Antes De Que Peque . Блейк Пирс
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СКАЧАТЬ hacia atrás? ¿Estás loca?”

      “Vas a tener a una chica viviendo contigo,” dijo Mackenzie, atrayéndolo hacia ella. “Una chica con una tendencia al orden. Una chica que se puede poner un tanto obsesiva compulsiva.”

      “Oh, ya lo sé,” dijo Ellington. “Y me encanta la idea.”

      “¿Incluso la ropa de mujer? ¿Estás dispuesto a compartir tu armario?”

      “Tengo muy poca ropa,” dijo él, inclinándose hacia ella. Su nariz casi tocaba la de ella y empezaba a crecer entre ellos una pasión a la que ya se habían acostumbrado. “Puedes tomar todo el espacio que necesites en el armario.”

      “Maquillaje y tampones, compartir la cama, y otra persona ensuciando platos. ¿Estás seguro de que estás preparado para ello?”

      “Sin duda. Aunque tengo una pregunta.”

      “¿De qué se trata?” dijo ella. Sus manos se deslizaron hacia los brazos de Ellington. Sabía hacia dónde iba todo esto y todos los músculos doloridos de su cuerpo estaban preparados.

      “Todas esas ropas de mujer,” dijo él. “No puedes dejarlas tiradas por el suelo todo el tiempo.”

      “Mmm, no tengo intención de hacerlo,” dijo ella.

      “Oh, ya lo sé,” dijo Ellington. Entonces se acercó y le quitó la camiseta. No perdió ni un segundo en hacer lo mismo con el sujetador deportivo que llevaba debajo. “Aunque es probable que yo lo haga,” añadió, arrojando ambas piezas al suelo.

      Entonces la besó y aunque trató de guiarla hacia el dormitorio, sus cuerpos no tuvieron tanta paciencia. Acabaron en la alfombra de la sala de estar y aunque los músculos doloridos de Mackenzie protestaron ante el suelo firme bajo su espalda, hubo otras partes de su cuerpo que se impusieron.

      ***

      Cuando sonó su teléfono a las 4:47 de la mañana, un solo pensamiento cruzó la mente adormilada de Mackenzie al tiempo que estiraba la mano hacia la mesita de noche.

      Una llamada a estas horas… supongo que mis vacaciones ya han terminado.

      “¿Diga?” preguntó, sin molestarse con las formalidades ya que técnicamente estaba de vacaciones.

      “¿White?”

      De un modo extraño, casi había echado de menos a McGrath durante estos últimos nueve días. Aun así, escuchar su voz fue como regresar a la realidad rápida y súbitamente.

      “Sí, soy yo.”

      “Disculpa la llamada a esta hora intempestiva,” dijo. Y antes de que añadiera nada más, Mackenzie escuchó cómo sonaba el teléfono de Ellington al otro lado de la cama.

      Algo importante, pensó. Algo malo.

      “Mira, ya sé que te concedí dos semanas,” dijo McGrath. “Pero tenemos un buen lío entre manos y te necesito en ello. A ti y a Ellington. Reuníos conmigo en mi despacho en cuanto podáis.”

      No se trataba de una pregunta, sino más bien de una orden. Y sin nada que se pareciera a un adiós, McGrath terminó con la llamada. Mackenzie soltó un suspiro y miró a Ellington, que estaba concluyendo su propia llamada.

      “En fin, parece que se terminaron tus vacaciones,” le dijo con una leve sonrisa.

      “Está bien,” dijo ella. “Terminaron de una manera bastante explosiva.”

      Y entonces, como si fueran un matrimonio casado desde hace años, se besaron y salieron de la cama, para irse al trabajo.

      CAPÍTULO DOS

      El edificio J. Edgar Hoover estaba vacío cuando entraron Mackenzie y Ellington. Ambos habían caminado por sus pasillos a todas horas de la noche, así que no les resultaba nada fuera de lo normal. Por lo general, significaba que había algo realmente horrible esperándoles.

      Cuando llegaron al despacho de McGrath, se encontraron con que la puerta estaba abierta. McGrath estaba sentado a una pequeña mesa de conferencias al fondo de su oficina, repasando una serie de documentos. Había otra agente con él, una mujer a la que Mackenzie había visto antes. Se llamaba Yardley, una mujer discreta, sensata, que había intervenido para ayudar al agente Harrison en un par de ocasiones. Les lanzó un gesto de asentimiento y una sonrisa algo robótica cuando entraron a la sala y se acercaron a la mesa de la sala de conferencias. Volvió la mirada a su portátil, enfocada en lo que fuera que tuviera en la pantalla.

      Cuando McGrath elevó la mirada para saludar a Mackenzie, no pudo evitar percibir lo que parecía ser un ligero alivio en sus ojos. Era una buena manera de ser recibida de nuevo en el trabajo después de que le acortaran las vacaciones.

      “White, Ellington,” dijo McGrath. “¿Conocéis a la Agente Yardley?”

      “Sí,” dijo Mackenzie, con un gesto de asentimiento hacia ella.

      “Acaba de regresar de una escena de crimen que está conectada con otra que tuvimos hace cinco días. Al principio, la puse a ella en el caso, pero cuando pensé que podíamos tener a un asesino en serie en nuestras manos, le pedí que nos proporcionara todo lo que tenía para que pudiera pasároslo a vosotros. Tenemos un asesinato… el segundo de su clase en cinco días. White, te llamé a ti específicamente porque te quería en el asunto en base a tu trayectoria—el Asesino del Espantapájaros en concreto.”

      “¿De qué caso se trata?” preguntó Mackenzie.

      Yardley giró el portátil para ponerlo frente a ellos. Mackenzie se fue a la silla que estaba más cerca de ella y tomó asiento. Miró la imagen en la pantalla con un silencio como atenuado que había llegado a conocer muy bien—la capacidad de estudiar una imagen grotesca como parte de su trabajo pero con la compasión resignada que la mayoría de los seres humanos sentirían ante una muerte tan trágica.

      Vio a un hombre mayor, de pelo y barba básicamente canosos, colgando del portón de una iglesia. Tenía los brazos extendidos y su cabeza estaba inclinada hacia abajo en un ademán de parodia de crucifixión. Tenía marcas de navajazos en su pecho y un corte enorme en la frente. Le habían dejado en su ropa interior, que había absorbido mucha de la sangre que había caído de su entrecejo y de su pecho. Por lo que podía ver en las fotos, estaba bastante segura de que le habían clavado las manos al portón. Sin embargo, los pies simplemente estaban atados con una cuerda.

      “Esta es la segunda víctima,” dijo Yardley. “Reverendo Ned Tuttle, de cincuenta y cinco años de edad. Le encontró una mujer mayor que había pasado por la iglesia para poner flores en la tumba de su marido. El equipo forense se encuentra en la escena en este momento. Parece que colocaron allí el cuerpo hace menos de cuatro horas. Ya hemos enviado a unos agentes para que notifiquen a la familia.”

      Una mujer a la que le gusta ponerse al mando y conseguir resultados, pensó Mackenzie. Quizá nos podamos llevar bien.

      “¿Qué sabemos de la primera víctima?” preguntó Mackenzie.

      McGrath le pasó una carpeta. Mientras la abría y miraba los contenidos, McGrath le puso al corriente. “Padre Costas, de la Iglesia Católica del Sagrado Corazón. Le encontraron СКАЧАТЬ