La Senda De Los Héroes . Морган Райс
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СКАЧАТЬ aquí hoy, por el legado de la tradición.  Como ustedes saben, en este día, el día de la boda de mi hija mayor, mi labor es nombrar a un sucesor.  Un heredero para gobernar este reino.  En caso de morir, no hay nadie mejor para hacerlo que su madre. Pero las leyes de nuestro reino dictan que solo la promulgación de un rey puede tener éxito. Por lo tanto, tengo que elegir”.

      MacGil recobró el aliento, pensando.  Un pesado silencio flotaba en el aire y podía sentir el peso de la expectación.  Los miró a los ojos y vio diferentes expresiones en cada uno.  El hijo bastardo se veía resignado, sabiendo que no iba a sr elegido.  Los ojos del desviado se encendieron de ambición, como si esperara que el elegido fuera él.  El borracho miró por la ventana; no le importaba.  Si hija lo miró con amor, sabiendo que ella no era parte de esa discusión, pero pese a eso, amaba a su padre.  Lo mismo pasaba con su hijo menor.

      “Kendrick, siempre te he considerado un hijo verdadero.  Pero las leyes de nuestro reino me impiden pasar la monarquía a alguien que no sea legítimo”.

      Kendrick hizo una reverencia. “Padre, yo no esperaba que lo hicieras. Estoy contento con mi suerte.  No dejes que esto te confunda”.

      A MacGil le incomodó su respuesta, ya que sabía lo genuino que era él, y quería con más ganas nombrarlo heredero.

      “Quedan ustedes cuatro. Reece, eres un buen joven, el mejor que he visto en mi vida.  Pero eres demasiado joven para ser parte de esta discusión”.

      “Lo esperaba, padre”, Reece respondió con una ligera reverencia.

      “Godfrey, tú eres uno de mis tres hijos legítimos—pero has elegido desperdiciar tus días en la taberna, con la basura.  Se te concedieron todos los privilegios en la vida, y has rechazado cada uno de ellos. Si tengo alguna gran decepción en esta vida, eres tú”.

      Godfrey hizo una mueca, moviéndose incómodo.

      “Bueno, entonces supongo que esto se acabó para mí y voy a volver a la taberna, ¿no es así, padre?”

      Con una rápida reverencia burlona, Godfrey se volvió y se fue pavoneando por la habitación.

      “¡Regresa aquí!”, dijo MacGil. “¡AHORA!”.

      Godfrey continuó pavoneándose, ignorándolo.  Cruzó la habitación y abrió la puerta.  Dos guardias estaban ahí parados.

      MacGil hervía de rabia, mientras los guardias lo miraban interrogantes.

      Pero Godfrey no esperó; se abrió paso a empujones hacia el vestíbulo.

      “¡Deténganlo!”, gritó MacGil. “Y aléjenlo de la vista de la reina. No quiero que su madre se agobie al verlo en el día de la boda de su hija”.

      “Sí, mi señor”, dijeron ellos, cerrando la puerta mientras corrían tras él.

      MacGil se sentó ahí, respirando, con la cara roja, tratando de calmarse. Por milésima vez, se preguntaba qué había hecho para tener un hijo así.

      Miró a sus hijos restantes.  Los cuatro lo miraron, esperando en el sofocante silencio. MacGil respiró profundo, tratando de concentrarse.

      “Solamente quedan dos de ustedes”, continuó diciendo. “Y entre esos dos, he elegido a un sucesor”.

      MacGil miró a su hija.

      “Gwendolyn, esa eres tú”.

      Hubo un grito ahogado en la habitación; todos sus hijos parecían sorprendidos, sobre todo Gwendolyn.

      “¿Has hablado con precisión, padre?”, preguntó Gareth. “¿Dijiste Gwendolyn?”.

      “Padre, me siento honrada”, dijo Gwendolyn. “Pero no puedo aceptar.  Soy mujer”.

      “Es cierto, una mujer nunca se ha sentado en el trono de los MacGil. Pero he decidido que es tiempo de cambiar la tradición. Gwendolyn, eres la mujer joven con más inteligencia y espíritu que he conocido. Eres joven, pero si Dios quiere, no moriré pronto, y llegado el momento, tendrás la suficiente sabiduría para gobernar. El reino será tuyo”.

      “¡Pero, padre…!”, gritó Gareth, con la cara lívida. “¡Soy el hijo legítimo mayor! ¡Siempre, en toda la historia de los MacGil, la monarquía ha pasado al hijo mayor!”.

      “Yo soy el rey”, contestó MacGil de manera amenazante, “y yo dicto la tradición”.

      “¡Pero no es justo!”, dijo Gareth, con voz quejumbrosa. “Se supone que yo voy a ser el rey. No mi hermana. ¡No una mujer!”.

      “¡Cierra la boca, muchacho!”, gritó MacGil, temblando de rabia. “¿Te atreves a cuestionar mi juicio?”.

      “¿Una mujer va a pasar por encima de mí? ¿Eso es lo que piensas de mí?”.

      “He tomado mi decisión”, dijo MacGil. “Vas a respetarla y seguirla obedientemente, como todos los súbditos de mi reino.  Ahora ya pueden irse todos”.

      Sus hijos reverenciaron sus cabezas rápidamente y salieron de la habitación.

      Pero Gareth se detuvo en la puerta, incapaz de salir.

      Se dio la vuelta y solo, encaró a su padre.

      MacGil podía ver la decepción en su rostro.  Obviamente, él esperaba ser nombrado heredero el día de hoy.  Aún más: él lo había deseado. Con desesperación.  Lo cual no sorprendió a MacGil en absoluto—y fue el mismo motivo por lo que no se lo dio a él.

      “¿Por qué me odias, padre?”, preguntó él.

      “No te odio. Pero no creo que estés preparado para gobernar mi reino”.

      “¿Por qué no?”, dijo Gareth presionando.

      “Porque eso es precisamente lo que buscas”.

      La cara de Gareth se volvió de un tono carmesí oscuro. MacGil le había dado una muestra de su verdadera naturaleza. MacGil miró sus ojos, los vio arder con un odio hacia él que nunca imaginó posible.

      Sin otra palabra, Gareth salió furioso de la habitación y cerró la puerta de un portazo detrás de él.

      Con el eco que reverberaba, MacGil se estremeció.  Recordó la mirada de su hijo y percibió un odio profundo, más profundo que incluso el de sus enemigos.  En ese momento, pensó en Argon, en su pronunciamiento, en el peligro tan cerca.

      ¿Podría estar así de cerca?

      CAPÍTULO SEIS

      Thor corrió por el vasto campo de arena, a toda velocidad. Detrás de él, podía escuchar los pasos de los guardias del rey, muy cerca. Lo persiguieron a través del paisaje caluroso y polvoriento, maldiciendo a su paso.  Ante él estaban los miembros—y nuevos reclutas—de la Legión, docenas de muchachos, iguales que él, pero mayores y con más fuerza. Ellos estaban entrenando y poniéndose a prueba en varias formaciones, algunos lanzando arpones, otros lanzando jabalinas, algunos practicando sus agarres en las lanzas. Apuntaban a objetivos distantes y rara vez fallaban.  Esa era su competencia, y parecían estupendos.

      Entre ellos se encontraban docenas de caballeros reales, miembros de Los Plateados, de pie, en un amplio СКАЧАТЬ