Название: El misterio de Riddlesdale Lodge
Автор: Дороти Ли Сэйерс
Издательство: Aegitas
Серия: Лорд Питер Уимзи
isbn: 9780369411174
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La testigo, que hasta este momento había declarado en voz baja y con la mayor sangre fría, se desmayó de repente y tuvieron que sacarla del salón.
El siguiente testigo que llamaron fue James Fleming, el mayordomo. Recordaba haber entrado el correo de Riddlesdale a las diez menos cuarto de la noche del miércoles. Había llevado tres o cuatro cartas al duque, que se encontraba en la sala de armas. No recordaba si una de las cartas llevaba sello de Egipto. No coleccionaba sellos; su hobby eran los autógrafos.
El honorable Frederick Arbuthnot declaró a continuación. Subió a acostarse al mismo tiempo que los demás, un poco antes de las diez. Oyó subir a Denver algo más tarde… No podía apreciar cuánto… Se estaba limpiando los dientes en ese momento. (Risas). Desde luego oyó voces y cierto alboroto en la habitación de al lado y en el pasillo; también, a alguien que bajaba corriendo las escaleras. Entreabrió la puerta de su dormitorio y, al ver a Denver en el pasillo, le preguntó: “¡Hola, Denver! ¿Pasa algo?”. No entendió la contestación del duque. Denver se metió en su habitación, que cerró con cerrojo, y gritó desde la ventana “¡No sea imbécil, hombre!”. Parecía de muy mal humor, sí; pero el honorable Freddy no le dio importancia a eso. Con Denver se riñe con frecuencia, pero las cosas no llegan lejos. En su opinión, era más el ruido que las nueces. No conocía a Cathcart de mucho tiempo…, siempre lo encontró correcto… No, a él no le agradaba Cathcart; “pero siempre se comportaba correctamente, ¿comprende?”, y, que él supiera, no había nada que reprocharle. ¡Dios del cielo, no! ¡Jamás oyó que hiciera trampas en el juego!.. Claro que él no iba fijándose si la gente hacía trampa… ¡No era cosa que se esperase de él! Recordaba que en cierto club de Monte…, pero él no se había dado cuenta… hasta que se armó el jaleo. No, no observó nada de particular en el comportamiento de Cathcart hacia lady Mary ni recíprocamente. No era observador. Por naturaleza, no se mezclaba en los asuntos de los demás. Lo ocurrido el miércoles por la noche no era de su incumbencia. Se metió en la cama y se durmió.
EL CORONER. – ¿Oyó algo más aquella noche?
FREDERICK. – Nada, hasta que la pobrecita Mary me llamó. Entonces bajé y encontré a Denver en el invernadero, lavando la cara de Cathcart. Pensamos que era nuestro deber quitar la grava y el barro de su rostro, ¿comprende?
EL CORONER. – ¿No oyó usted un disparo?
FREDERICK. – Ni un ruido. Tengo el sueño muy pesado.
El coronel Marchbancks y su esposa dormían en la habitación situada encima de la llamada sala de estudio…, en realidad, una especie de sala de fumar más que otra cosa. Ambos dijeron lo mismo sobre una conversación que sostuvieron a las once y media. Mistress Marchbancks se había sentado a escribir algunas cartas después de que el coronel se hubo metido en la cama. Oyeron voces y a alguien corriendo, pero no prestaron atención. No era desacostumbrado en los componentes de la partida gritar y correr. Al fin, el coronel dijo: “Vete a la cama, querida. Son ya las once y media y tenemos que madrugar mañana. No te encontrarás en condiciones para la marcha”. Le dijo eso porque a mistress Marchbancks le gustaba mucho la caza y siempre llevaba un fusil como los demás. Ella respondió: “Voy en seguida”. El coronel dijo: “Velas hasta muy tarde. Todo el mundo duerme ya”. Mistress Marchbancks contestó: “No. El duque está todavía levantado. Le oigo trajinar por su estudio”. El coronel Marchbancks escuchó y le oyó también. Ninguno de ellos oyó subir al duque de nuevo. No oyeron ningún otro ruido durante la noche.
