Название: Crimen, locura y subjetividad
Автор: Héctor Gallo
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789587149319
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Por su parte, Bénédict Morel atribuye la psicopatía “a un desviamiento de la perfección de Dios”.22 Emil Kraepelin ve en el psicópata a un ser opuesto a “los parámetros sociales imperantes”.23 Para él, no se trata de un enfermo, sino de “un anormal que busca al otro complementario”.24 Busca una mirada que observe desde afuera lo que hace. Henri Ey agrega, a las características ya anotadas, que los psicópatas “son individuos de aplicación caprichosa y falseada de la ley”.25 En todos los casos, la psiquiatría refiere la causalidad a una exterioridad del individuo. “En general, hubo tres posiciones fundamentales en la psiquiatría: una es lo que se llamó la escuela más constitucionalista que se refería más a los factores constitucionales como determinantes. La otra es la escuela social, más vinculada con la clínica que proponía un factor de la exterioridad sociocultural. Y el psicoanálisis en relación a la sexualidad”.26
Avanzada la mitad del siglo xx, ha sido usual la utilización de la categoría “psicopatía” “como sinónimo de perversión”.27 Sin embargo, para el psicoanálisis, que al referirse a la perversión no se ocupa del individuo sino del sujeto desde el punto de vista pulsional, “la perversión es estructural”, mientras que “la psicopatía es parte de la psicopatología dinámica. La psicopatía es patología del carácter y la perversión una estructura clínica”.28 Anotemos al respecto que, en la clínica psicoanalítica actual, es muy escaso que se haga un diagnóstico de perversión, pues los perversos no van a análisis porque no tienen nada que ir a buscar allí, ya que no carecen del objeto de satisfacción pulsional. Por esto es común que se prefiera hablar en psicoanálisis de “rasgos de perversión” en las estructuras clínicas.
Desde la psiquiatría, es común que se diga que en los psicópatas hay un evidente desprecio por la víctima y, en general, por los otros, y que para efectos de la elaboración de un perfil de la personalidad del psicópata estarían las categorías “arrogancia, falta de remordimiento, ausencia de empatía en las relaciones personales, manipuladores, conflictos en las conductas de la infancia, padres cómplices”.29 También estarían la impulsividad, la irresponsabilidad, la ausencia de culpa, de autocontrol; en suma, se trata de alguien que cosifica al otro y que no aprendió a evitar ser desbordado por sus pasiones. El autor que hemos citado en esta parte introductoria remarca una diferencia clínica entre el psicópata y el antisocial, que conviene dejar plasmada: mientras un “antisocial en su acto coercitivo atraviesa lo íntimo, lo privado y lo público sin pedir permiso, el psicópata busca la complicidad u obtener el consentimiento del otro”.30
Acerca de la felicidad de la pulsión
La pulsión busca satisfacerse por el medio que sea, “aun cuando sea incluso por satisfacciones sustitutivas”,31 como es el caso de la sublimación. Estos criminales encarnan la pulsión en su estado puro, que es siempre ser satisfecha. El “corazón de la pulsión es el de una impulsión siempre satisfecha”.32 En consecuencia, lo más propio de un criminal serial es jugársela toda por ser feliz con cada crimen. Es su manera singular de hacerse a la felicidad en lo que de esta es posible: alcanzarla un instante en todo su esplendor con cada crimen.
De acuerdo con la tesis referida, la “compulsión a la repetición” en el criminal serial no tiene el mismo valor subjetivo que para un neurótico, pues mientras en este la repetición es repetición de una decepción, en aquel es repetición de la felicidad. Nadie es tan feliz como un criminal serial cuando de nuevo tiene atrapada a una víctima y acaba con ella de acuerdo con su modo de goce establecido. En lo que sí coinciden, en su relación con el goce pulsional,33 un criminal serial y un neurótico es en lo siguiente: que es “en la infelicidad, en el fracaso, en la frustración, donde la pulsión se satisface en un nivel fundamental”.34 El criminal serial es feliz del lado pulsional en el mismo instante en que aniquila a su víctima, pero del lado del yo es un infeliz, un fracasado, y es justo ahí, en el derrumbamiento del yo, en donde la pulsión humana, sin importar de qué estructura clínica se trate, encuentra su mayor felicidad. No es por otra cosa que se sostiene, desde el psicoanálisis, que la pulsión se satisface fundamentalmente en el retorno sobre sí mismo. Esto queda demostrado en el hecho de que, salvo contadas excepciones, la mayoría de los criminales seriales han cometido algún error que finalmente los conduce a terminar condenados a la pena de muerte o a cadena perpetua; es decir, reducidos a una nada desde el punto de vista existencial o social.
