La familia de León Roch. Benito Pérez Galdós
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Название: La familia de León Roch

Автор: Benito Pérez Galdós

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ ni se oía otro ruido que el de los sapos. Después de dar cuatro vueltas, creyó distinguir una persona en la más próxima de las ventanas bajas. Era una forma blanca, mujer, sin duda, que apoyando su brazo derecho en el alféizar, mostraba el busto. León se acerco, y viendo que la forma no se movía se acercó más. Habría esta parecido una estatua de mármol, a no ser por el pelo oscuro y el movimiento de la mano, que jugaba con las ramas de una planta cercana.

      – Pepa – dijo él.

      – Sí, soy yo… Aquí me tienes hecha una romántica, mirando a las estrellas… Es verdad que no se ve ninguna; pero lo mismo da.

      – Está muy negra la noche; no te había conocido – dijo León poniendo sus dedos en el antepecho de hierro. – La humedad puede hacerte daño. ¿Por qué no cierras? No esperes a tu padre. Ese ladrón de Cimarra ha puesto banca. Allí están entretenidos… Retírate.

      – Hace calor en el cuarto.

      León no pudo distinguir bien, por ser oscurísima la noche, las facciones de la hija de Fúcar; pero observaba la fisonomía de la voz, que suele ser de una diafanidad asombrosa. La voz de Pepa gemía. Su cabeza, echada hacia atrás, se apoyaba en la madera de la ventana. Tenía en la mano una flor (a León le pareció una rosa) de palo largo. A cada instante se lo llevaba a la boca, y arrancando un pedacito, lo escupía. León vio todo esto, y comprendiendo la necesidad de decir algo apropiado al momento, buscó en su mente, rebuscó; pero no hallando nada, nada dijo. Ambos estuvieron callados un rato, León atento e inmóvil, con ambas manos fijas en el frío antepecho, ella arrancando y escupiendo palitos.

      – Se cuentan de ti estos días no pocas rarezas, Pepa – indicó él, considerando que para llegar a decir algo de provecho era preciso empezar diciendo una tontería. – Dicen que rompiste las porcelanas, que cortaste en pedazos los encajes, no sé qué encajes…

      – ¡Qué tipo!… – exclamó Pepa, rompiendo a reír con un desentono que hizo temblar a León. – La pobre señora no sale de las sacristías… ¿No entiendes?… parece que eres idiota. Hablo de tu futura suegra, de la marquesa de Tellería… Cuando estuve en la playa de Ugoibea tuve el gusto de verla. Me contaron las picardías que habló de mí. Lo de siempre… que soy muy mal criada; que derrocho; que tengo modales libres y hábitos chocantes… chocantes, justamente… ¡La pobre señora ha cambiado tanto desde que empezó a marchitarse su hermosura!… Ya se ve: no se puede llevar una vida mundana cuando se tiene un hijo santo… Pues qué, ¿no te has enterado?, ¿no sabes que Luis Gonzaga, el hermano gemelo de tu novia, el que está de colegial en el Sagrado Corazón de Puyoo, tiene fama de ser un ángel con sotana? Chico, vas a vivir en medio de la corte celestial. Hasta tu suegra usa cilicio. ¿No lo crees?, pues créelo, porque lo han dicho sus amantes.

      Al decir esto, Pepa escupió un palito de rosa con tanta fuerza, que fue a chocar en la frente de León.

      – Pepa – indicó este con enojo. – No me gusta que las personas que estimo hablen así de una familia respetable.

      – Se puede hablar de mí y llamarme loca, voluntariosa… Yo no puedo hablar… es verdad. En mí todo es informalidad, desenfreno, desorden, ignorancia… Pasemos a otra cosa. León, sentí mucho no ver cara a cara a tu futura esposa, María Egipcíaca. Dicen que está muy guapa: siempre fue guapa. En Ugoibea sale poco: ella y su tontísima mamá se van solas a tomar los aires puros. Cuentan que están muy tronadas; pero tú eres rico, y el marqués… ¡Oh!, dicen que es el único mentecato que no ha logrado hacerse un puesto en la política.

      – Pepa, por Dios, no digas disparates. Me lastimas en lo más delicado con tu charla imprudente.

      Pepa seguía escupiendo palos. El tallo de la rosa estaba reducido a la cuarta parte.

