Diamantes para la dictadura del proletariado. Yulián Semiónov
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Название: Diamantes para la dictadura del proletariado

Автор: Yulián Semiónov

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Hoja de Lata

isbn: 9788418918322

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СКАЧАТЬ otra llamada?

      —Claro, claro, ya se lo he dicho.

      Vorontsov cubrió ligeramente el auricular con la mano:

      —Zhenia, soy yo. Ha venido Nikándrov. Va a ser muy violento que el primer día se dé de bruces con… Bueno, ya me entiendes. Coge a uno de los nuestros y venid hacia las diez al Corona. Si Zamiátina, Jolov y Glébov no están ocupados en el cabaré, tráetelos también. Y preparad el máximo de preguntas sobre su pasado, sobre su papel en nuestra vida cultural y su relación con los traductores en Europa. ¿Me has comprendido?

      Vorontsov se giró de nuevo a Hans Gustávovich y dijo:

      —Le ofrezco un anillo de compromiso. Este, ¿cómo lo ve?

      —fale, pero todas las joyerías han cerrado la compra-fenta.

      —¿Qué me está diciendo, que lo que llevo en el dedo es cobre?

      —¿Por qué cobre? No es cobre. Comprendo que no va a llefar cobre en el dedo. El cobre deja en los dedos chorreaduras y después viene el reumatismo. Simplemente no sé cuánto fale ese anillo y quiero ser honrado.

      —No le estoy vendiendo el anillo. Se lo dejo en prenda. Por cinco mil marcos. Si no se los he devuelto dentro de una semana, podrá venderlo por veinte mil.

      —Anda, qué astuto e inteligente es usted, señor forontsov —Saaks se echó a reír mientras sacaba el dinero—, y cómo le gusta el riesgo. ¿Acaso se puede dejar el amor en prenda?

      —Eso ya no es de su incumbencia.

      —Hasta la fista. Y no se cabree, es una broma. Por cierto, ha llamado la mujer que lo llama por las noches.

      —¿Qué mensaje ha dejado?

      —Me ha pedido que le diga que el estado de su amigo ha empeorado.

      —¿Ha empeorado mucho?

      —Sí, sí, es ferdad, dijo «ha empeorado mucho». Pidió que pasara a verlo hoy por la tarde.

      —Tengo que hacer otra llamada —dijo Vorontsov y, sin esperar el permiso detallado y lento de Saaks, solicitó el número y, en alemán, cambiando ligeramente la voz, dijo—: Por favor, dígale a la dama que los sábados alquila la habitación número siete que hoy me retrasaré y que no llegaré a las diez, sino hacia la medianoche.

      —Sí, señor, le dejaré una nota a nuestra huésped.

      —No es necesario. Dígaselo de palabra.

      —De acuerdo, señor, se lo diré de palabra.

      —Perdona, me he entretenido —dijo Vorontsov de regreso en su cuarto—, ¿por qué no has bebido sin mí, Lenia?

      —Solo no soy capaz.

      —Así que estás asegurado contra el alcoholismo, ¿eh?

      —Cierto.

      —Aquí ya se ha montado cierto revuelo alrededor de tu figura: la prensa, los poetas…

      —¿Se lo han olido? ¿Cómo?

      —Los folicularios, ya sabes qué trabajo tienen, además, no eres una aguja en un pajar. ¿Tienes hambre?

      —Supongo, solo que no tengo sensación de hambre.

      —¿Tienes muda de recambio? ¿Nada de piojos?

      —He pasado por el centro de desinfección y no tengo recambio. ¿Nos movemos a alguna parte?

      —¿No tienes una camisa algo más nueva? ¿Corbata?

      —Nada, no he traído nada de Moscú, ni de Washington.

      —Si hubieras venido de Washington, colaría, pero como has venido de Moscú… el portero del local no va a dejar que…

      —¿A quién?

      —A nosotros. Mejor dicho, a ti, yo llevo corbata.

      —¿Quieres decir que nos va a echar? ¿Qué es, miembro del Sóviet de los Diputados?

      —Para nada —respondió Vorontsov mientras sacaba de una maleta escondida debajo de la cama una camisa muy almidonada—, no le tiene mucho cariño a ese Sóviet, aunque podría decirse que es un trabajador. Los que se han consagrado al servilismo también tienen sus parias y patricios, sus esclavos y aves de rapiña. Y hace mucho que comprendieron que la riqueza y la independencia solo pueden alcanzarse por medio de una autohumillación sofisticada, especial. Odia a los clientes, los odia muy en serio, aunque es todo sonrisas, respeto y dulzura y ofrece dosis de trato familiar. Creo que los lacayos moscovitas tenían fichas con nuestros nombres… hasta la revolución. Y cuando pidieron la cuenta, pues no había quién les pagara, y por eso sacaron los ojos a los potros… Con un hacha…

      Nikándrov se quedó mirando fijamente a Vorontsov, pero su rostro era impenetrable.

      —La industria local de humillación lacayuna es asombrosa —continuaba Vorontsov—. Ofrece ocho horas de esclavitud y dieciséis de una misteriosa libertad, potente. Los lacayos empezarán pronto a crear sus propios clubs, créeme. Bueno, pues que les vaya bien. ¿Una más para el camino? La corbata no es del mismo tono, ya me perdonarás, solo tengo dos.

      —¿En serio no te llevaste nada de casa, Víktor?

      —Unos cien mil en diamantes…

      —¿Bebiste mucho?

      —Lenia, he prestado ayuda. Al principio a Antón Iványch Denikin, después me fui a Omsk, le entregué todo al almirante… ¿Recuerdas al corneta Ratomski? Murió de hambre en Shanghái, y había una vacante, de lacayo en un club inglés. No fue. Siempre había considerado que sus antepasados no eran de sangre muy pura, su soberbia era excesiva… Porque yo sí me habría humillado y habría ahorrado dinero en el club para el viaje a Europa… Su señoría, haga el favor, por aquí…

      —Por ti, Víktor —dijo Nikándrov alzando el vaso y sintiendo que, por tercera vez en el día, no podía contener las lágrimas—. Por tu corazón y tu valentía.

      —Está bien, Lenia… Está bien… Todo lo que pasó… ha sido útil. Hombre escaldado…

      Ya en la calle, mientras avanzaban entre el precavido crepúsculo primaveral, tardío, con el presentimiento alarmante del mar, con el agua lila del primer deshielo junto a la orilla, cortado por el relieve marcado de los tejados oscuros, Nikándrov preguntó por fin:

      —¿De verdad que no pudo ayudarte ninguno de los nuestros?

      Vorontsov no respondió, se limitó a esbozar una sonrisa amarga.

      —Recuerda el camino, Lenia —dijo por fin—, te toca volver solo, yo tengo una cita de trabajo hoy por la noche.

      —¿No te molestaré?

      —No, no llevo a nadie a casa…

      —¿Te avergüenzas de tu cueva?

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