Una Razón para Esconderse. Блейк Пирс
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СКАЧАТЬ simplemente tratando de hacerla pasar un mal rato. Rompió el contacto visual y apretó sus manos.

      “Maldita sea”, dijo Avery. “Me dificultarás esto, ¿cierto?”.

      “Bueno, creo que…”.

      Ella lo interrumpió con un beso. En el pasado, sus besos habían sido breves, incómodos y llenos de su vacilación habitual. Pero ahora se perdió en él. Lo acercó tanto como pudo y lo besó con más pasión que nunca, más que la pasión de su último contacto físico con un hombre durante su último año feliz de matrimonio con Jack.

      Ramírez no se molestó en luchar. Sabía que llevaba mucho tiempo esperando esto, y podía sentir su entusiasmo.

      Se besaron como adolescentes enamorados por el río Charles. Fue un beso suave pero caliente que vibraba con la frustración sexual que había estado floreciendo entre ellos durante varios meses.

      Cuando sus lenguas se encontraron, Avery sintió una oleada de energía a través de ella, energía que sabía que quería utilizar de una forma específica.

      Ella rompió el beso y acercó su frente a la suya. Se miraron el uno al otro durante varios segundos en esa postura, disfrutando del silencio y del peso de lo que acababan de hacer. Habían cruzado una línea. Y, en el tenso silencio, ambos sintieron que todavía había muchas más por cruzar.

      “¿Estás segura de esto?”, preguntó Ramírez.

      “Sí. Y lamento que me haya tomado tanto tiempo darme cuenta”.

      La acercó a su cuerpo y la abrazó. Sentía algo como alivio en su cuerpo, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

      “Quiero intentarlo”, dijo Ramírez.

      Rompió el abrazo y la besó de nuevo en el lado de su boca.

      “Creo que tenemos que celebrar la ocasión. ¿Quieres ir a cenar?”.

      Suspiró y sonrió temblorosamente. Ya había roto una barrera emocional confesándole sus sentimientos. ¿Qué de malo sería seguir siendo honesta con él ahora mismo?

      “Sí, creo que tenemos que celebrar”, dijo. “Pero ahora mismo, en este mismo momento, no estoy muy interesada en ir a cenar”.

      “Entonces, ¿qué quieres hacer?”, preguntó.

      Su inocencia era encantadora. Ella se inclinó y le susurró al oído, disfrutando de la sensación de tenerlo cerca, así como también el olor de su piel.

      “Vamos a tu casa”.

      Se apartó y la miró con la misma seriedad que antes, pero ahora había algo más allí. Era algo que había visto en sus ojos antes, algo de emoción que nacía de una necesidad física.

      “¿Sí?”, dijo con incertidumbre.

      “Sí”, dijo ella.

      Mientras corrían por el césped, hacia el estacionamiento donde ambos habían estacionado sus autos, estaban riéndose como unos niños. Era genial, ya que Avery no podía recordar la última vez que se había sentido tan liberada, emocionada y libre.

***

      La pasión que habían experimentado a la orilla del río seguía viva cuando Ramírez abrió la puerta de su apartamento. Una parte de Avery quería saltar encima de él en ese mismo momento, antes de que tuviera tiempo de cerrar la puerta detrás de ellos. Se habían toqueteado todo el viaje y, ahora que estaban allí, Avery sentía como si estuvieran en el precipicio de algo monumental.

      Cuando Ramírez cerró la puerta con llave, a Avery le sorprendió que no se le acercara de inmediato. En su lugar, se dirigió a la cocina, donde se sirvió un vaso de agua.

      “¿Agua?”, le preguntó.

      “No, gracias”, respondió.

      Se bebió su agua y miró por la ventana de la cocina. Las luces de la ciudad brillaban a través del cristal.

      Avery se fue a la cocina para acompañarlo y le quitó el vaso de la mano. “¿Qué pasa?”, preguntó.

      “No quiero decirlo”, dijo.

      “¿Cambiaste de parecer?”, preguntó. “¿Tanta espera disipó las ganas que sentías por mí?”.

      “No”, dijo él. Puso sus brazos alrededor de su cintura, viéndolo tratar de formar las palabras adecuadas.

      “Podemos esperar”, dijo ella, esperando en lo más profundo de su ser que no quisiera hacerlo.

      “No”, dijo con un poco de urgencia. “Es que… no lo sé”.

      Esto fue una sorpresa para Avery. Con todo su coqueteo magistral y frases seductoras de los últimos meses, estaba segura de que hubiera sido un poco agresivo cuando, y si alguna vez, llegara este momento. Pero ahora parecía inseguro de sí mismo, casi nervioso.

      Se inclinó y le besó la mandíbula. Luego suspiró y se apoyó en su cuerpo.

      “¿Qué pasa?”, preguntó Avery, sus labios rozando su piel mientras hablaba.

      “Es que esto es real ahora, ¿sabes? Esto no es solo una aventura de una noche. Me importas mucho, Avery. Realmente me importas. Y yo no quiero apresurar las cosas”.

      “Hemos estado en esto los últimos cuatro meses”, dijo. “No creo que estemos apresurando nada”.

      “Buen punto”, dijo. La besó en la mejilla, luego en el pequeño pedazo de hombro que su camiseta dejaba al desnudo. Sus labios encontraron su cuello y, cuando él la besó allí, pensó que colapsaría allí mismo, y que se llevaría a él consigo.

      “¿Ramírez?”, dijo, negándose a utilizar su nombre de pila en broma.

      “¿Sí?”, preguntó él, su rostro rozando su cuello y dándole besos.

      “Llévame a la habitación”.

      La acercó a su cuerpo, la levantó y le permitió envolver sus piernas alrededor de su cintura. Comenzaron a besarse, y luego él la obedeció. La llevó lentamente a la cama y, para cuando cerró la puerta de la habitación, Avery estaba tan perdida en el momento que ni siquiera la oyó cerrarse.

      Lo único que veía y sentía eran sus manos, su boca, su cuerpo bien tonificado presionando contra ella.

      Él cortó el beso el tiempo suficiente para preguntar: “¿Estás segura de esto?”.

      Y si necesitaba una razón más para desearlo, era esa. Él realmente se preocupaba por ella y no quería arruinar lo que tenían.

      Asintió con la cabeza y lo acercó a su cuerpo.

      Y, por un tiempo, Avery fue una detective de homicidios frustrada, ni una madre, ni una hija que había visto a su madre morir a manos de su padre. No era más que Avery Black… Una mujer como cualquier otra, disfrutando de los placeres que la vida tenía para ofrecer.

      Casi ni recordaba cómo se sentían estos placeres.

      Y, una vez que empezó a familiarizarse con ellos, se prometió a sí misma que nunca se permitiría olvidarlos de nuevo.

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