Название: Antes De Que Peque
Автор: Блейк Пирс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Современные детективы
Серия: Un Misterio con Mackenzie White
isbn: 9781640299993
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“¿Y eso significa algo?” preguntó Ellington.
“Creo que hay muchas posibilidades. Está claro que hay algún tipo de ángulo religioso en todo esto. El mero concepto de la crucifixión apoya esa idea. No obstante, hay una gran diferencia entre utilizar el acto de la crucifixión como mensaje y utilizar la imagen de la crucifixión.”
“Creo que te entiendo,” dijo Ellington, “pero puedes continuar con la explicación.”
“Para los cristianos, la imagen de la crucifixión sería simplemente un tipo de descripción. Si ese fuera el caso, los cadáveres hubieran estado prácticamente libres de heridas. Piensa en ello… la cristiandad al completo sería bastante diferente si Cristo hubiera estado ya muerto cuando le clavaron en la cruz.”
“Entonces, ¿piensas que el asesino solo está crucificando a estos hombres para hacer una exhibición?”
“Demasiado pronto para decirlo,” dijo Mackenzie. Se detuvo el tiempo suficiente como para darle un trago delicioso a su café. “Sin embargo, me inclino por pensar que no. Ambos hombres eran clérigos… líderes de una iglesia en una forma u otra. Exhibirles maniatados como a la figura cristiana que está en el centro de sus iglesias es un signo demasiado claro. Hay algún tipo de motivo detrás de todo ello.”
“Te acabas de referir a Jesucristo como a una figura cristiana. Pensé que creías en Dios.”
“Así es,” dijo Mackenzie. “Pero no con la fuerza y la convicción que tenía alguien como Ned Tuttle. Y cuando hablamos de historias bíblicas—la serpiente que habla, el arca, el golpe a golpe de la crucifixión—creo que hay que echar la fe a un lado y apoyarme en algo que se parece más a la fe ciega. Y no me siento cómoda con eso.”
“Guau,” dijo Ellington con una sonrisa. “Eso es profundo. Yo… prefiero simplemente decir que no lo sé por toda respuesta. Por tanto, respecto al motivo que has mencionado, ¿cómo lo descubrimos?” preguntó Ellington.
“Buena pregunta. Planeo empezar con la familia del padre Costas. No hay gran cosa en los informes que pueda servirnos de algo. Además, creo—”
Le interrumpió el sonido del teléfono de Ellington. Él lo respondió con rapidez y frunció el ceño al mirar la pantalla. “Es McGrath,” dijo antes de responder.
Mackenzie escuchó la parte de Ellington en la conversación, incapaz de comprender de qué estaba hablando. Después de menos de un minuto, Ellington concluyó la llamada y se metió el teléfono de nuevo al bolsillo.
“En fin,” dijo. “Parece que irás a visitar a la familia de Costas por tu cuenta. McGrath necesita que regrese a la oficina. Alguna tarea relativa a un caso sobre el que ha sido de lo más discreto.”
“Lo que seguramente quiere decir que es trabajo aburrido,” dijo Mackenzie. “Qué suertudo.”
“Aun así, resulta extraño que me saque de aquí tan deprisa cuando todavía no tenemos pistas. Debe de significar que tiene una confianza inmensa en ti de repente.”
“¿Y tú no?”
“Ya sabes lo que quiero decir,” dijo Ellington, sonriendo.
Mackenzie le dio otro trago a su café, un tanto decepcionada al descubrir que ya estaba vacía. Tiró la taza a la basura y reunió los archivos y su teléfono, lista para dirigirse a su primera parada. Pero primero, se dirigió al mostrador para pedir otro café.
Parecía que iba a ser un día muy largo. Y sin Ellington para mantenerla despierta, sin duda alguna iba a necesitar café.
Claro que, por otra parte, los días largos solían acabar con pistas—y productividad. Y si Mackenzie se salía con la suya, encontraría al asesino antes de que tuviera el tiempo suficiente para planear otro asesinato.
CAPÍTULO CUATRO
Después de dejar a Ellington en el aparcamiento subterráneo de las oficinas del FBI (y de un beso rápido pero apasionado antes de que se marchara), Mackenzie se puso en camino hacia la Iglesia Católica del Sagrado Corazón. No esperaba encontrar gran cosa, así que no se sintió decepcionada cuando se encontró precisamente con eso.
Habían sustituido el portón de entrada, pero tenía el aspecto de una réplica exacta del que ya había visto en las fotos de la escena del crimen. Ascendió por las escaleras, que eran mucho más lujosas y ornamentadas que las que había en Cornerstone, hasta el nuevo portal. Entonces se dio la vuelta y observó la calle. No pudo evitar preguntarse si había algún tipo de simbolismo en el hecho de que hubieran clavado a los hombres en el portal principal.
Quizá se supone que están mirando hacia algo en particular, pensó Mackenzie. No obstante, lo único que veía eran coches aparcados, unos cuantos peatones, y señales de tráfico.
Miró a sus pies y a lo largo de los bordes del marco del portón. Había pequeñas formas amasadas que podían ser cualquier cosa. No obstante, ya había visto este color con anterioridad—el color de la sangre una vez se secaba en el hormigón pálido.
Volvió a mirar hacia las escaleras e intentó imaginarse a un hombre subiendo un cadáver por ellas. Sin duda alguna, sería todo un esfuerzo. Por supuesto, no sabía si Costas ya estaba muerto cuando le habían clavado en el portón, aunque parecía ser la probabilidad que estaban manejando.
Mientras estaba de pie junto al portón doble y echaba un vistazo a su alrededor, repasó los hechos que conocía gracias a los informes. Aquí se utilizaron el mismo tipo de puntas que se emplearon en la escena de Tuttle. La única herida en común entre los dos cadáveres era un enorme corte que recorría toda su frente—quizá como una alusión a la corona de espinas de Jesucristo.
Era difícil de imaginar una visión tan dantesca en la escalinata donde se encontraba de pie. Por lo general, la gente no solía pensar en muerte y sangre cuando estaban frente a las puertas de una iglesia.
Y quizá sea ese el motivo. Quizá esa sea una conexión con la motivación del asesino.
Sintiendo que quizá esa fuera una buena idea, Mackenzie bajó de nuevo por las escaleras hasta la calle. Le resultaba extraño moverse a este ritmo sin tener a Ellington a su lado, pero para cuando estuvo dentro del coche y en movimiento, su mente estaba solamente enfocada en el caso.
***
Por segunda vez ese día, Mackenzie se encontraba entrando a una casa abarrotada. El padre Costas había vivido en una casa agradable, una casa de dos pisos junto a los límites de la zona central. Salió a recibirle una mujer que se presentó como un miembro de la parroquia del Sagrado Corazón. Llevó a Mackenzie hasta una especie de despacho, donde le pidió que esperara un momento.
En cuestión de segundos, una mujer mayor entró a la sala. Parecía agotada y profundamente entristecida al sentarse en una butaca al otro lado del asiento donde estaba sentada Mackenzie en un sofá ornamentado.
“Lamento molestarla,” dijo Mackenzie. “No tenía ni idea de que tuviera tanta compañía en su casa.”
“Sí, yo tampoco tenía СКАЧАТЬ