Una Canción para Los Huérfanos . Морган Райс
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СКАЧАТЬ sólida. Incluso humedeció el dobladillo de su vestido.

      —¿Por qué estás tan asustada, Catalina? —preguntó—. Solo te estoy pidiendo un favor. ¿Tienes miedo de que te mande a Morgassa a buscar el huevo de un ave roc en las llanuras de sal, o a luchar contra algunas criaturas en potencia de los convocantes? Hubiera pensado que este tipo de cosas te gustaría.

      —Que es por lo que no lo harías —supuso Catalina.

      Siobhan hizo una extraña sonrisa al escuchar eso.

      —Piensas que soy cruel, ¿verdad? ¿Que actúo sin razón? El viento puede ser cruel si estás ante él sin abrigo y no podrías comprender más sus razones que… bueno, cualquier cosa que diga que no puedes hacer te la tomarás como un reto, así que dejémoslo.

      —Tú no eres el viento —puntualizo Catalina—. El viento no puede pensar, no puede sentir, no puede distinguir lo que está bien de lo que está mal.

      —Ah, ¿así que es eso? —dijo Siobhan. Ahora se sentó en el borde de su fuente. Catalina todavía tenía la impresión de que si ella intentaba hacer lo mismo, caería al suelo en la hierba que rodeaba la forja de Tomás—. ¿De verdad piensas que soy malvada?

      Catalina no quería decir que sí a eso, pero no se le ocurría una manera de no hacerlo sin mentir. Siobhan no podría llegar a los rincones de la mente de Catalina mucho más de lo que los poderes de Catalina podían tocar a Siobhan, pero sospechaba que la mujer ahora sabría si mentía. En su lugar, se quedó en silencio.

      —Las monjas de la Diosa Enmascarada hubieran dicho que masacrarlas era malvado —puntualizó Siobhan—. Los hombres del Nuevo Ejército a los que asesinaste te hubieran llamado malvada, o algo peor. Estoy segura de que ahora mismo hay mil hombres en las calles de Ashton que te llamarían malvada, solo por poder leer la mente de los demás.

      —Entonces ¿estás intentando decirme que tú eres buena? —replicó Catalina.

      Siobahn encogió los hombros al escuchar eso.

      —Lo que estoy intentando decirte es el favor que debes hacer. Lo que es necesario. Porque eso es la vida, Catalina. Una sucesión de cosas necesarias. ¿Conoces la maldición del poder?

      Esto sonó mucho a una de las lecciones de Siobhan. Lo mejor que Catalina podía decir de ella era que en esta no la estaban apuñalando.

      —No —dijo Catalina—. No conozco la maldición del poder.

      —Es sencilla —dijo Siobhan—. Si tienes poder, todo lo que hagas afectará al mundo. Si tienes poder y puedes ver lo que se avecina, entonces escoger no actuar es una opción. Eres responsable del mundo solo por estar en él y yo hace mucho tiempo que estoy en él.

      —¿Cuánto tiempo? –preguntó Catalina.

      Siobhan negó con la cabeza.

      —Esa es el tipo de pregunta cuya respuesta tiene un precio y tú todavía no has pagado el precio de tu entrenamiento, aprendiz.

      —Tu favor —dijo Catalina. Todavía lo estaba temiendo y nada de lo que Siobhan había dicho lo hacía más fácil.

      —Es una cosa bastante sencilla —dijo Siobhan—. Hay alguien que debe morir.

      Hizo que sonara tan anodino como si le estuviera ordenando a Catalina que barriera el suelo o que trajera agua para el baño. Hizo un barrido con la mano y el agua de la fuente brilló y mostró a una joven que caminaba por un jardín. Llevaba telas valiosas, pero ninguna insignia de la casa de un noble. Entonces ¿era la esposa o la hija de un comerciante? ¿Alguien que había hecho dinero de otra forma? Tenía un aspecto bastante agradable, tenía una sonrisa por una broma que no se escuchó que parecía alegrar al mundo.

      —¿Quién es? —preguntó Catalina.

      —Se llama Gertrude Illiard —dijo Siobhan—. Vive en Ashton, en el recinto familiar de su padre, el comerciante Savis Illiard.

      Catalina esperaba algo más, pero no hubo nada. Siobhan no dio ninguna explicación, ninguna pista de por qué esta joven debía morir.

      —¿Ha cometido algún crimen? —preguntó Catalina—. ¿Ha hecho alguna cosa terrible?

      Siobhan levantó una ceja.

      —¿Necesitas saber algo así para poder matar? No creo que sea así.

      Catalina sentía como su furia crecía al escuchar eso. ¿Cómo se atreve Siobhan a pedirle que hiciera una cosa así? ¿Y cómo se atreve a exigirle a Catalina que se manchara las manos de sangre sin la más mínima razón o explicación?

      —No soy una simple asesina a la que mandas donde quieres —dijo Catalina.

      —¿De verdad? —Siobhan se puso de pie y se fue de la orilla de la fuente con un movimiento extrañamente infantil, como si bajara de un columpio, o saltara del borde de un carro como un golfillo que ha robado un viaje a través de la ciudad—. Has matado muchas veces antes.

      —Eso es diferente —Catalina insistió.

      —Cada momento de la vida es algo de belleza única —coincidió Siobhan—. Pero, por otro lado, cada momento es algo aburrido, igual que todos los demás también. Has matado a muchas personas, Catalina. ¿Por qué esta es diferente?

      —Aquellos lo merecían —dijo Catalina.

      —Ah, lo merecían —dijo Siobhan y Catalina pudo escuchar la burla en su voz a pesar de que los escudos que la mujer siempre tenía a punto significaban que Catalina nunca podía ver ninguno de los pensamientos que había detrás—. ¿Las monjas lo merecían por todo lo que te hicieron? ¿Y el esclavista por lo que le hizo a tu hermana?

      —Sí —dijo Catalina. Estaba segura de ello, por lo menos.

      —¿Y el chico que mataste en el camino por atreverse a ir tras de ti? —continuó Siobhan. Catalina empezaba a preguntarse cuánto sabía exactamente la mujer—. ¿Y los soldados de la playa por… eso cómo lo justificas, Catalina? ¿Fue porque estaban invadiendo tu hogar? ¿O fue simplemente que tus órdenes te llevaron allí y, una vez empieza la lucha, no hay tiempo para preguntar por qué?

      Catalina dio un paso atrás para apartarse de Siobhan, sobre todo porque si Catalina la golpeaba, sospechaba que habría demasiadas consecuencias.

      —Incluso ahora —dijo Siobhan—, sospecho que podría ponerte a una docena de hombres y mujeres delante de ti a los que clavarías una espada por propia voluntad. Podría buscarte un rival tras otro y tú los liquidarías. ¿Pero esta es diferente?

      —Ella es inocente —dijo Catalina.

      —Por lo que tú sabes —respondió Siobhan—. O tal vez es que simplemente no te he contado todas las innumerables muertes de las que es responsable. Toda la desgracia. —Catalina parpadeó y ya estaba al otro lado de la fuente—. O, tal vez, simplemente no te he contado todo el bien que ha hecho, todas las vidas que ha salvado.

      —No vas a decirme de qué se trata, ¿verdad? —preguntó Catalina.

      —Te he dado una misión —dijo Siobhan—. Espero que la cumplas. Tus preguntas y tus escrúpulos no tienen cabida. Se trata de la lealtad СКАЧАТЬ