Curso rápido para hablar en público. La voz, el lenguaje corporal, el control de las emociones, la organización de los contenidos…. Daniela Bregantin
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СКАЧАТЬ mostrado a sus descendientes Tu promesa; bendice también a estos tus siervos, Konstantin y Ekaterina, conduciéndolos por el buen camino…», Lévin (el esposo) piensa: «Que has reunido a quienes estaban separados y has establecido entre ellos una alianza de amor. ¡Qué profundas son estas palabras y cómo corresponden a lo que se siente en este momento! ¿Siente ella lo mismo que yo?».

      Y sigue el autor:

      «Y, girándose, encontró la mirada de ella. Y de la expresión de esta mirada concluyó que ella sentía lo mismo que él. Pero no era cierto. No comprendía las palabras del servicio divino y no escuchaba siquiera…».

      Me parece que estas últimas líneas describen muy bien la imposibilidad de superponer la realidad y la representación, así como las interpretaciones erróneas que a menudo derivan de este hecho.

      «“El mundo es una representación mía”: he aquí una verdad válida para cualquier ser viviente y pensante» (A. Schopenhauer).

      Todos nosotros interpretamos las palabras y los comportamientos de los demás a través de un mapa de referencia construido sobre un entramado de experiencias, creencias, valores, referencias culturales, que, aun teniendo puntos de contacto con el mapa de referencia del interlocutor, sólo puede ser subjetivo. Dichas interpretaciones, como nuestra experiencia cotidiana nos confirma, producen continuamente distorsiones comunicativas.

      «Día tras día, hora tras hora, creamos malentendidos porque sobrepasamos límites bien definidos; oscurecemos el sentido del tú allí y yo aquí; mezclamos de diversos modos, con frecuencia de manera muy superficial, lo subjetivo y lo objetivo. Hacemos de los otros una simple extensión de nosotros mismos, atribuyéndoles nuestros pensamientos y nuestros comportamientos o valorando a la ligera su naturaleza, después de responderles como si fuesen realmente personajes que hemos inventado. O bien les obligamos a asumir un papel de doble de algún actor de nuestra anterior representación» (Hiram Haydn).

      Dichas consideraciones refuerzan posteriormente el presupuesto de que, para obtener resultados satisfactorios, un orador debe explicar su propia interpretación del mundo teniendo en cuenta la diversidad de interpretaciones que realizará el público.

      Conocer al público, lo que espera, sus valores, el ambiente cultural y profesional del que procede, tiene precisamente la función de permitir al orador estructurar una intervención que tenga presente tanto como sea posible las «representaciones» del público. Porque esto permite el encuentro, la comprensión recíproca, y, como escribe Luft, «[…] cuando nosotros y los demás comprendemos y nos sentimos comprendidos simultáneamente, en aquel momento el mundo es nuestro hogar».

      Relación y contenido

      «Toda comunicación tiene un aspecto de contenido y otro de relación, de manera que el segundo clasifica al primero y es, por tanto, metacomunicación» (P. Watzlawick).

      El contenido es la información transmitida, la relación es aquello que define a dicha información. La relación es información sobre la información: metacomunicación, por tanto.

      Una cosa es decir: «La voz es un instrumento que debe utilizarse con delicadeza», y otra: «Sigue hablando así y dentro de una hora estarás completamente afónico». La información vehiculada es la misma, la relación expresada no.

      A veces basta con cambiar el tono de la voz para transmitir un metamensaje diferente. O decir lo mismo en diferentes contextos.

