Antes De Que Peque . Блейк Пирс
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СКАЧАТЬ las gracias. Ellington y ella salieron sigilosamente del apartamento. Cuando empezaron a bajar las escaleras el uno junto al otro, Ellington tomó su mano.

      “¿Estás bien?” le preguntó.

      “Claro,” dijo ella, confundida. “¿Por qué?

      “Dos chicos… su padre acaba de morir y no están seguros de cómo enfrentarse a ello. Con todas las especulaciones sobre el viejo caso de tu padre últimamente… solo me estaba preguntando.”

      Ella le sonrió, regocijándose en el aliento que le daba a su corazón en esos momentos. Dios, puede ser tan encantador…

      A medida que caminaban hacia la mañana juntos, también se dio cuenta de que tenía razón: la razón por la que ella quería quedarse y seguir charlando era para ayudar a los hermanos Tuttle a resolver los problemas que habían tenido con su padre.

      Por lo visto, el fantasma del caso recientemente reabierto de su padre le acechaba más de lo que quería reconocer.

      ***

      Divisar la iglesia Presbiteriana Cornerstone a la luz de la mañana resultaba surrealista. Mackenzie conducía junto a ella de camino a su reunión con el reverendo Jerry Levins. Levins vivía en una casa que se asentaba a solo media manzana de la iglesia, algo que Mackenzie había visto con frecuencia durante su etapa en Nebraska donde los líderes de las iglesias pequeñas solían vivir muy cerca de sus casas de devoción.

      Cuando llegaron a casa de Levins, había numerosos coches aparcados al lado de la calle y en la entrada a su garaje. Asumió que se trataba de miembros de Cornerstone, que habían venido para buscar consuelo o para ofrecer su apoyo al reverendo Levins.

      Cuando Mackenzie llamó a la puerta principal de la modesta casa de ladrillo, le respondieron de inmediato. Era obvio que la mujer que salió a abrirles la puerta había estado llorando. Miró con desconfianza a Mackenzie y a Ellington hasta que Mackenzie le mostró su placa.

      “Somos los agentes White y Ellington, del FBI,” dijo. “Nos gustaría hablar con el Reverendo Levins, si está en casa.”

      La mujer les abrió la puerta y entraron a una casa que resonaba con lloros y gemidos. En alguna otra parte de la casa, Mackenzie podía oír el murmullo de oraciones.

      “Iré a buscarle,” dijo la mujer. “Hagan el favor de esperar aquí.”

      Mackenzie observó cómo la mujer atravesaba la casa, entrando a una pequeña sala de estar en cuya entrada había unas cuantas personas de pie. Después de algunos susurros, un hombre alto y calvo se acercó caminando hacia ellos. Igual que la mujer que había respondido a la puerta, también era evidente que había estado llorando.

      “Agentes,” dijo Levins. “¿Puedo ayudarles?”

      “En fin, ya sé que son momentos muy tensos y tristes para usted,” dijo Mackenzie, “pero esperamos obtener cualquier información que podamos sobre el reverendo Tuttle. Cuanto antes podamos conseguir pistas, más rápido atraparemos al responsable de esto.”

      “¿Creen que su muerte pueda estar relacionada con la de ese pobre sacerdote esta semana?” preguntó Levins.

      “No podemos saberlo con certeza,” dijo Mackenzie, aunque ya estaba convencida de que era así. “Y por esa razón esperábamos que pudiera hablar con nosotros.”

      “Por supuesto,” dijo Levins. “Mejor afuera en la escalera. No quiero interrumpir las plegarias que se están llevando a cabo aquí.”

      Les llevó de vuelta a la mañana, donde tomó asiento en las escaleras de hormigón. “Debo decirles, que no estoy seguro de lo que van a encontrar sobre Ned,” comentó Levins. “Era un creyente de primera. Además de algunos problemas con su familia, no sé si tenía algo que se pareciera ni de lejos a un enemigo.”

      “¿Tenía amigos dentro de la iglesia sobre los que pueda albergar dudas respecto a su moralidad u honradez?” preguntó Ellington.

      “Todo el mundo era amigo de Ned Tuttle,” dijo Levins, secándose una lágrima de los ojos. “El hombre era lo más parecido a un santo que se pueda encontrar. Devolvía a la iglesia al menos un veinticinco por ciento de su salario habitualmente. Siempre estaba en la ciudad, ayudando a dar de comer y proveer de ropa a los necesitados. Cortaba el césped para algunos ancianos, hacía reparaciones domésticas para viudas, y se iba a Kenia tres veces al año de misionario para ayudar en una obra médica.”

      “¿Sabe alguna cosa sobre su pasado que pudiera resultar sospechosa?” preguntó Mackenzie.

      “No. Y no es poco decir porque sé muchas cosas sobre su pasado. Él y yo compartimos muchas historias sobre nuestros problemas. Y puedo decirles en confianza que, entre las pocas cosas pecaminosas que experimentó en el pasado, no había nada que pudiera sugerir que le trataran como lo hicieron anoche.”

      “¿Qué hay de otras personas dentro de la parroquia?” preguntó Mackenzie. “¿Había miembros de la iglesia que pudieran sentirse ofendidos por algo que hubiera dicho o hecho el reverendo Tuttle?”

      Levins pensó en ello durante un instante antes de sacudir la cabeza. “No. Si hubiera algún problema de ese tipo, Ned nunca me lo contó y yo no me enteré. Pero repito… les puedo decir con la mayor certeza que no tenía enemigos según mi conocimiento.”

      “Quizá sepa si—” comenzó a decir Ellington.

      Sin embargo, Levins levantó la mano, como si quisiera rechazar el comentario. “Lo siento mucho,” dijo. “La verdad es que me siento bastante triste por la pérdida de mi buen amigo, y tengo a muchos miembros de la iglesia llorando dentro de mi casa. Estaré encantado de responder a las preguntas que tengan en los próximos días, pero, en este momento, necesito volver con Dios y con mi congregación.”

      “Desde luego,” dijo Mackenzie. “Le entiendo, y lamento mucho su pérdida.”

      Levins consiguió esbozar una sonrisa cuando se puso de nuevo en pie. Había lágrimas recientes corriendo por sus mejillas. “Lo dije en serio,” susurró, haciendo lo que podía por no derrumbarse delante de ellos. “Denme un día más o menos. Si hay algo más que tienen que preguntar, díganmelo. Me gustaría colaborar para llevar a quienquiera que haya hecho esto ante la justicia.”

      Dicho esto, regresó de nuevo al interior de la casa. Mackenzie y Ellington regresaron a su coche mientras el sol tomaba su posición natural en el cielo. Era difícil de creer que solo fueran las 8:11 de la mañana.

      “¿Y ahora qué?” preguntó Mackenzie. “¿Alguna idea?”

      “Bueno, llevo levantado casi cuatro horas y todavía no he tomado café. Ese parece un buen lugar por el que empezar.”

      ***

      Veinte minutos después, Mackenzie y Ellington estaban sentados frente a frente en una pequeña cafetería. Mientras tomaban su café, repasaron los documentos sobre el padre Costas que habían conseguido en el despacho de McGrath y los archivos digitales sobre el reverendo Tuttle que habían enviado por email al teléfono de Mackenzie.

      Además de examinar las fotografías, no había mucho que estudiar. Incluso en el caso del padre Costas, en el que había papeleo de acompañamiento, no había gran cosa que decir. Habían acabado con su vida СКАЧАТЬ