La familia de León Roch. Benito Pérez Galdós
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Название: La familia de León Roch

Автор: Benito Pérez Galdós

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ no soy digno de recibir, la confianza de un amigo…

      – Tú no eres mi amigo; no puede haber verdadera amistad entre nosotros dos. El acaso nos hizo amigos en la infancia; la Naturaleza nos ha hecho indiferentes el uno al otro. En esta región frívola, de pura fórmula cuando no de corrupción, en que tú has vivido siempre, no puedo yo respirar ni moverme. Llevome a ella la vanidad de mi pobre padre, cuyo cariño hacia mí ha tenido extravíos y alucinaciones. Mi carácter y mis gustos me inclinan a la vida oscura y estudiosa. Mi padre, que ganó una fortuna con el sudor de su frente en el rincón de una chocolatería, quiso hacer de mí un ser infinitamente distinguido y aristocrático, tal como él lo concebía en su criterio errado, y me dijo: «Sé marqués, gasta mucho, revienta caballos, guía coches, seduce casadas, ten queridas, enlázate con una familia noble, sé ministro, haz ruido, pon tu nombre sobre todos los nombres». Sus palabras no eran estas; pero su intención sí.

      La agitación de su alma no permitía a León permanecer sentado por más tiempo, y se levantó. Hay situaciones en que es preciso aventar los pensamientos para que no se aglomeren demasiado y anublen el cerebro, formando en él como una negra nube de espeso, humo.

      – ¿Y a qué viene eso? – preguntó Federico con hastío. – No hables tonterías y echemos un…

      – Dígote esto porque estoy decidido a desertar… Me son insoportables los caracteres de esta zona social a donde mi padre me hizo venir. No puedo respirar en ella; todo me entristece y fastidia, los hechos y las personas, las costumbres, el lenguaje… y las pasiones mismas, aun siendo de buena ley. Sí, me entristecen también los afectos disparatados, el sentimiento caprichoso y enfermizo que se ampara de todas aquellas almas no ocupadas por una indiferencia repugnante.

      – Enérgico estás – dijo Cimarra, tomando a risa el énfasis de su amigo. – A ti te ha pasado algo grave: tú has recibido una picada repentina, León. A prima noche te vi tranquilo, razonable, cariñoso, un poco triste, con esa melancolía desabrida de un hombre que se va a casar y vive a ocho leguas de su novia… De repente, te encuentro en la alameda, alterado y trémulo, te oigo pronunciar palabras sin sentido, entramos aquí, y noto una palidez en tu cara, un no sé qué… ¿Con quién has hablado?

      El jugador le observaba atentamente sin dejar de remover las cartas entre sus dedos.

      – No te diré – indicó León, ya más sereno – sino que mi cansancio, va a concluir pronto. Yo labraré mi vida a mi gusto, como los pájaros hacen su nido según su instinto. He formado mi plan con la frialdad razonadora de un hombre práctico, verdaderamente práctico.

      – He oído decir que los hombres prácticos son la casta de majaderos más calamitosa que hay en el mundo.

      – Yo he formado mi plan – prosiguió León, sin atender a la observación del amigo, – y adelante lo llevo, adelante. No puede fallarme; he meditado mucho, y he pensado el pro y el contra con la escrupulosidad de un químico que pesa gota a gota los elementos de una combinación. Voy a mi fin, que es legítimo, noble, bueno, honrado, profundamente social y humano, conforme en todo a los destinos del hombre y al bienestar del cuerpo y del espíritu; en una palabra, me caso.

      Federico le miraba y le oía con expresión de malicia socarrona.

