Encontrada . Морган Райс
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СКАЧАТЬ de la ciudad dando codazos a la gente. Una anciana, que cargaba una canasta sobre su cabeza, se acercó demasiado, y él la golpeó con fuerza en el hombro haciéndola volar golpeando su cesta y desparramando las frutas por todas partes.

      "¡Hey!", un hombre grito. “¡Mira lo que hiciste! ¡Pídele una disculpa!"

      El hombre se dirigió a Sam y estúpidamente, extendió su mano y agarró su abrigo. El hombre debió haberse dado cuenta de que el abrigo ceñido, negro y de cuero no era común. El hombre debió haberse dado cuenta de que la ropa de Sam era de otro siglo, y que Sam era el último hombre con quien quería meterse.

      Sam miró la mano del hombre como si fuera un insecto, y luego le agarró la muñeca y, con la fuerza de un centenar de hombres, se la dio vuelta. El hombre abrió sus ojos con miedo y dolor, mientras Sam seguía torciendo su muñeca. Finalmente, el hombre se volvió de lado y cayó sobre sus rodillas. Sin embargo, Sam siguió retorciéndosela hasta que oyó un crujido repugnante, y el hombre gritó por el brazo roto.

      Sam se inclinó hacia atrás y pateó al hombre con fuerza en la cara, dejándolo inconsciente sobre el suelo.

      Un pequeño grupo de transeúntes que había estado observando se apartó de Sam dándole todo el espacio para que siguiera su camino. Nadie quería estar cerca de él.

      Sam siguió caminando hacia la multitud y pronto estaba rodeado por más y más gente. Se mezcló con una corriente interminable de humanos. No sabía qué camino seguir, pero lo abrumó un nuevo deseo. Lo inundó el deseo de alimentarse. Quería sangre. Quería carne fresca.

      Sam se dejó llevar por sus sentidos que lo condujeron por un callejón. Al descender más y más, el callejón se hizo estrecho, más oscuro, más alto y aislándose del resto de la ciudad. Era una parte sórdida de la ciudad, y la multitud se veía más marginal.

      Mendigos, borrachos y prostitutas llenaban las calles, y Sam pasó junto a varios hombres gordos, pícaros, sin afeitar, sin algunos dientes, que se tropezaban al caminar. Sam se inclinaba y chocaba con ellos, enviándolos volando en todas direcciones. Sabiamente, ninguno se detuvo a desafiarlo, aparte de gritar un indignado "¡Hey"

      Sam siguió su camino y de pronto se encontró en una pequeña plaza. De pie en el centro, de espaldas a él, había un círculo de una docena de hombres, vitoreando. Sam se acercó y se abrió paso para ver qué estaban vitoreando.

      En medio del círculo había dos gallos quitándose pedazos, estaban cubiertos de sangre. Sam vio a los hombres hacer sus apuestas, intercambiando monedas antiguas. Peleas de gallos. El deporte más antiguo del mundo. Habían pasado muchos siglos, y sin embargo, nada había cambiado.

      Sam ya había visto suficiente. Se estaba poniendo ansioso y sintió la necesidad de crear algo de caos. Entró al centro del anillo, hasta donde estaban los dos pájaros. La multitud estalló en un grito de indignación.

      Sam no les hizo caso. Agarró a uno de los gallos por su garganta, lo levantó y lo hizo girar sobre su cabeza. Hubo un crujido, hasta que el animal se aflojó en su mano con el cuello roto.

      Los colmillos de Sam se alargaron y los hundió en el cuerpo del gallo. Su boca se llenó de sangre que se derramó corriendo por la cara y sus mejillas. Insatisfecho, arrojó el pájaro. El otro gallo corrió tan rápido como pudo.

      Claramente sorprendida, la multitud se quedó mirando a Sam. Pero éstos eran tipos rudos que no se asustaban fácilmente. Lo miraron enfurecidos, iban a enfrentarlo.

      “¡Arruinaste nuestro deporte!", uno de ellos protestó.

      “¡Vas a pagar por esto!" gritó otro.

      Varios hombres corpulentos sacaron puñales cortos y se lanzaron sobre Sam, querían acuchillarlo.

