Название: Crimen, locura y subjetividad
Автор: Héctor Gallo
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789587149319
isbn:
“Como prueba, como evidencia, a favor o en contra de la culpabilidad, la psicología es inútil. Vemos diariamente cómo se abusa de ella en los tribunales”.10 No existe método “psicológico seguro para descubrir el autor de un crimen”,11 pues no es del establecimiento de la culpabilidad o de la inocencia de lo que en rigor se ocupa la psicología, y menos el psicoanálisis. El campo de aplicación del psicoanálisis no es el de un mundo tangible y observable en un laboratorio, pues la investigación que adelanta no es sobre la realidad material, sino psíquica.
Una reacción psíquica no es prueba de ningún hecho material; así, por ejemplo, se puede observar objetivamente la reacción emotiva de un sujeto porque ha cometido un crimen, pero también esta misma reacción se podría producir en un sujeto obsesivo que apenas “ha deseado cometerlo”. Desde el punto de vista de la realidad psíquica, desear cometer un crimen puede ser tan grave como haberlo cometido. No ha de pretender un lugar la prueba psicológica “en el establecimiento de las pruebas”.12 El psicoanálisis no se ocupa clínicamente del crimen como tal, ni del descubrimiento del autor de los hechos, sino de explicar por qué no hay ser humano que no haya deseado cometerlo en algún momento de su vida, y en caso de pasar del deseo al acto, se pregunta si le ha producido o no alguna satisfacción, cuestión que sirve de orientación para responder a la pregunta de dónde aparece colocado el sujeto con respecto a su acto; aspecto que ha de aportar los elementos básicos para la realización de un informe pericial a partir de lo que dicho sujeto nos enseña sobre él.
Proximidad y diferencia del psicoanálisis con la sociología en el análisis del crimen
Desde el registro sociológico asistimos a una mirada del delincuente y el delito que se distancia de la mirada médica, psiquiátrica y psicológica. Para la sociología, el delito no es considerado un hecho anormal, sino un hecho social normal, mientras que el delincuente no sea concebido como un enfermo mental. Aquí “normal” quiere decir que el crimen se presenta en todo tipo de sociedad, desde las culturas primitivas hasta nuestros días. Pero su investigación sí “pertenece a un periodo posterior a la cultura primitiva, cuando la creencia en los tabúes se había debilitado y comenzaba con el castigo del culpable”.13
El punto de vista del psicoanálisis frente al crimen se aproxima al de la sociología, en que no asocia crimen con enfermedad mental; sin embargo, en la explicación acerca del modo como se involucra el sujeto en el crimen no se conforma con invocar las causas sociales, sino que también tiene en cuenta la subjetividad. El psicoanálisis se acoge a la idea sociológica de que no existe una sola sociedad “en la que no haya criminalidad”.14 Pero agrega que no hay ser humano que no sea capaz, “en ciertas condiciones, de cometer una infracción al derecho”.15
Pasar por la vida sin transgredir la ley no es algo sencillo para ningún ser humano. La posición de respeto a la ley es una conquista que se relaciona con una ética ciudadana, y no con un instinto de adaptación a lo social, que es común encontrar en los organismos vivos, pero complicado de lograr en los sujetos de lenguaje. Ningún ser de lenguaje se acoge gustoso a la ley, cuya función es prohibir; por eso, hay que educarlo con esfuerzo para que renuncie a la parte de sí que lo empuja a la transgresión y al daño. En lo más íntimo de cada ser humano se alberga una voluntad transgresora de la ley, voluntad a la que desde el psicoanálisis se llama “pulsión”. Esta voluntad es silenciosa, y respecto a la misma, cada ciudadano tiene gran responsabilidad, debido a la crueldad que involucra.
Así como para la sociología no hay nada más normal que el crimen, para el psicoanálisis no hay nada “más humano que el crimen”. Esto quiere decir que mientras existan seres humanos y organización social el crimen nunca desaparecerá de la faz de la tierra. No es gratuito que en el origen mítico de la sociedad se establezca la prohibición de tres delitos —el homicidio, el incesto y el canibalismo—, de los cuales únicamente el último parece más o menos superado socialmente.