      – Sí soy yo muy mal educada – dijo con amarga ironía. – Además ahora han descubierto que tengo muy mal corazón, un corazón cruel, un carácter rebelde y caprichoso…

      – Eso no es verdad; pero has de hacer lo posible para que la gente no lo crea.

      – Sí, mucho cuidado me da a mí la gente. ¿Acaso yo necesito de nadie?

      – ¡Qué orgullosa eres!

      – Dicen que no encontraré un hombre razonable que se case conmigo – exclamó, repitiendo el desentonado reír que parecía una conmoción espasmódica. – Esto como que da a entender que hay hombres razonables… Yo no soy de esas que se fingen santas y modestas para encontrar marido… Por mi parte, aseguro desde hoy que no me casaré con ningún sabio… Me repugnan los sabios. La suprema felicidad consiste en tener mucho dinero y casarse con un tonto.

      – Veo que esta noche estás de humor de disparatar – le dijo León familiarmente. – Tú no crees lo que dices, y tus ideas son mejores que tu lenguaje.

      Ya porque sus ojos se habituaran a la oscuridad, ya porque aclarase un poco la noche, León empezó a distinguir las facciones de Pepita Fúcar destacándose en el negro cuadrado de la ventana como la figura borrosa y pálida de un lienzo antiguo. La blancura de su tez, sus cabellos bermejos, la viveza de sus ojos pequeñuelos, en cuyas pupilas brillaba una brasa diminuta, el mohín mimoso de sus labios, la graciosa ferocidad de sus dientes partiendo palitos, y principalmente su enfado, casi la hacían aparecer bella estando algo distante de serlo.

      – A otros podrías hacerles creer que tienes esas ideas extravagantes – dijo León-; pero no a mí, que te conozco desde que éramos niños, y sé que tu corazón es bueno. Una madre cariñosa habría formado en ti ciertos hábitos de que careces y corregido muchos defectos que te hacen parecer peor de lo que eres; pero has vivido en gran abandono; pasaste la niñez entre personas mercenarias y después, en la edad en que se forma el carácter y se hace, por decirlo así, la persona, tu padre te lanzó bruscamente a la vida en un torbellino de lujo, de frivolidades y riquezas. De tus caprichos hizo leyes, y no supo o no quiso poner tasa a tus genialidades dispendiosas. Tú sabes mejor que yo lo que ha sido tu palacio durante mucho tiempo, un maremágnum de desorden, la anarquía doméstica en su último grado. Confiada a ti alguna vez la dirección de tu casa, los criados se convertían en señores. Fue preciso que los extraños te llamasen la atención para que comprendieras el saqueo infame que allí reinaba, y echases de ver que te consumían en una semana los fondos de un trimestre. Tu padre, ocupado en ganar dinero, no pensó en enseñarte a conocer su valor, porque tu padre es también un delirante, un insensato que no piensa más que en los negocios, así como el jugador no piensa más que en la carta que ha de venir… ¡Pobre Pepa, tan rica y tan sola!… Ahora me explico muchas excentricidades de tu vida que el público comentaba de un modo desfavorable para ti y en las cuales yo te disculpo, sí, te disculpo… Hiciste construir una gran estufa en tu jardín, y una vez armada, la mandaste quitar de la fachada de Oriente para ponerla en la del Norte. Concluida de poner estaba, cuando la hiciste desmontar y la cambiaste por una colección de porcelanas. En un mismo año variaste tres veces todo el mueblaje y tapicería de tus habitaciones, y hoy comprabas bronces, tallas y telas carísimas, para venderlo todo mañana por la cuarta parte de precio. En tus viajes has gustado de comprar preciosidades, pero no en tanto número como las chucherías sin arte, ni elegancia, ni valor alguno. Reuniste una colección de pájaros para regalarlos después uno por uno. He oído contar que solicitada por otros deseos y antojos, estuviste dos días sin echarles de comer. Estableciste en tu casa un fotógrafo para que te sacara vistas del jardín, de la escalera y retratos de los caballos, y en tanto que así protegías las artes, no había en tu casa un solo libro, ni uno solo, como no fuera algún almanaque estúpido o alguna mala novela que pedías prestada a tus amigas. Haces limosna, amparas a los desvalidos, porque tienes un corazón excelente; pero oye cómo son tus caridades; es preciso que oigas esto, Pepa, y que luego medites. Un día se te presentó una mujer que pedía para celebrar una novena: sacaste de tu gaveta dos mil reales y se los pusiste СКАЧАТЬ