Una Canción para Los Huérfanos . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Una Canción para Los Huérfanos - Морган Райс страница 4

СКАЧАТЬ matar a esa mujer, ¿verdad? —supuso Catalina—. He visto lo que puedes hacer, apareciendo así, de la nada. Tienes los poderes para matar a una persona.

      —¿Y quién dice que no voy a hacerlo? —preguntó Siobhan—. Quizás la forma más fácil para mí es enviar a mi aprendiz.

      —O tal vez solo quieres ver lo que hago —supuso Catalina—. Esto es una especie de prueba.

      —Todo es una prueba, querida —dijo Siobhan—. A estas alturas, ¿no has deducido esta parte? Vas a hacerlo.

      ¿Qué sucedería cuando lo hiciera? ¿Realmente Siobhan permitiría que matara a una extraña? Tal vez ese era el juego al que estaba jugando. Tal vez tuviera la intención de que Catalina fuera hasta el borde del asesinato y, entonces, pararía la prueba. Catalina esperaba que eso fuera cierto pero, aun así, no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer de esa manera.

      No era un término lo suficientemente fuerte para lo que Catalina sentía ahora mismo. Lo odiaba. Odiaba los constantes juegos de Siobhan, su deseo constante de convertirla en una herramienta que usar. Correr a través del bosque perseguida por fantasmas había sido muy malo. Esto era peor.

      —¿Y qué pasa si digo que no? —dijo Catalina.

      El gesto de Siobhan se ensombreció.

      —¿Crees que puedes hacerlo? —preguntó—. Tú eres mi aprendiz, comprometida conmigo. Puedo hacer lo que desee contigo.

      Entonces unas plantas brotaron rápidamente alrededor de Catalina, sus afiladas espinas las convirtieron en armas. No la tocaron, pero la amenaza era evidente. Parecía que Siobhan no había terminado todavía. Señaló con un gesto de nuevo hacia el agua de la fuente y la escena que mostraba cambió.

      —Podría cogerte y entregarte a uno de los jardines del placer de Issettia del Sur —dijo Siobhan—. Allí hay un rey que podría estar dispuesto a cooperar a cambio del regalo.

      Catalina vio brevemente a unas chicas vestidas de seda correteando delante de un hombre que les doblaba la edad.

      —Podría cogerte y ponerte en las filas de esclavos de las Colonias Cercanas —continuó Siobhan e hizo un gesto para que la escena mostrara largas filas de trabajadores trabajando con picos y palas en una mina abierta—. Tal vez te diré dónde encontrar las mejores piedras para los comerciantes que hacen lo que yo deseo.

      La escena cambió de nuevo y mostró lo que, evidentemente, era una sala de torturas. Hombres y mujeres gritaban mientras unos tipos enmascarados manejaban hierros calientes.

      —O tal vez te entregue a los sacerdotes de la Diosa Enmascarada, para que ganes la contrición por tus crímenes.

      —No lo harías —dijo Catalina.

      Siobhan alargó el brazo, y la cogió tan fuerte que Catalina apenas tuvo tiempo para pensar antes de que la mujer la forzara a meter la cabeza bajo el agua de la fuente. Ella gritó, pero solo le sirvió para no tener tiempo de respirar mientras la hundía. El frío del agua la rodeaba y, a pesar de que Catalina luchaba, parecía que su fuerza la había abandonado en esos momentos.

      —Tú no sabes lo que yo haría y lo que no –dijo Siobhan, su voz parecía venir de muy lejos—. Piensas que yo pienso en el mundo como lo haces tú. Piensas que frenaré antes de tiempo, o seré amable, o ignoraré tus insultos. Podría mandarte a hacer cualquiera de las cosas que yo quisiera y todavía serías mía. Mía para hacer contigo lo que quisiera.

      Entonces Catalina vio unas cosas en el agua. Vio unas siluetas que gritaban destruidas por el sufrimiento. Vio un lugar lleno de dolor y sufrimiento, terror e impotencia. Reconoció a algunos de ellos porque los había matado o, por lo menos, a sus fantasmas. Había visto sus imágenes mientras la perseguían por el bosque. Eran guerreros que habían estado comprometidos con Siobhan.

      —Ellos me traicionaron –dijo Siobhan— y pagaron por su traición. Mantendrás tu palabra conmigo o te convertiré en algo más útil. Haz lo que yo quiero, o te unirás a ellos y me servirás como lo hacen ellos.

      Entonces soltó a Catalina y Catalina se levantó, hablando a borbotones mientras luchaba por coger aire. Ahora la fuente había desaparecido y, una vez más, estaban en el patio de la forja. Ahora Siobhan estaba un poco apartada de ella, de pie como si no hubiera pasado nada.

      —Yo quiero ser tu amiga, Catalina —dijo—. No me querrías como enemiga. Pero haré lo que deba.

      —¿Lo que debas? —replicó Catalina—. ¿Crees que tienes que amenazarme o hacerme matar a gente?

      Siobhan extendió las manos.

      —Como te dije, es la maldición de los poderosos. Tienes el potencial para ser muy útil para lo que se avecina, y yo sacaré el máximo provecho de eso.

      —No lo haré —dijo Catalina—. No mataré a una chica sin razón.

      Entonces Catalina atacó, no físicamente, sino con sus poderes. Reunió su fuerza y la lanzó como una piedra contra los muros que rodeaban la mente de Siobhan. Rebotó y el poder parpadeó.

      —No tienes el poder para luchar contra mí —dijo Siobhan—, y no te molestes en tomar esa opción. Déjame que te lo ponga más fácil.

      Hizo un gesto y la fuente apreció de nuevo y las aguas se movieron. Esta vez, cuando la imagen se fijó, no tuvo que preguntar a quién estaba mirando.

      —¿Sofía? —preguntó Catalina—. Déjala en paz, Siobhan, te lo advierto…

      Siobhan la agarró de nuevo y la obligó a mirar a esa imagen con la horrible fuerza que parecía poseer.

      —Alguien va a morir —dijo Siobhan—. Puedes escoger quién, simplemente escogiendo si matas a Gertrude Illiard. Puedes matarla a ella, o tu hermana puede morir. Tú eliges.

      Catalina la miró fijamente. Sabía que en realidad no era una elección. No cuando se trataba de su hermana.

      —De acuerdo —dijo—. Lo haré. Haré lo que tú quieras.

      Dio la vuelta y se dirigió hacia Ashton. No fue a despedirse de Will, Tomás o Winifred, en parte porque no quería arriesgarse a que Siobhan se acercara tanto a ellos y, en parte, porque estaba segura de que, de algún modo, verían lo que debía hacer a continuación y se avergonzarían de ella por eso.

      Catalina estaba avergonzada. Odiaba pensar en lo que estaba a punto de hacer y en el hecho de que tenía tan poca elección. Solo debía esperar que todo esto fuera una prueba y que Siobhan la detuviera a tiempo.

      —Tengo que hacerlo —se decía a sí misma mientras caminaba—. Tengo que hacerlo.

      «Sí» —le susurraba la voz de Siobhan—, «debes hacerlo».

      CAPÍTULO DOS

      Sofía regresó al campamento que había hecho con las demás, sin saber qué hacer, qué pensar, incluso qué sentir. Debía concentrarse en cada paso en la oscuridad, pero lo cierto era que no podía concentrarse, no después de todo lo que había descubierto. Tropezó con unas raíces y se sujetó a unos árboles para apoyarse mientras intentaba encontrarle el sentido a la noticia. Notaba que unas hojas СКАЧАТЬ