Curso rápido para hablar en público. La voz, el lenguaje corporal, el control de las emociones, la organización de los contenidos…. Daniela Bregantin
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СКАЧАТЬ el hilo a Teseo, le ayuda a llevar a cabo la empresa para la que se ha introducido en el laberinto de Dédalo: la muerte del Minotauro. Mitad toro y mitad hombre, este monstruo exigía continuos sacrificios humanos a los que Minos, rey de Creta, intentó poner fin.

      La muerte del Minotauro significa la eliminación del instinto animal, pero también la liberación de la soledad a la que la falta de razón lo condenaba.

      Teseo es el héroe que mata al monstruo, es una fuerza evolucionada; puede entrar en el laberinto y salir sin perderse gracias al hilo de Ariadna, utilizando de este modo el ingenio. Ariadna es la razón, aquella que facilita el retorno y permite llevar a cabo la conquista.

      Por tanto, los héroes que vencen al Minotauro son dos. No era necesario el uso de dos personajes para destruir al monstruo; en muchos otros episodios de la literatura universal hay un héroe que se opone a un enemigo (piénsese en Ulises y Polifemo, David y Goliat). Aquí —no por casualidad— se produce un desdoblamiento de la fuerza conquistadora: por una parte, el brazo, por otra, la mente. Es la irrupción de la era de la razón, que implica separación (en el sentido del distinguo latino), pero al mismo tiempo, y precisamente por ello, relación.

      UNA CLAVE DE LECTURA

      Estamos en la era de la complejidad. En la moderna interpretación de Dürrenmatt, el Minotauro vive rodeado de espejos, obligado a enfrentarse con la ilusión de su propia imagen reflejada y la búsqueda del «otro», con un oscuro presentimiento de la existencia de algo más allá de sí mismo que rompe la soledad del propio yo. Cualquier intento de entrar en contacto con la imagen reflejada resulta naturalmente inútil al romperse el reflejo en el vidrio con el que el Minotauro no puede y no sabe interactuar.

      Por el contrario, Teseo, el nuevo héroe, está capacitado para el diálogo, para el encuentro, valor determinante del éxito en el combate.

      El Minotauro morirá cediendo el lugar a un mundo de relaciones dialécticas: entre mente y cuerpo, masculino y femenino, animus y ánima, fuerza exterior y fuerza interior. El logos, la razón, ha determinado el éxito de la conquista; gracias a este hilo casi invisible se ha definido la relación victoriosa. Como analogía de la razón, la palabra y el discurso, el hilo ayuda a avanzar hacia conquistas culturales y mentales más amplias, permite la conexión necesaria para seguir adelante. Y cuanto más sea capaz la palabra de crear una conexión eficaz entre las «partes», tanto mayor efecto tendrá, permitiendo de este modo modificar la realidad.

      Sin embargo, siguiendo la metáfora del mito, es importante considerar que la acción emprendida tiene un objetivo específico, y que para alcanzarlo se llevan a cabo intentos que a veces obligan a retroceder, como le habría ocurrido con seguridad a Teseo avanzando a tientas por el laberinto. Pero en esta aventura dos cosas siguen siendo seguras: el objetivo y el regreso al punto de partida.

      En un discurso resulta esencial tener un objetivo claro y poder regresar al tema inicial, cerrando el círculo. Así pues, en esencia, ¿qué es un discurso? Salir indemne del laberinto.

      Cyrano de bergerac: la pasión infinita

      Cyrano sólo parece tener en común con la máscara (es decir, el tipo fijo) del capitano de la commedia dell’arte la teatralidad y la gigantesca nariz. El capitano se vanagloria de gestas y de un valor del que carece en la misma medida en que Cyrano da muestras de un ardor y de un desprecio por el peligro fuera de lo común.

      «Pues bien, sí, es mi vicio; desagradar es mi placer. Me gusta que me odien. Querido, ¡si supieras cuánto mejor se anda cuando lo miran a uno con malos ojos![…]

      «A mí, el odio me oprime cada día como la golilla que obliga a tener siempre erguida la cabeza».

      Más bien, podríamos decir que la máscara exterior del capitano ha sido ocupada por el carácter romántico del don Quijote de Cervantes. Y, como aquel, Cyrano expresa su confianza en sí mismo y en su utopía.

      «Porque somos de los que sólo tienen por amante a un sueño forjado alrededor de un nombre…».

      Sin embargo, en Cyrano habita una conciencia inédita de la que carece su predecesor: asume su desafío, va al encuentro de su destino proclamándolo. Es el protagonista de su escena. Así, en el drama, cuando se encuentra en el teatro, no es espectador, sino que reivindica la posición del primer actor, impidiendo a Montfleury, el actor de turno, recitar y ocupando él mismo el escenario.

      «¡Os mando que guardéis silencio! ¡Y lanzo un desafío colectivo al público! […]

      «Vamos, ¿quién abre la lista? […] ¡Que todos los que quieran morir levanten el dedo!».

      Es el elogio de la teatralidad. ¿Por qué Cyrano resulta más interesante que los actores en un escenario? Porque el pathos forma parte de su naturaleza. Cyrano cree en lo que dice. Cyrano es lo que dice ser.

      No sólo, como sucederá también con Antígona, ha adoptado una posición de coherencia con respecto a sí mismo, sino que actúa y la expresa con fuerza comunicativa. Da voz a su interior.

      Cyrano es un comunicador. Es aquel que llega al corazón de los demás. Modifica los hechos con la espada y con la palabra. Persuade, ya sea con el ímpetu del discurso a los compañeros de armas, ya sea con las más finas sutilezas del discurso amoroso.

      «Roxana, adiós, voy a morir…

      «Es para esta tarde, según creo, mi bien amada. […] Nunca jamás, jamás, mis ojos, ebrios de tus miradas que eran…

      «… que fueron sus brillantes fiestas, besarán al vuelo tus menores gestos. Recuerdo ahora uno que os era familiar, al llevaros los dedos a la frente, y quisiera gritar…

      «… y grito: ¡adiós!.. Mi querida, querida mía, mi tesoro… Mi amor… Jamás os abandonó mi corazón ni por un momento, y soy – y seré en el otro mundo— aquel que os amó sin límites, aquel…».

      Sea como sea, su discurso es acción, fuerza, nunca simple descripción. De manera análoga, el orador debe conmover al público defendiendo plenamente su rol. Sus palabras han de reflejarse en su rostro, porque este es el único modo en que pueden expresarse con fuerza, para alcanzar la exquisita coherencia que permite a nuestro personaje decir:

      «No escribir jamás nada que no salga de uno mismo y decir modestamente: “Hijo mío, siéntete satisfecho de las flores, de los frutos y aun de las hojas, si son de tu jardín y tú mismo los has cosechado”».

      Antígona o la coherencia absoluta

      Según la mitología griega, Antígona, contraviniendo las órdenes de su tío, el rey Creonte, da sepultura al cuerpo de su hermano Polinices, enfrentándose con este acto de rebelión a una muerte segura.

      Creonte. Respóndeme, sin demasiadas palabras. ¿Conocías mi orden, mi prohibición?

      Antígona. La conocía. ¿Podría haberla ignorado? Era clara y notoria para todos.

      Creonte. ¿Y tú has osado subvertir las leyes?

      Antígona. Sí, porque no fue Zeus quien me las impuso. Ni la Justicia, que reside allá abajo entre los dioses del inframundo, ha establecido estas leyes para los hombres. No creía, además, que tus prohibiciones fuesen tan fuertes como para permitir a un mortal subvertir las leyes no escritas, inalterables, fijadas СКАЧАТЬ