Así como un neurótico no deja de perseverar en su repetición hasta no tocar fondo y caer en la más completa infelicidad, un criminal serial no deja de perseverar en su felicidad de matar —hasta no ser atrapado y ajusticiado—, pues es ahí en donde la meta interna de la pulsión se realiza verdaderamente. Mientras el criminal serial no es atrapado vive tiempos felices y hasta puede creerse inocente, pero es en el momento en que llega la infelicidad de ya no poder seguir cometiendo los crímenes, que lo hacían feliz, que puede llegar a sentirse culpable sin saber por qué y gritarlo abiertamente. Será condenado severamente y se quedará sin saber nada de “la verdad de la que se trata en el circuito del goce”,35 pues este saber no se alcanza sino mediante un análisis, ajeno para un perverso y un criminal que avanza sin parar hasta la muerte subjetiva, eso que está detrás de esa felicidad sin ley en la que perseveró.
Más allá del placer, del deseo y del amor está el goce pulsional. En el caso de J. A., su más allá preferido no consistía en mantener propiamente relaciones sexuales con los cadáveres de las mujeres, sino con alguna parte del cadáver, que era cuando por fin encontraba su felicidad. La parte del cadáver era el “objeto exterior en el cual la pulsión lograba su meta externa […]; es necesario para la pulsión tener un objeto exterior para realizarse”.36 Pese a que la “pulsión” parece un concepto abstracto, “está muy cerca de la experiencia”,37 por la satisfacción que la define, y porque la misma no produce un efecto de placer agradable, sino de goce imperativo.
Esto significa que tanto la repetición compulsiva del neurótico como la del criminal serial no se define por una búsqueda de sentido, sino de goce. Es como si sentido y goce se tornaran equivalentes en la compulsión, como si se volviera imposible vivir sin acceder a la satisfacción que se ha implantado en el ser del sujeto. Mientras del lado del amor y el deseo la satisfacción pasa por el Otro simbólico regulador del lazo social, la que es propia de la pulsión no, en tanto es esencialmente interna. En consecuencia, lo denominado “goce” por el psicoanálisis “es fundamentalmente esa satisfacción interna de la pulsión”.38
J. A. no encontraba la felicidad al violar a sus víctimas antes de matarlas, ni las sometía a humillaciones para hacerles sentir su poderío, como sí ocurre con otros criminales seriales, como Julio Pérez Silva, a quien también haremos referencia en este libro, pues J. A. siempre sostuvo que era impotente. El festín sexual de J. A. no era antes del crimen ni en el acto mismo de este, sino después; así que si bien se reconocía homicida no aceptaba, como suele suceder con no pocos criminales seriales, que se le acusara de violador. Como si con esta negativa quisiera dar a entender que se le debe juzgar por aquello que constituye la verdadera alteración fundamental del cuerpo, que es en donde ha radicado su más profunda apuesta, y no por otra cosa.
De Julio Pérez Silva se dice que, en tan solo tres años, presumiblemente, mató y ultrajó sexualmente a “dieciséis mujeres mayoritariamente adolescentes y adultas jóvenes”.39 Su forma de actuar se ceñía de manera estricta a un libreto que ejecutaba de modo invariable, con muy ligeras improvisaciones en caso de exigirlo las circunstancias. Les ofrecía “a sus víctimas acercarlas hasta el lugar al cual se dirigían, para una vez arriba del vehículo llevárselas bajo intimidación y uso de la violencia hasta un lugar despoblado, maniatarlas, agredirlas y abandonarlas, ya sea muertas o moribundas y preocupándose de ocultarlas de manera que no fueran a ser avistadas o descubiertos sus cadáveres por terceros”.40
No le interesaba el cuerpo de su víctima sino mientras СКАЧАТЬ