La Senda De Los Héroes . Морган Райс
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Читать онлайн книгу La Senda De Los Héroes - Морган Райс страница 14

СКАЧАТЬ style="font-size:15px;">      El guardia sacó una cadena con un grillete en el extremo.  Se acercó a Thor, con la venganza en su rostro.

      Thor pensó rápidamente. No podía permitir ser encadenado—pero tampoco quería hacerle daño a un miembro de la Guardia Real.  Tenía que pensar en algo—y rápido.

      Se acordó de su honda. Sus reflejos entraron en acción cuando la agarró, colocó una piedra, apuntó, y la dejó volar.

      La piedra se elevó por los aires y derribó las cadenas de las manos, dejó al guardia aturdido; también golpeó los dedos del guardia.  Éste se echó hacia atrás y movió su mano, gritando de dolor, mientras las cadenas caían al suelo.

      El guardia miró a Thor con odio, sacó su espada. Salió con el conocido sonido metálico.

      “Ése fue tu último error”, le dijo de manera amenazante y yendo al ataque.

      Thor no tenía otra opción: este hombre no iba a dejarlo en paz.  Puso otra piedra en su honda y la lanzó. Apuntó deliberadamente—no quería matar al guardia, pero tenía que detenerlo. Así que en lugar de apuntar hacia su corazón, nariz, ojos o cabeza, Thor apuntó hacia el único lugar que lo detendría sin matarlo.

      Entre las piernas del guardia.

      Dejó volar la piedra—no a toda velocidad, sino que solamente lo suficiente para derribar al hombre.

      Fue un tiro perfecto.

      El guardia se desplomó, dejando caer su espada, agarrando su entrepierna mientras se desplomaba en el suelo y se acurrucaba en ovillo.

      “¡Te ahorcaré por esto!”, gimió él entre gruñidos de dolor. “¡Guardias! ¡Guardias!”.

      Thor miró hacia arriba y a lo lejos vio a varios guardias del rey corriendo hacia él.

      Era ahora o nunca.

      Sin perder un minuto más, corrió hacia el borde de la ventana.  Tendría que pasar por la arena y darse a conocer.  Y lucharía contra cualquiera que se interpusiera en su camino.

      CAPÍTULO CINCO

      MacGil se sentó en la sala superior de su castillo, en su sala de reunión privada. La que usaba para sus asuntos personales.  Se sentó en su trono privado, de madera tallada, y miró a sus cuatro hijos de pie delante de él.  Ahí estaba su hijo mayor, Kendrick, de veinticinco años, buen guerrero y un verdadero caballero. Él, de todos sus hijos, era el que más se parecía a MacGil—lo cual era irónico, ya que era hijo bastardo de una mujer de MacGil, a la que ya había olvidado hacía mucho tiempo. MacGil había criado a Kendrick con sus verdaderos hijos, a pesar de las protestas iniciales de la reina, con la condición de que nunca ascendiera al trono.  Eso le dolía a MacGil ahora, ya que Kendrick era el mejor hombre que había conocido, un hijo del que estaba orgulloso de ser su padre. No habría habido mejor heredero para el reino.

      Junto a él, en marcado contraste, estaba su segundo hijo—sin embargo, era su primogénito legítimo—Gareth, de veintitrés años, delgado, de mejillas hundidas y grandes ojos marrones que nunca dejaban de ser esquivos. Su personaje no podría ser más diferente al de su hermano mayor.  La naturaleza de Gareth era todo lo que Kendrick no era: mientras su hermano era sincero, Gareth escondía sus verdaderos pensamientos; mientras que su hermano era orgulloso y noble, Gareth era deshonesto y mentiroso. Le dolía a MacGil sentir desagrado por su propio hijo, y había intentado corregir su naturaleza muchas veces; pero en algún momento de la adolescencia del joven, notó que su naturaleza estaba predestinada: la intriga, el hambre de poder y la ambición en todos los sentidos equivocados de la palabra. MacGil sabía que Gareth no amaba a las mujeres, y que tenía muchos amantes masculinos. Otros reyes habrían de destituir a un hijo así, pero MacGil era de mente más abierta y para él, eso no era motivo para no amarlo. Él no lo juzgaba por eso. Lo que sí criticaba era su naturaleza malvada, intrigante, y no la podía pasar por alto.

