Название: Crimen, locura y subjetividad
Автор: Héctor Gallo
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789587149319
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“Freud considera que toda conciencia moral y la elaboración teórica y práctica del discurso del derecho son reacciones al mal que cada [uno de nosotros percibe en lo más profundo de su ser]”.21 El derecho es una respuesta destinada a limitar el mal que hay en cada ser social. El mal se regula en lo subjetivo mediante la adquisición cultural de sentimientos de piedad, altruismo, compasión, vergüenza; y en lo social, gracias a la prohibición y el respeto a la ley. Estos sentimientos faltan en aquellos seres que no se conforman con ser monstruos tímidos, pues asumen abierta y descaradamente el deseo de hacer el mal. El delincuente absoluto o el criminal radical es aquel que se orienta en la vida regido por un empuje hacia el mal, a tal punto que insiste hasta ser detenido por la fuerza o por el límite de la muerte.
De acuerdo con el razonamiento realizado hasta aquí, es crucial para una sociedad ocuparse de trabajar en la construcción de una ética ciudadana como prevención del crimen. En las universidades del país, con el auge de la tecnología, se forman profesionales técnicamente muy competentes para responder a las exigencias de la producción capitalista, pero ser un profesional calificado no garantiza ser un ciudadano con capacidad de cultivar una ética de la vida que tenga como principio evitar transgredir la ley, así exista la oportunidad de hacerlo, o nunca ponerle precio a la vida de un semejante, por muy útil que resulte. Se le pone precio a la vida cuando una sociedad necesita la eliminación de cierta cantidad de seres humanos. En los casos en que esto sucede, se “sale del dominio del derecho y se entra en el de la política”.22
El acto de Harry Truman de “tirar la bomba atómica sobre Hiroshima”23 fue criminal y, en sí mismo, absolutamente demencial. Pero, como lo indica Jacques-Alain Miller, son actos que el derecho no juzga, actos que no entran bajo la pregunta que se hacen los criminólogos de hoy sobre quién puede ser ese sujeto que decide acabar con tanta gente de un solo golpe. Tampoco nadie se pregunta cuál era la personalidad de Truman; a nadie se le ocurre clasificarlo como portador de un “trastorno de personalidad” o de un trastorno mental transitorio o permanente, como se hace, por ejemplo, con Hitler. Truman hizo lo que hizo a pesar de que se le aconsejó no hacerlo, y lo hizo contra la población civil indefensa.
El día oscuro en el que se lanzó la bomba atómica quedó como un hecho histórico que hizo parte de la guerra. Nadie, dice Miller, lamenta lo sucedido, porque en ese momento era preferible que fueran muertos los japoneses a que continuaran resistiendo el ataque de los americanos y emplearan, contra estos, bombarderos suicidas. Este hecho ilustra algo que en la contemporaneidad se encuentra instalado y legitimado: que el crimen ha entrado a hacer parte de un “cálculo utilitarista”. No se encuentra, en dicho cálculo, “el goce de la sangre humana, sino más bien cierta frialdad”.24 “Ahora se hace todo en nombre de lo útil, eso limpia el ‘matar’ de toda crueldad, allí donde antes había un gozar del castigo”.25
Es responsabilidad de un psicólogo forense, esté o no orientado por el psicoanálisis, encontrarse en condiciones de abordar y profundizar los debates aludidos en este texto; deberá contar con ellos en su práctica forense, pues, de lo contrario, no pasará de ser un auxiliar del juez. Para el psicoanálisis es crucial establecer en qué consiste la compleja relación del sujeto criminal con su crimen, tomado este como objeto social y no como objeto médico y jurídico. Esta relación se inscribe en el saber inconsciente, saber que es producido sin darse cuenta por el sujeto cuando habla bajo transferencia, y que ha de ser captado por la escucha del psicoanalista en su experiencia; de ahí que se trate de un saber “constituido por el conjunto de los efectos de sentido”.26 La existencia del sujeto, pensado de este modo, no depende de una realidad que traiga los ecos de una ascendencia neurológica o biológica inherente a los genes, sino de una realidad simbólica inseparable del lenguaje. La realidad del saber, propio de la subjetividad, es de sentido, y se inscribe en un sistema de regulaciones simbólicas que rigen el funcionamiento humano. El sujeto no es una sustancia, y es por esto por lo que no puede contarse a sí mismo sino en el inconsciente, que es donde finalmente se constituye y habla.
Como no hay crimen que no sea producido por la lógica de los vínculos entre humanos, su naturaleza tiene que ser social. Y como no hay sujeto que entre en el vínculo social gracias a un instinto gregario, sino a la admisión de la ley en su inconsciente, interrogarlo, por un lado, desde la particularidad que supone su relación con dicho inconsciente y, por otro, en su relación con el crimen, no resulta en absoluto contradictorio. La fijación de estas premisas de análisis define el campo desde el cual un psicoanalista emprende el diálogo con el discurso penal respecto al crimen.
El crimen tomado como objeto social no tiene, por condición estructural, la formación de una personalidad criminal, sino la inscripción de la ley en el inconsciente. Esta inscripción es la que nos hace ingresar como sujetos en los dominios del Otro simbólico.27 Un crimen, independiente de su condición objetiva, de los excesos que implique, las particularidades que lo definan y las circunstancias que lo promuevan, es un hecho social que involucra a un sujeto y simboliza algo que contiene su realidad concreta.
Mantener al sujeto transgresor ligado a su realidad psíquica y social implica tratarlo como un ser influido por sus pasiones; por tal motivo, el psicoanálisis extiende la responsabilidad hasta el campo de la sinrazón, así el discurso médico-legal argumente su eliminación en dicho campo.
Concluiremos este capítulo diciendo que la realidad del crimen no es psíquica ni biológica, sino social; pero como el crimen lo comete un humano, un ser trabajado por su realidad psíquica y social, se vuelve necesario articular esas dos realidades, y tomar el crimen como un medio para arrojar luces sobre la implicación del sujeto que entra en juego. Otro elemento conclusivo tiene que ver con el hecho de que, si en todo ser humano existen, en su inconsciente, tendencias perversas prohibidas, verificarlas en alguien no es garantía de que pueda llegar a ser un criminal, pues lo que dichas tendencias ponen a prueba son los recursos simbólicos con los cuales cuenta un sujeto para defenderse de lo criminal que hay en él. Estas precisiones adquieren un valor metodológico importante, porque definen los límites y las posibilidades en la orientación del debate con el discurso penal y con los saberes que vienen en su auxilio, debate para el que nos serviremos en los dos capítulos siguientes de un ejemplo concreto.
1 Citado en Gabriel Ignacio Anitua, Historia de los pensamientos criminológicos (Buenos Aires: Editores del Puerto, 2005), 230.
2 Ibid.
3 Publicada como libro: El sujeto criminal (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2007).
4 Theodor Reik, Psicoanálisis del crimen. El asesino desconocido (Buenos Aires: Ediciones Hormé, 1915), 15.
5 Anitua, Historia de los pensamientos criminológicos, 306.
6 Ibid., 305.
7 Ibid.
8 Una explicación de la diferencia entre lo psíquico y lo mental se encuentra en Héctor Gallo, Psicoanálisis e intervención psicosocial (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2017).
9 Reik, Psicoanálisis del crimen, 15.