Intimidad humana del crimen
En un texto titulado “La responsabilidad moral por el contenido de los sueños”,16 Sigmund Freud da cuenta de que es tan íntimo el crimen para cada ser humano que ninguna ley puede exigir que, al estar dormido, no tenga sueños inmorales, o que, al estar despierto, no tenga fantasías criminales. Un psicoanalista, en la clínica de todos los días, se encuentra con personas que, pese a comportarse en la vida como seres pacifistas, que hacen prevalecer los intereses ciudadanos sobre los propios, a menudo tienen sueños nada morales.
Los “sueños inmorales” son aquellos cuyos “contenidos son de egoísmo, de sadismo, de crueldad, de perversión, de incesto”.17 Freud dice, en el texto citado, que incluso un juez tiene derecho a tener sueños inmorales y nadie lo puede castigar por eso, aunque sin duda él mismo se lo puede reprochar internamente y juzgarse indigno de su profesión. De igual modo, puede suceder, por ejemplo, con un defensor de derechos humanos o con un procurador de la república, que son personajes de los que se puede esperar pulcritud del lado del yo racional, pero no así del lado de su inconsciente sexual y agresivo.
Jacques-Alain Miller nos recuerda que “Freud se pregunta sobre la implicación del sujeto en el contenido del sueño: ¿el sujeto debe sentirse responsable? En el sueño ocurre que uno es un asesino, mata, viola, hace cosas que en el mundo de la realidad merecerían castigos severos previstos por la ley”.18
El sueño tiene dos contenidos, uno manifiesto y otro oculto. El primero puede ser color de rosa; pero el segundo, la mayoría de las veces, está hecho de la realización de deseos que un ciudadano que se considere a sí mismo inscrito en la razón moral no aceptaría.
Para el psicoanálisis, lo amoral hace parte tanto de mentes enfermas y de criminales desalmados como de los hombres moralmente “buenos” e incapaces de cometer crimen alguno. La diferencia entre un criminal y un ser que no lo es radica en que mientras el primero ha fracasado en la civilización de sus pulsiones agresivas y sexuales, el segundo ha logrado abstenerse de actos inmorales, mediante la construcción de una ética que implica detenerse antes del acto transgresor, e inscribirse en principios opuestos al daño al semejante o a la corrupción facilitada por un poder atribuido.
Si un crimen monstruoso-excesivo escandaliza y suele pedirse para el victimario un castigo severo —pena de muerte o cadena perpetua—, es porque se ve allí reflejada una parte obscena de nosotros mismos, que estimamos ajena y preferimos localizar afuera, en un Otro socialmente considerado malo, monstruoso, desadaptado y peligroso para la vida en sociedad. Cada quien prefiere lejos de sí la maldad, puesta en otros seres considerados canallas, a no ser que llegue a cierto margen de honestidad perversa y declare: “Yo soy un bandido y es así como viviré y moriré”. La honestidad de Jhon Jairo Velásquez Vásquez (alias Popeye), el conocido sicario del fallecido narcotraficante colombiano Pablo Escobar, consiste en decir: “Soy un bandido y ahora que salgo de la cárcel estoy preparado mejor que nadie para la guerra o para la paz”. La deshonestidad del político criminal y corrupto consiste en decir que se ha sacrificado por los demás y que lo malo que se dice de él son calumnias de la oposición o un complot de sus enemigos políticos.
El lado horrible, reprochable, es lo que el psicoanálisis, gracias al descubrimiento del inconsciente y la “pulsión de muerte”,19 “le ha agregado a la idea de nuestro ser”.20 Cada quien tiene la responsabilidad social de hacerse cargo de esa parte inmoral que lo constituye como un ser reacio al vínculo civilizado, parte que, de distintas maneras, aflora en la conciencia de cada uno, y de la que socialmente sus máximos representantes son los criminales fríos, monstruosos СКАЧАТЬ