      En fila, junto a Gareth, estaba la segunda hija de MacGil, Gwendolyn. Acababa de cumplir su décimo sexto cumpleaños; era la niña más hermosa que había visto en su vida—y su naturaleza eclipsaba incluso su aspecto. Era amable, generosa, honesta—la mejor jovencita que había conocido. En ese sentido era muy parecida a Kendrick. Ella veía a MacGil con amor de una hija hacia su padre, y él siempre había sentido la lealtad de ella en cada mirada.  Él estaba más orgulloso de ella que de sus hijos.

      A un lado de Gwendolyn estaba el hijo menor de MacGil, Reece, un joven orgulloso y enérgico quien, a los catorce años, se estaba convirtiendo en hombre. MacGil había visto con gran placer su iniciación en la Legión, y ya notaba el tipo de hombre que iba a ser. Algún día, MacGil no tenía ninguna duda, Reece sería su mejor hijo y un gran gobernante.  Pero ese día no era ahora.  Todavía era muy joven, y tenía mucho que aprender.

      MacGil tenía sentimientos encontrados mientras inspeccionaba a los cuatro; sus tres hijos y su hija, de pie delante de él. Sintió orgullo mezclado con decepción. También sintió rabia y molestia, porque no estaban dos de sus hijos.  La mayor, su hija Luanda, desde luego, se estaba preparando para la boda, y como ella se estaba casando con alguien de otro reino, no tenía por qué participar en esta discusión de los herederos. Pero su otro hijo, Godfrey, de dieciocho años, el de en medio, estaba ausente. MacGil enrojeció por el desaire.

      Desde que era un niño, Godfrey había mostrado falta de respeto hacia la realeza; siempre estuvo claro que no le interesaba y que nunca gobernaría.  Era la más grande decepción de MacGil.  En vez de eso, Godfrey eligió pasar sus días en tabernas, con amigos malhechores, ocasionando cada vez más, vergüenza y deshonra a la familia real. Él era un haragán, durmiendo la mayor parte de sus días y llenando los demás, con la bebida.  Por un lado, MacGil se sentía aliviado de que él no estuviese ahí; por otro lado, era un insulto que no podía soportar. De hecho, ya esperaba eso y había enviado antes a sus hombres para peinar las tabernas y llevarlo de vuelta.  MacGil se sentó en silencio, esperando a que lo hicieran.

      La pesada puerta de roble finalmente se abrió de golpe y entraron los guardias reales, arrastrando a Godfrey entre ellos.  Le dieron un empujón y Godfrey tropezó en la habitación, mientras cerraban la puerta detrás de él.

      Sus hermanos y hermana se dieron vuelta y lo miraron.  Godfrey estaba desaliñado, apestaba a cerveza, no se había afeitado y estaba medio vestido.  Él les sonrió. Insolente. Como siempre.

      “Hola, padre”, dijo Godfrey. “¿Me perdí la diversión?”.

      “Párate junto a tus hermanos y espera a que yo hable. Si no lo haces, que Dios me ayude, te voy a encadenar en el calabozo con el resto de los presos comunes, y no verás comida—mucho menos bebida—durante tres días completos”.

      Desafiante, Godfrey miró a su padre.  Con esa mirada, MacGil detectó en su interior una profunda reserva de fuerza, algo de él mismo, una chispa de algo que algún día le podría servir a Godfrey.  Eso, si es que algún día superaba su propia personalidad.

      Rebelde hasta el final, Godfrey esperó diez segundos antes de que finalmente, obedeciera y caminara sin prisa hacia los demás.

      MacGil examino a esos cinco hijos de pie delante de él: el bastardo, el desviado, el borracho, su hija y su hijo menor.  Era una mezcla extraña, y casi no podía creer que todos descendieran de él. Y ahora, en la boda de su hija mayor, era su labor elegir al heredero de ese grupo. ¿Cómo era posible?

      Era algo inútil; después de todo, él estaba en su mejor momento y podría gobernar otros treinta años más.  Sin importar a quién eligiera СКАЧАТЬ