      «Debe saber que todos tenemos tres cuerdas de reloj en la cabeza. La seria, la civil y la loca. Sobre todo, debiendo vivir en sociedad, utilizamos la civil; por eso está aquí en medio de la frente. – Nos comeríamos, señora mía, uno al otro, como perros rabiosos. – No se puede. – Me comería – por ejemplo— al señor Fifi. – No se puede. ¿Y qué hago entonces? Doy cuerda a la civil, y voy a su encuentro con cara sonriente, extendiendo la mano: “¡Oh, cuánto me alegra verle, querido señor Fifi!”. ¿Comprende, señora? Pero puede llegar el momento en que las aguas se enturbien. Y entonces… entonces, en primer lugar, doy cuerda a la seria, para aclarar, poner las cosas en su sitio, dar mis razones, decir, sin miramientos, lo que debo. ¡Y si no lo logro, desato, señora, la cuerda loca, pierdo el mundo de vista y ya no sé lo que hago!

      «[…] ¡Usted, señora, en este momento, perdóneme, debe haber girado sobre sí misma – porque le interesa (no quiero saberlo)– la cuerda seria o la cuerda loca, que le zumba dentro como cientos de abejorros! En cambio, querría hablar conmigo con la cuerda civil. ¿Qué ocurre? Ocurre que las palabras que salen de su boca son de la cuerda civil, pero están fuera de lugar. ¿Me explico?».

      Este monólogo de Ciampa, de El gorro de cascabeles, de Luigi Pirandello, pone en evidencia el conflicto que puede existir entre contenido y relación en el ámbito comunicativo. Queremos decir algo y nos sale otra cosa. Basta con pensar en las veces en que estamos molestos por algún motivo y no queremos admitirlo. Mientras decimos: «No me pasa nada» o «No ha sucedido nada», el tono de nuestra voz, nuestra mirada o los gestos de nuestro cuerpo dicen lo contrario.

      La transacción ulterior de Berne

      Eric Berne, padre del modelo psicológico que lleva el nombre de análisis transaccional, propone algo muy similar al hablar de la transacción ulterior, que define como el modo de comunicación en el que se envían al mismo tiempo dos mensajes: uno manifiesto y otro oculto. Aparecen en este caso un nivel social de comunicación, que está representado por el mensaje manifiesto, y uno psicológico, es decir, el mensaje oculto.

      Imaginemos que un marido pregunta a su mujer dónde están sus camisas y ella responde que las ha colocado en el cajón. Parece un intercambio normal de información entre dos personas adultas, pero si el tono de él fuese duro y acusatorio y el de ella lastimero, podría leerse algo más tras esa pregunta y esa respuesta. Quizás el marido está recriminando indirectamente a la mujer por el desorden con el que esta trata sus cosas y ella se está lamentando por las continuas críticas de él.

      Las palabras (contenido) indican una cosa y el tono con el que se dicen (relación), otra distinta.

      El orador deberá prestar mucha atención, si quiere resultar coherente, y, en consecuencia, creíble en el ejercicio de su comunicación, para lograr que ambos planos coincidan. En caso contrario, se arriesga a que sus palabras «estén fuera de lugar». Naturalmente, la interpretación y los resultados son diferentes si se trata de un juego manifiesto y compartido con el público, como sucede en los discursos de tono irónico.

      «Con el tono adecuado, todo se puede decir. Con el tono equivocado, nada: la única diferencia consiste en encontrar el tono» (George Bernard Shaw).

      La ventana de Johari

      Este modelo, fruto de la investigación de los psicólogos Joseph Luft y Harry Ingham y aplicable a cualquier interacción humana, pretende explicar a «la persona en su totalidad en relación con los demás». En especial, los cuatro cuadrantes que componen el modelo valoran «los comportamientos, los sentimientos y las motivaciones» de la persona en relación con el interlocutor o los interlocutores.

      A través de los diferentes cruces entre aquello que conocemos o no conocemos de nosotros mismos y lo que conoce o no conoce sobre nosotros el interlocutor, se definen algunas áreas de relación con características diferentes.

      El cuadrante I es el área abierta, aquello que es compartido y conocido por ambos interlocutores. Está formado por aquello que, intencionada y conscientemente, revelo a mi interlocutor, el lugar de la comunicación querida y realizada.

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