      – Me caso, y al elegir mi esposa… no está bien dicho elegir, porque no hubo elección, no; me enamoré como un bruto. Fue una cosa fatal, una inclinación irresistible, un incendio de la imaginación, un estallido de mi alma, que hizo explosión, levantando en peso las matemáticas, la mineralogía, mi seriedad de hombre estudioso y todo el fardo enorme de mis sabidurías… Pero esto no impide que antes de decidirme al matrimonio no haya hecho una crítica fría y serena de mi situación y de las cualidades de mi novia. Debo hacer lo que voy a hacer, Federico, debo hacerlo; estoy en terreno firme; este paso es acertadísimo. María me cautivó por su hermosura, es verdad; pero hay más, hay mucho más. Yo procuré dominarme, acerqueme con cautela, miré, observé científicamente, y en efecto, hallé dentro de aquella hermosura un verdadero tesoro, no menos grande que la hermosura misma que lo guardaba. La bondad de María, su sencillez, su humildad, y aquella sumisión de su inteligencia, y aquella celestial ignorancia unida a una seriedad profunda en su pensamiento y en sus gustos, me convencieron de que debía hacerla mi esposa… Te hablaré con toda franqueza: la familia de mi novia es poco simpática. ¿Pero qué me importa? Yo me divorciaré hábilmente de mis suegros… No me caso más que con mi mujer, y esta es buena; posee sentimiento y fantasía, y esa credulidad inocente, que es la propiedad dúctil en el carácter humano. Su educación ha sido muy descuidada, ignora todo lo que se puede ignorar; pero si carece de ideas, en cambio hállase, por el recogimiento en que ha vivido, libre de rutinas peligrosas y de los conocimientos frívolos y de los hábitos perniciosos que corrompen la inteligencia y el corazón de las jóvenes del día. ¿No te parece que es una situación admirable? ¿No comprendes que un ser de tales condiciones es el más a propósito para mí, porque así podré yo formar el carácter de mi esposa, en lo cual consiste la gloria más grande del hombre casado?… Porque así podré hacerla a mi imagen y semejanza, la aspiración más noble que puede tener un hombre y la garantía de una paz perpetua en el matrimonio. ¿No te parece, así?

      – ¿Me consultas a mí, que soy un egoísta corrompido?… – dijo Federico con ironía. – León, tú estás loco.

      – Te consulto como consultaría a ese banco – dijo León volviéndole la espalda con desprecio. – Hay situaciones en que el hombre necesita decir en voz alta lo que piensa para convencerse más de ello. Haz cuenta que hablo solo. No me contestes si no quieres… Sí, lo haré a mi imagen y semejanza; no quiero una mujer formada, sino por formar. Quiérola dotada de las grandes bases de carácter, es decir, sentimiento vivo, profunda rectitud moral… Conocimientos muy extensos del mundo, y la ridícula instrucción de los colegios, lejos de favorecer mi plan, lo embarazarían; tendría que demoler para edificar sobre ruinas; tendría que ahondar mucho para buscar buena cimentación.

      Entonces hubo un cambio de actitudes. Arrojó Federico la baraja sobre la mesa, levantose, y después de dar algunas vueltas alrededor de León, que permanecía sentado, le puso la mano en el hombro, y en voz baja le dijo:

      – Señor sabio, también los ignorantes depravados fijan su mirada en el porvenir, también forman sus planes, no con matemáticas pero quizás con más garantías de seguridad que los hombres prácticos. Digamos, entre paréntesis, que el burro es un animal práctico… No condenan el matrimonio, al contrario, le consideran necesario para el adelantamiento de las sociedades y el perfeccionamiento de las condiciones…

      Dio otras dos vueltas y después añadió:

      – De las condiciones del individuo. Ya comprenderás lo que quiero decir… Por acá no somos sabios, ni después de enamorarnos como cadetes hacernos un estudio exegético de las cualidades de las dignas hembras que van a ser nuestras mujeres… no aspiramos tampoco a fabricar caracteres: esta manufactura la tomamos como está hecha por Dios o por el Demonio. Eso de casarse para ser maestro de escuela, es del peor gusto. A otra cosa más que al carácter debemos atender en estos apocalípticos tiempos que corren. La desigualdad de fortuna entre los seres creados, y el desgraciado sino con que algunos han nacido; el desequilibrio entre lo que uno vale y los medios materiales que necesita para luchar con y por la vida, ¡oh!, el pícaro struggle for life de los trasformistas es mi pesadilla… la falta de trabajo que hay en este maldito país, y la imposibilidad de ganar dinero sin tener dinero… ¿oyes lo que digo?… pues estas causas todas y otras más nos obligan a considerar antes que el mérito de nuestras futuras…

      – ¿Qué?…

      Cimarra hizo con los dedos un signo muy común, diciendo:

      – El trigo.

      Como se ve, de su agraciada СКАЧАТЬ