      Sam apenas se estremeció. Vio como todo sucedía en cámara lenta. Con sus reflejos un millón de veces más rápidos, simplemente extendió la mano, agarró en el aire la muñeca del hombre y se la retorció con el mismo movimiento, rompiendo su brazo. Luego se inclinó hacia atrás y le dio una patada en el pecho, mandándolo volando de regreso al círculo.

      Cuando otro hombre se acercó, Sam se lanzó hacia adelante y lo golpeó. Se acercó y, antes de que el hombre pudiera reaccionar, hundió sus colmillos en su garganta. Sam bebió profundamente, la sangre se chorreaba por todas partes mientras el hombre gritaba de dolor. En unos momentos, Sam le succionó vida, y el hombre se desplomó inconsciente sobre el suelo.

      Llenos de terror, los demás miraron. Era claro de que estaban frente a un monstruo.

      Sam dio un paso hacia ellos, y todos se volvieron y salieron corriendo. Desaparecieron como moscas y, en unos segundos, Sam era el único que quedaba en la plaza.

      Los había vencido. Pero no le era suficiente. No había satisfacción a la sangre y la muerte y la destrucción que ansiaba. Quería matar a todos los hombres de esa ciudad. Ni siquiera eso sería suficiente. No poder encontrar satisfacción lo frustraba infinitamente.

      Se echó hacia atrás, miró al cielo, y rugió. Era el grito de un animal que había sido liberado. Su grito de angustia se disparó en el aire y reverberó en las paredes de piedra de Jerusalén, más fuerte que las campanas, más fuerte que los rezos. Por unos momentos, el rugido sacudió las paredes y abarcó la totalidad de la ciudad, de uno a otro extremo mientras sus habitantes se detuvieron, escucharon y aprendieron a temer.

      En ese momento, supieron que había un monstruo suelto en la ciudad.

      CAPÍTULO CUATRO

      Caitlin y Caleb caminaban por la empinada ladera de la montaña hacia la aldea de Nazaret. El terreno era rocoso, y se resbalaban más que caminaban por la ladera empinada, levantando tierra. A medida que avanzaban, el terreno comenzó a cambiar, la roca dio paso a matas de maleza y alguna palmera, y luego a hierba. Finalmente, llegaron a un olivar y caminaron en medio de hileras de olivos, mientras continuaban hacia la ciudad.

      Caitlin miró de cerca las ramas y vio miles de pequeñas aceitunas que brillaban en el sol, y se maravilló de lo bonitas que eran. Cuanto más se acercaban a la ciudad, los árboles eran más verdes. Caitlin miró hacia abajo y desde ese punto pudo tener una vista de pájaro del valle y la ciudad.

      Como un pequeño pueblo enclavado en medio de enormes valles, Nazaret apenas podía considerarse una ciudad. No parecía tener más de unos pocos cientos de habitantes y unas pocas docenas de edificios pequeños de un solo piso construidas de piedra. Varios parecían estar construidos con una piedra caliza blanca y, a lo lejos, Caitlin vio a aldeanos machacar las enormes canteras de piedra caliza que rodeaban la ciudad. Oía el eco de su martillos y veía el polvo de piedra caliza flotar en el aire.

      Nazaret estaba rodeada por un sinuoso muro bajo de piedra de tal vez de diez metros de altura, que se veía antiguo, aun en esa época. En el centro había una amplia puerta arqueada abierta. Nadie hacía guardia en la puerta, y Caitlin supuso que no tenían ninguna razón; después de todo, se trataba de un pequeño pueblo en el medio de la nada.

      Caitlin se preguntó por qué habían despertado en esa época y en ese lugar. ¿Por qué Nazaret? Pensó de nuevo y trató de recordar lo que sabía de Nazaret. Recordaba haber aprendido una vez algo al respecto, pero no podía recordarlo. ¿Y por qué el primer siglo? Había sido un salto espectacular desde la Escocia medieval, y de pronto extrañaba Europa. Este nuevo paisaje, con sus palmeras y el calor del desierto, era muy extraño. Más que nada, Caitlin se preguntó si Scarlet estaba detrás de esas paredes. Esperaba -rezó- para que estuviera allí. Tenía que encontrarla. No estaría tranquila hasta dar con ella.

      Llena СКАЧАТЬ