Una Canción para Los Huérfanos . Морган Райс
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СКАЧАТЬ una reverencia, pues no se atrevía a hacer otra cosa. La Viuda hizo un gesto impaciente para que se levantara.

      —Una visita repentina —dijo sin sonreír— y noticias sobre mi hijo. Creo que podemos prescindir de eso.

      Y si Angelica no hubiera hecho la reverencia, sin duda la madre de Sebastián la hubiera regañado por ello.

      —Me dijo que le trajera cualquier noticia sobre Sebastián, Su Majestad —dijo Angelica.

      La Viuda asintió y se dirigió hacia su silla de aspecto cómodo. No le ofreció asiento a Angelica.

      —Sé lo que dije. También sé lo que dije que te sucedería si no lo hacías.

      Angelica también recordaba las amenazas. La Máscara de Plomo, el castigo tradicional para los traidores. Solo pensar en eso la hacía temblar.

      —¿Y bien? —preguntó la Viuda—. ¿Has conseguido hacer a mi hijo el futuro marido más feliz alrededor de la tierra?

      —Dice que se marchará —dijo Angelica—. Se enfadó por haber sido manipulado y declaró que iba a ir tras la zorra a la que amaba.

      —¿Y tú no hiciste nada para detenerlo? —exigió la Viuda.

      Angelica apenas podía creerlo.

      —¿Qué quería que hiciera? ¿Derribarlo en la puerta? ¿Encerrarlo en sus aposentos?

      —¿Tengo que deletreártelo? —dijo la Viuda—. Puede que Sebastián no sea Ruperto, pero aun así es un hombre.

      —¿Piensa que no lo intenté? —replicó Angelica. Esa parte le escocía más que todo lo demás. Nadie la había rechazado antes. Cualquiera que ella deseaba, ya fuera por auténtico deseo o simplemente para demostrar que podía, había venido corriendo. Sebastián había sido el único que la había rechazado—. está enamorado.

      La Viuda estaba allí sentada y pareció calmarse un poco.

      —¿O sea que me estás diciendo que no puedes ser la esposa que necesito para mi hijo? ¿Qué no puedes hacerlo feliz? ¿Qué eres inútil para mí?

      Demasiado tarde, Angelica vio el peligro que había en eso.

      —Yo no dije eso —dijo—. Solo vine porque…

      —Porque querías que yo te solucionara tus problemas y porque tenías miedo de lo que te pasaría si no lo hacías —dijo la Viuda. Se levantó y le clavó el dedo en el pecho a Angelica.

      —Bueno, estoy preparada para darte un pequeño consejo. Si está siguiendo a la chica, el sitio más probable al que ella irá es Monthys, en el norte. Ya lo tienes, ¿te basta o tengo que dibujarte un mapa?

      —¿Cómo lo sabe? —preguntó Angelica.

      —Porque yo sé de qué va todo esto –respondió bruscamente la Viuda—. Vamos a dejarlo claro, Milady. Yo ya he hecho algo para controlar a mi hijo. Te he mandado a ti para que lo distrajeras. Ahora, si es necesario, descartaré esa opción, pero entonces no habría matrimonio y yo me… decepcionaría mucho contigo.

      No hacía falta que diera los detalles de la amenaza. En el mejor de los casos, a Angelica la mandarían lejos de la corte. En el peor de los casos…

      —Lo arreglaré —prometió—. Me aseguraré de que Sebastián me quiera a mí, y solo a mí.

      —Hazlo —dijo la Viuda—. Te cueste lo que te cueste, hazlo.

      ***

      Angelica no tenía tiempo para los detalles habituales del viaje de un noble. Este no era el momento para deambular en un carruaje, acorralada por una manada de parásitos y rodeada de suficientes sirvientes como para ir lo tan lentos como para que ella caminara. En su lugar, hizo que sus sirvientes desempolvaran ropa de montar y, con sus propias manos, hizo una pequeña bolsa con las cosas que podría necesitar. Incluso se recogió el pelo con un estilo mucho más sencillo que sus habituales complejas trenzas, a sabiendas de que no habría tiempo para esas cosas durante el camino. Además, había cosas que sería mejor que nadie te reconocieran haciéndolas.

      Partió hacia Ashton envuelta en una túnica para asegurarse de que nadie veía quién era. También se llevó una media máscara y, en la ciudad, esa era una señal bastante común de fervor religioso que nadie cuestionaba. Primero llegó a las puertas del palacio, se detuvo al lado de los guardias e hizo girar una moneda entre sus dedos.

      —El Príncipe Sebastián —dijo—. ¿Hacia dónde se fue?

      Sabía que no podía ocultar su identidad a los guardias, pero probablemente ellos tampoco harían preguntas. Sencillamente supondrían que iba tras el hombre al que amaba y con el que tenía intención de casarse. Incluso era la verdad, a su manera.

      —Por allí, Milady —dijo uno de los hombres, señalando con el dedo—. Por donde se fueron las mujeres cuando escaparon de palacio hace unos días.

      Angelica debería haber imaginado todo esto. Él señaló y Angelica se fue. Siguió a Sebastián por la ciudad como un sabueso de caza, con la esperanza de poderlo alcanzar antes de que fuera demasiado lejos. Casi se sentía como un espíritu atado a la ciudad. En su casa, era poderosa. Aquí conocía a la gente y sabía con quién hablar. Cuanto más lejos se fuera, más tendría que fiarse de su ingenio. Hizo las mismas preguntas que Sebastián debería haber hecho cuando se fue y recibió las mismas respuestas.

      Unas cuantas personas del pueblo, tan sucias que en otras circunstancias ni las hubiera visto, le contaron la huida de Sofía y la sirvienta por la ciudad. Lo recordaban porque había sido lo más emocionante que había pasado en sus monótonas vidas durante semanas. Tal vez Sebastián y ella se convertirían en otro chisme para ellos. Angelica esperaba que no. Por una pescadera chismosa que le hizo una genuflexión al pasar, Angelica oyó hablar de una persecución por las calles de la ciudad. Por un golfillo tan mugriento que no podía ver si era chico o chica, supo que se habían escondido dentro de los barriles de una carreta.

      —Y después la mujer de la carreta les dijo que fueran con ella —le dijo la sucia criatura—. Se fueron todas juntas.

      Angelica le lanzó una pequeña moneda.

      —Si me estás mintiendo, haré que te lancen de uno de los puentes.

      Ahora que sabía lo de la carreta, era fácil seguir el rastro de su avance. Se habían dirigido hacia la salida más al norte de la ciudad y eso parecía dejar claro hacia dónde se dirigían: Monthys. Angelica aceleró, esperando que la información de la Viuda fuera cierta aunque se preguntara lo que la anciana le estaba escondiendo. No le gustaba ser un peón en un juego ajeno. Un día, la vieja bruja pagaría por ello.

      Por hoy, tenía que adelantarse a Sebastián.

      Angelica no tenía pensamientos de intentar hacerle cambiar de intención, todavía no. Todavía estaría ardiendo por la necesidad de encontrar a esa… esa… A Angelica no se le ocurrían palabras suficientemente duras para una de las Sirvientas vendidas que fingió ser quien no era, que sedujo al príncipe que tenía que ser para Angelica y que no había sido más que un impedimento desde que llegó.

      No podía permitir que Sebastián la encontrara, pero él no abandonaría la búsqueda sencillamente СКАЧАТЬ