste en la escisión entre el mundo de la razón y el universo mental. La defensa de esta escisión hace que no resulte útil para una investigación que cuente con el sujeto del inconsciente. El abordaje de un fenómeno social o clínico, que se base en la idea de que “mental” es sinónimo de que algo no marcha en el campo de la razón, entra en oposición con el psicoanálisis, pues con el término “mental” no hace referencia a lo psíquico, sino a los órganos de los sentidos, que se ponen al servicio de la adaptación al medio ambiente y que comparten el organismo humano con el organismo animal.8
El modelo del discurso penal también fue descartado como vía metodológica, pues la pregunta que se formuló en ese momento no era por el crimen como objeto penal, ni por el criminal en su sentido jurídico, sino por la relación del sujeto con el crimen como objeto social. En esta perspectiva, se valora la función del inconsciente en las conductas y se tiene en cuenta la causalidad externa al sujeto, pero esta última no es tomada como argumento explicativo.
Ante el crimen, un psicoanalista no se pregunta cómo acceder a la “verdad del crimen”, en el sentido de localizar los hechos reales, sino por la “verdad del criminal”, que no se refiere a los hechos verificables objetivamente sino a las causas subjetivas de su transgresión. En la elaboración de su informe pericial no cuentan las impresiones digitales, un pelo, un trozo de papel, el registro de una cámara, “la ceniza de un cigarrillo tirada inadvertidamente”.9 Estas pistas inanimadas son útiles a los expertos en criminalística, encargados de recoger, en la escena del crimen, los elementos objetivos que sirven como indicios para acceder, mediante deducción, a su esclarecimiento. A nivel criminalístico se les concede un gran valor probatorio de la verdad. La reunión de estos rastros, o alguno en particular que haga de prueba reina, constituyen el fundamento que permite definir la culpabilidad o la inocencia del acusado.
Dado que, desde el psicoanálisis, tenemos en cuenta que el sujeto del acto es gobernado por fuerzas psíquicas que se localizan más allá de la influencia malsana del aspecto social y familiar, y que nada tiene que ver lo orgánico degenerado, los analistas nos preocupamos más por los indicios subjetivos que por las señales materiales recogidas en la escena del crimen. Lo psíquico no lo asociamos con trastorno o desorden, sino con el inconsciente sexual y agresivo, el deseo insatisfecho, los conflictos éticos, las pasiones, la pulsión representada por el superyó cruel, los desgarramientos de la culpa y el malestar supuesto en el orden simbólico. Esta dinámica psíquica funda y conforma una subjetividad existencial, que en lugar de ser medida, evaluada y medicada más bien se interroga, dándole la palabra al ser que habla.
Desde la perspectiva del psicoanálisis, el “hombre delincuente” no remite a una “personalidad criminal”, ni es alguien a quien se le deba evaluar un posible déficit, ni medir su grado de responsabilidad en la falta cometida. El delincuente tampoco es una máquina que puso su capacidad de razonar al servicio del mal, pues si bien en cada delincuente encontramos un sujeto que calcula y sigue una lógica en sus actos, nada en ese cálculo es mecánico ni químico. El cálculo, la razón, el déficit posible y la lógica del sujeto delincuente dependen de operaciones simbólicas, de las cuales no siempre es consciente.
El instrumento que se prefiere en el psicoanálisis, para tratar en el ámbito práctico con el sujeto criminal, no es el microscopio, ni los test de inteligencia, el interrogatorio, las pruebas de personalidad o el polígrafo, sino la “palabra”. Sabemos que la dialéctica en la que nos sumerge la palabra del sujeto no nos conduce hacia una causa unitaria, ni a un saber exacto, como el que se pregona con el gen o se persigue con el test, pero sí nos orienta hacia un saber que, por no ser preconcebido, sino construido a partir de la palabra del sujeto, cuenta con la verdad referida a sus modos de satisfacción pulsional. Esta verdad no es “exacta”, en el sentido de la objetividad positivista que para el discurso jurídico es tan importante; pero allí donde logra ser reconstruida, sin duda, nombra con rigor, no el esclarecimiento del crimen, sino el fundamento subjetivo del malestar existencial de un hombre y los motivos de su acto criminal.
Para un psicoanalista es más importante la palabra del criminal que los hechos, así esté demostrada la falta de sinceridad del delincuente, pues su orientación es hacia procesos psíquicos que permiten definir la relación del sujeto con el acto criminal, y no hacia la realidad de lo que sucedió. En lugar del psicoanalista hacer hablar el objeto inanimado, como sí lo lleva a cabo el criminalista, hace hablar al sujeto del acto animado por su goce, y en este sentido no lo asume como alguien conocido, como lo suele tomar un experto, sino como un enigma y con la intención de establecer “a quién ha matado realmente” el asesino.
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