Автор: Daniela Bregantin
Издательство: Parkstone International Publishing
Жанр: Самосовершенствование
isbn: 978-1-68325-019-7
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Controlar el efecto
Se debe prestar atención no tanto a aquello que se quiere decir como al efecto que causa, porque «el “significado” de un mensaje está determinado por las reacciones que provoca, más que por la intención del emisor mientras lo transmite» (S. Lankton).
Si digo fisco y entiendes fiasco, la responsabilidad es mía. Es necesario dejar de fijarse en la intención para observar el efecto.
Al interlocutor, por otra parte, le interesa aquello que percibe; por tanto, el orador tiene una responsabilidad en el éxito de la comunicación que el público no tiene.
Los interrogantes del orador
¿Cuál es el objetivo de mi comunicación? Es fundamental definir con claridad el punto de llegada de nuestro discurso. ¿Queremos informar, divertir o convencer?
La identificación del objetivo y el conocimiento del público permiten al orador definir el contenido y el estilo del discurso. ¿Qué creemos que tenemos que decir a nuestro interlocutor que sea importante o necesario para aumentar sus conocimientos y competencias o conseguir un comportamiento nuevo?
La primera consideración útil para el orador es que todos, cuando encontramos a un desconocido, tendemos a «clasificarlo». Cuando el público nos ve por primera vez, intenta etiquetarnos, darnos un imprinting.
Así pues, la forma en que nos presentemos resultará decisiva: las personas interpretan las palabras que decimos a través de la impresión que damos. La duración estándar de un mensaje publicitario es de 24 segundos. Es el tiempo que necesita nuestro interlocutor para decidir si le gustamos o no.
Seguridad en uno mismo
¿Cómo esperamos que sea el orador? ¿Cómo debe mostrarse?
El orador debería expresar seguridad en sí mismo, es decir, adoptar «la actitud que, en cualquier situación, defina claramente su propia posición, darla a conocer, defenderla sin agresividad, admitiendo posiciones diferentes por parte de los demás» (E. Schuler).
Un comportamiento, en suma, que refuerza la propia imagen y los contenidos del discurso comunica profesionalidad y convicción, pero, al mismo tiempo, muestra apertura respecto a los interlocutores, empatía y respeto hacia las ideas y posiciones divergentes.
EL RECEPTOR, EL PÚBLICO
«Fue una gran representación. ¡Desgraciadamente, el público no era el adecuado!» (B. McRae).
Para que una intervención pública sea eficaz debe centrarse en el público. Parece una obviedad, pero veamos qué explica al respecto Jack Welch, presidente durante veinte años de la compañía General Electric, en su biografía Jack Welch: descubra la sabiduría del líder más admirado.
«Había trabajado durante ocho meses, cuando me dirigí a Nueva York, el 8 de diciembre de 1981, para pronunciar mi gran discurso sobre la “nueva General Electric”. Había redactado el discurso, lo había reescrito y examinado, y esperaba ardientemente que tuviese un gran impacto. Era, al fin y al cabo, mi primera exposición sobre hacia dónde quería llevar General Electric.
«Encontrarme por primera vez frente a los analistas de Wall Street como presidente era la cumbre de mi carrera.
«[…] los analistas llegaron aquel día esperando escuchar los resultados financieros y los éxitos alcanzados por la compañía durante el año.
«Esperaban un detallado análisis de las cuentas. Durante un discurso de veinte minutos, les di poco de lo que esperaban y, en cambio, me lancé a una discusión cualitativa sobre mi visión de la compañía. Había seguido mi camino sin permitir que sus miradas perdidas me desanimasen…».
El criterio de «utilidad»
Lo mismo puede sucedernos si antes de preparar una intervención no hacemos un análisis cuidadoso del público al que nos dirigimos.
La teoría andragógica (se ocupa del aprendizaje durante la edad adulta) considera que el adulto aprende aquello que necesita saber en relación con la fase vital que está atravesando y los diferentes roles que desempeña (trabajador, padre, directivo…). Sería, por tanto, el criterio de «utilidad» el que impulsaría el aprendizaje.
Considero que este criterio puede adaptarse fácilmente al acto de hablar en público. Nuestros oyentes prestarán atención principalmente a lo que piensan que será útil para ellos, y conjugable con su propia experiencia.
Realizar un cuidadoso análisis del grupo al que deberemos hablar constituye el punto de partida necesario para la creación de un producto comunicativo eficaz.
«Algunos autores […] fijan con sagacidad sociológica, y con exactitud estadística, su lector tipo: se dirigen, en cada caso, a niños, a melómanos, a médicos, a homosexuales, a amantes del surf, a campesinos pequeñoburgueses, a ingleses amantes de las telas, a pescadores subacuáticos. Como dicen los publicitarios, eligen un target (y una diana coopera muy poco, sólo espera ser golpeada). Actúan de manera que cada término, cada expresión, cada referencia enciclopédica sean aquellos que previsiblemente sus lectores pueden comprender».
Como nos recuerda Umberto Eco en Lector in fabula, los publicitarios – así como «algunos autores»– identifican su target y sobre él construyen su campaña de comunicación y persuasión. Un orador debería analizar las características del público al que dirigirá su discurso con la misma precisión y cuidado.
Variables que deben considerarse
Son muchas las variables que deben tenerse en cuenta.
Variables de carácter sociodemográfico
¿CUÁL ES LA EDAD DE LOS PARTICIPANTES?
Desde este punto de vista, es interesante la valoración de las diferentes características relacionadas con la edad puestas en evidencia por Aristóteles en el libro II de Retórica:
«Los jóvenes, en lo que respecta al carácter, se inclinan por desear y hacer aquello que desean. […] Son inconstantes y volubles en sus deseos, su deseo es intenso pero disminuye rápidamente. […] La mayor parte de su vida está llena de esperanza, porque la esperanza se refiere al futuro, mientras que el recuerdo se refiere al pasado, y para los jóvenes el futuro es extenso, mientras que el pasado es breve: el primer día de la vida, en efecto, no hay nada que recordar, mientras que se espera todo.
«Los viejos […] son suspicaces debido a su desconfianza, y son desconfiados a causa de su experiencia. […] viven más del recuerdo que de la esperanza. […] pasan el tiempo hablando del pasado porque hallan placer en el recuerdo».
Aristóteles se centra en estas dos importantes relaciones: jóvenes-futuro, ancianos-pasado. En efecto, una cosa es dirigirse a un grupo en el que la edad media es elevada y el grado de experiencia, СКАЧАТЬ