Название: La Muchacha De Los Arcoíris Prohibidos
Автор: Rosette
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Современная зарубежная литература
isbn: 9788873045663
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—No encontré a la señora Mc Millian —insistí. Un pez que todavía se aferra al anzuelo, que aún no ha comprendido que se trata de un anzuelo.
—Ah, claro, es su día libre —admitió él. Pero luego su enojo resurgió, sólo había estado temporalmente calmado—. No quiero historias de amor entre mis empleados.
—¡Ni siquiera se me había cruzado por la cabeza! —dije impetuosamente, con una sinceridad que me hizo merecedora de una sonrisa de aprobación de parte suya.
—Me alegro de eso. —Sus ojos eran gélidos a pesar de su sonrisa—. Pero por supuesto que eso no sirve para mí. No tengo nada en contra de tener historias con los empleados, yo. —Enfatizó sus palabras, como para reforzar la tomadura de pelo.
Por primera vez tuve ganas de darle un puñetazo, y comprendí que no sería la primera. No libre para descargar mi ira con quien quería, mis manos apretaron más fuerte el manojo, olvidándose de las espinas. El dolor me cogió de sorpresa, como si me creyera inmune a las espinas, acostumbrada como estaba a combatir contra otras.
—¡Ay! —Retiré de golpe la mano.
—¿Te has hincado?
Mi mirada fue más elocuente que cualquier respuesta. Extendió su mano, para buscar la mía.
—Hazme ver.
Se la mostré, como una autónoma. La gota de sangre resaltaba en la piel blanca. Oscura, negra para mis ojos anómalos. Roja carmín para los suyos, normales.
Traté de retirar mi mano, pero la tenía apretada con fuerza. Lo observé, sorprendida. Su mirada no abandonaba mi dedo, como si estuviera secuestrado, hipnotizado. Luego, como de costumbre, todo acabó. Su expresión cambió, al punto que no sabría descifrarla. Pareció tener náuseas y retiró su mirada deprisa y corriendo. Mi mano quedó libre, y me llevé el dedo a la boca, para chuparme la sangre.
Giró su cabeza de nuevo en mi dirección, como guiado por una fuerza imparable y poco grata. Su expresión era agonizante, sufriente. Pero sólo por un instante. Sobrecogedora e ilógica.
—El libro prosigue bien. He recobrado mi vena —dijo, como si respondiera a una pregunta mía nunca formulada—. ¿Te incomoda traerme una taza de té?
Me agarré de sus palabras, como un cable echado a un náufrago.
—Voy enseguida.
—¿Podrás hacerlo sola, esta vez?
Su ironía fue casi agradable, tras la terrible mirada de antes.
—Trataré —respondí, siguiendo el juego.
Esta vez no encontré a Kyle, y fue un alivio. Me moví por la cocina con mayor seguridad que en el jardín. Dado que consumía todas las comidas allí, en compañía de la señora Mc Millian, conocía todos sus escondrijos. Encontré sin esfuerzo el hervidor de agua en el mueble colgante al lado del frigorífico, y los sobres de té en una lata de hojalata, en otro. Volví arriba, con la fuente entre las manos.
El señor Mc Laine no levantó la mirada cuando me vio entrar. Evidentemente sus oídos, como antenas de radar, habían captado que estaba sola.
—He traído azúcar y miel, ya que no sabía cómo prefiere beberlo. Y también leche.
Rio con sarcasmo, cuando miró la fuente.
—¿No era demasiado pesada para ti?
—Me las he arreglado —dije dignamente.
Defenderse de sus bromas verbales estaba convirtiéndose en una costumbre irrenunciable, sin duda preferible a la expresión trágica de pocos minutos antes.
—Señor...
Había llegado el momento de abordar una cuestión importante. El me mando una sonrisa llena de sincera benevolencia, como un monarca bien dispuesto hacia un súbdito leal.
—¿Sí, Melisande Bruno?
—Quisiera saber cuál será mi día libre —dije de un solo golpe, intrépida.
Él abrió los brazos y se estiró, voluptuosamente, antes de responder.
–¿Día libre? ¿Apenas has llegado, y ya quieres deshacerte de mí?
Pasé el peso de un pie a otro, mientras lo miré servirse una cucharada de leche y una cucharada de azúcar en el té, y luego sorber despacio.
—Hoy es domingo, señor, el día libre de la señora Mc Millian. Y mañana será exactamente una semana de mi llegada. Quizás es el momento de hablar de eso, Señor.
Por su expresión parecía que no quería darme ningún día libre.
—Melisande Bruno, ¿estás quizá pensando que no quiero concederte días libres? —preguntó burlón, como si me hubiera leído la mente. Estaba ya mascullando que no, que nunca se me hubiera pasado por la mente una cosa similar, absurda por lo demás, cuando añadió—: …Porque tendrías perfectamente razón.
—Quizás no he entendido bien, señor. ¿Es otra de sus bromas? —Tenía la voz débil, y me esforzaba por controlarla.
—¿Y si no lo fuera? —refutó, con unos ojos insondables como el océano.
Lo miré con la boca abierta.
—Pero la señora Mc Millian...
—Tampoco Kyle tiene días libres —me recordó, con una sonrisa socarrona. Tuve la ligera sensación de que se estuviera divirtiendo a más no poder.
—Él no tiene un horario fijo como el mío —dije fastidiada.
Tenía una ganas locas de explorar el pueblo y los alrededores de la casa, y me molestaba tener que luchar por un derecho. Él no movió una pestaña.
—Está siempre a mi disposición.
—Entonces,¿ cuándo tendría yo que salir? —pregunté alzando la voz—. ¿De noche, quizás? Estoy libre del ocaso al alba... ¿En lugar de dormir, tendré que callejear? A diferencia de Kyle yo vivo aquí, no vuelvo a casa por la noche.
—No te aventures a salir de noche. Es peligroso.
Sus palabras silenciosas se grabaron en mi conciencia, provocando un débil sentimiento de furia.
—Estamos en un callejón sin salida —dije, con voz gélida como la suya—. Quiero visitar los alrededores, pero no me concede un día libre para poder hacerlo. Por otro lado, sin embargo, me sugiere de forma amenazadora que no salga de noche, definiéndolo peligroso. ¿Qué me queda por hacer?
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