Míster Pettigrew-Robinson pareció prestar declaración de mala gana. Su esposa y él se habían acostado a las diez. Oyeron la pelea con Cathcart. Míster Pettigrew-Robinson, temiendo que eso pudiera terminar mal, abrió la puerta de su dormitorio a tiempo de oír al duque decir: “Si usted se atreve a hablar a mi hermana otra vez, le romperé todos los huesos de su cuerpo”, o alguna otra frase de análogo significado. Cathcart corrió escaleras abajo. El duque tenía la cara enrojecida. No vio a míster Pettigrew-Robinson, pero habló unas cuantas palabras con míster Arbuthnot y se metió precipitadamente en su habitación. Míster Pettigrew-Robinson salió al pasillo y dijo a míster Arbuthnot: “Escuche, Arbuthnot”, pero este no le hizo caso, cerrándole la puerta en las narices. Entonces se dirigió a la puerta de la habitación del duque y dijo: “Escuche, Denver”. El duque salió de su dormitorio, pasó corriendo por su lado, sin siquiera verle, y se dirigió al comienzo de la escalera. Oyó decirle a Fleming que dejara abierta la puerta del invernadero, porque míster Cathcart había salido. Entonces el duque se volvió. Míster Pettigrew-Robinson intentó detenerle, repitiendo: “Escuche, Denver: ¿qué ha pasado?”. El duque no contestó, cerrando la puerta de su dormitorio con gran decisión. Más tarde, sin embargo, a las once y media para ser exacto, míster Pettigrew-Robinson oyó abrirse la puerta del cuarto del duque y a alguien marchar a pasos quedos por el pasillo. No oyó si habían bajado la escalera. El cuarto de baño y el retrete se hallaban al final del pasillo, y si alguien hubiera entrado en alguno de ellos, él lo hubiera oído. No oyó los pasos volver. Oyó dar las doce en su reloj de viaje antes de quedarse dormido. La puerta del dormitorio del duque chirriaba de una manera especial, de forma que no había manera de equivocarse.
Mistress Pettigrew-Robinson confirmó la declaración de su marido. Ella se quedó dormida antes de medianoche y había dormido de un tirón. Tenía el sueño muy pesado al principio de la noche, pero ligero a la madrugada. El jaleo de la casa aquella noche la había desazonado y no se había dormido en seguida. En realidad, no se durmió hasta las diez y media, y míster Pettigrew-Robinson la despertó una hora más tarde para hablarle de las pisadas por el pasillo. Total, que con unas cosas y con otras no había gozado más que de dos horas de sueño tranquilo. Se despertó de nuevo a las dos, y permaneció completamente despierta hasta que lady Mary dio la alarma. Podía jurar que no oyó el disparo. Su ventana estaba al lado de la de lady Mary, en la parte opuesta al invernadero. Desde niña estaba acostumbrada a dormir siempre con la ventana abierta. En contestación a una pregunta del coroner, mistress Pettigrew-Robinson dijo que nunca creyó que existiese un verdadero y real afecto entre lady Mary Wimsey y el difunto. Parecían tomar las cosas muy a la ligera, claro que es la moda de nuestros días. Nunca oyó hablar de ningún desacuerdo entre ellos.
Miss Lydia Cathcart, a la que habían hecho venir de Londres a toda prisa, prestó declaración a continuación. Dijo al coroner que era tía del capitán y su única pariente viva. Le había visto muy poco desde que el muchacho entró en posesión de la herencia de su padre. Cathcart había vivido siempre con sus amigos en París, personas a las que ella no estimaba.
– Mi hermano y yo no nos entendimos nunca muy bien – dijo miss Cathcart —, y tuvo a su hijo educándose en el extranjero hasta que cumplió los dieciocho años. Temo que Denis no haya tenido siempre más que una noción muy francesa de todas las cosas. Después de la muerte de mi hermano, Denis fue a Cambridge, por deseo de su padre. Este me había dejado como albacea testamentario y como tutora de Denis hasta su mayoría de edad. Yo no sé por qué, después de haberme despreciado toda su vida, me eligió mi hermano para imponerme una responsabilidad semejante a su muerte, pero no quise negarme a aceptarla. Mi casa estuvo abierta a Denis durante sus vacaciones escolares, pero él prefirió, como regla, ir a pasarlas con sus amigos ricos. No puedo recordar ahora ninguno de sus nombres. Cuando Denis cumplió los veintiún años entró en posesión de sus rentas, que se elevaban a diez mil libras al año. Ignoro lo que hizo del dinero. Tal vez lo invirtiera en alguna propiedad extranjera. Como albacea, heredé cierta cantidad y me apresuré a comprarme buenas acciones británicas. No puedo decir qué hizo Denis con su herencia. No me ha sorprendido en absoluto oír que hacía trampas a las cartas. Sabía que las personas con quienes se reunía en París eran de lo más indeseable. Nunca conocí a ninguna de ellas. Ni nunca estuve en Francia.
John Hardraw, el guardabosque, fue el testigo siguiente. Su esposa y él habitaban en un pequeño cottage situado justamente al lado de la verja de Riddlesdale Lodge. El parque, que mide alrededor СКАЧАТЬ