Название: El doctor Thorne
Автор: Anthony Trollope
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Ópera magna
isbn: 9788432160806
isbn:
Poco después del fallecimiento de Henry Thorne llegaron al lugar Thomas Thorne y el granjero. Al principio el hermano se puso furioso y deseoso de vengar el crimen de su hermano, pero, vistos los hechos, cuando se enteró de la provocación y de cuáles eran los sentimientos de Scatcherd al salir de la ciudad, decidido a castigar a quien había arruinado la vida de su hermana, se operó un cambio en su corazón. Fueron días de prueba para él. A él le correspondía hacer lo que pudiera por impedir las injurias que merecía la memoria de su hermano; también le correspondía salvar o intentar salvar del castigo indebido al desdichado que había derramado la sangre de su hermano; y también le correspondía, o al menos así lo creía, cuidar a la pobre mujer caída cuya desgracia no desmerecía a la de su hermano.
Y él no era la clase de persona que haría algo así a la ligera o con la tranquilidad con que en otra situación habría actuado. Pagaría por la defensa del prisionero; pagaría por la defensa de la memoria de su hermano, y pagaría por el bienestar de la pobre muchacha. Haría todo esto y no dejaría que nadie le ayudara. Se hallaba solo en el mundo e insistía en seguir así. El anciano señor Thorne de Ullathorne se volvió a ofrecer con los brazos abiertos, pero él había concebido la disparatada idea de que la severidad de su primo había conducido a su hermano a ese final trágico y, en consecuencia, no aceptó la bondad de Ullathorne. La señorita Thorne, la hija del anciano señor —una prima considerablemente mayor que él, con quien había tenido mucho trato—, le envió dinero y él lo devolvió en un sobre blanco. Ya tenía bastante para el desdichado propósito que tenía en mente. En cuanto a lo que pudiera suceder después, le era indiferente.
El asunto fue sonado en el distrito y lo siguieron muy de cerca muchos magistrados del condado y alguien en particular: John Newbold Gresham, que estaba vivo entonces. Al señor Gresham le conmovió la energía y el sentido de la justicia mostrados por el doctor Thorne en tal ocasión y, cuando acabó el juicio, lo invitó a Greshamsbury. La visita acabó con el establecimiento del doctor en el pueblo.
Debemos regresar un momento con Mary Scatcherd. Se libró del necesario enfrentamiento con la ira de su hermano, pues su hermano se hallaba bajo arresto por asesinato antes de que pudiera reclamarle algo. Su suerte inmediata, no obstante, era cruel. Por profunda que fuera la causa de su rabia contra el hombre que tan inhumanamente la había tratado, aun así era natural que pensara en él más con amor que con aversión. ¿En quién más podía buscar amor en semejante situación? Cuando, por consiguiente, se enteró de que lo habían matado, se le partió el corazón, volvió el rostro a la pared y deseó morir: morir una doble muerte, la suya y la del hijo sin padre que crecía rápido en su interior.
Pero, de hecho, la vida aún le ofrecía mucho, tanto a ella como a su hijo. A ella, el destino la enviaba a una tierra lejana para ser la digna esposa de un buen marido y la madre feliz de muchos hijos. Para el bebé, su destino era... No lo digamos con tanta rapidez: para describir su destino se ha escrito el presente volumen.
Incluso en esos días de amargura, Dios templó el viento que envolvía a la oveja abandonada. El doctor Thorne estuvo junto a su lecho poco después de que la noticia fatídica hubiera llegado a oídos de la joven, e hizo por ella más de lo que habría hecho su amante o su hermano. Cuando nació el bebé, Scatcherd aún estaba en prisión y aún le quedaban tres meses más de reclusión. Se habló mucho de la historia de la gran equivocación de la joven y del cruel trato que recibió. Los hombres decían que alguien que había sido tan herido no debería considerarse pecador.
Así pensaba, en cierto modo, un hombre. A la luz del crepúsculo, al anochecer, le sorprendió al doctor Thorne la visita de un modesto comerciante de productos de ferretería de Barchester, a quien no recordaba haberse dirigido ni una vez tan siquiera. Era el primer amor de la pobre Mary Scatcherd. Fue a hacer una propuesta, que era la siguiente: si Mary consentía en abandonar el país de inmediato, abandonarlo sin despedirse de su hermano, ni hablar del asunto, él vendería todo lo que tenía, se casaría y emigrarían los dos. Sólo había una condición: ella debía abandonar el bebé. El hombre podía encontrar generosidad en su corazón, podía ser generoso y leal a su amor, pero no poseía la suficiente generosidad para convertirse en el padre de la hija del seductor.
—Nunca lo podría soportar, señor, si procedemos así —decía—. Y ella... ella, con el tiempo, verá que es lo mejor.
Al alabar su generosidad, ¿quién podría censurar tal muestra de prudencia? Él aún podía convertirla en su esposa, por muy deshonrada que estuviera ante la mirada de la sociedad, pero ella tenía que ser la madre de sus propios hijos, no la madre de la hija de otro.
De nuevo el doctor tenía una tarea a la que enfrentarse. Vio de inmediato que era su deber servirse de su autoridad para inducir a la pobre muchacha a aceptar tal ofrecimiento. A él le gustaba el hombre y ante ella se abría un camino que habría sido el deseado incluso antes de la desgracia. Pero es duro convencer a una madre de que se separe de su primer bebé; más duro aún, tal vez, cuando el bebé ha nacido sin que la vida le haya sonreído las primeras horas. Ella, al principio, rehusó de modo tenaz. Envió mil gracias, sus deseos de lo mejor, su profundo reconocimiento de la generosidad del hombre que tanto la quería, pero la naturaleza, decía, le impedía dejar a su niña.
—Y ¿qué harás por ella estando aquí? —preguntaba el médico. La pobre Mary le respondía con un torrente de lágrimas.
—Es mi sobrina —decía el médico, tomando con sus enormes manos al diminuto bebé—. Es lo más querido, lo único que tengo en esta vida. Soy su tío, Mary. Si te vas con ese hombre, seré el padre y la madre de esta niña. Del pan que yo coma, ella comerá. Del vaso que yo beba, ella beberá. Mira, Mary, aquí traigo la Biblia —y apoyó la mano en la cubierta—. Déjamela, y te doy mi palabra de que será mi hija.
La madre al fin consintió. Dejó el bebé con el doctor, se casó y se fue a América. Todo esto se llevó a cabo antes de que Scatcherd saliera de la cárcel. El doctor impuso algunas condiciones. La primera era que Scatcherd no debía saber que la hija de su hermana estaría a cargo del doctor Thorne, quien, al comprometerse a criar a la niña, no quería enfrentarse a obstáculos en forma de parientes que reclamaran a la pequeña. Sin duda la niña no tendría parientes si la hubieran dejado vivir o morir como bastarda en un orfanato, pero, si el médico tenía suerte en la vida, si a la larga lograba convertirla en alguien muy querido en su casa y en alguien muy querido en la casa de los demás, ella viviría y se ganaría el corazón de algún hombre a quien el médico podría llamar gustosamente amigo y sobrino. Entonces los parientes que surgieran no resultarían ventajosos para ella.
Ningún hombre poseía mejor sangre que el doctor Thorne; ningún hombre estaba más orgulloso de su árbol genealógico y de sus ciento treinta descendientes, claramente demostrados, de Adán; ningún hombre poseía mejor teoría en cuanto a las ventajas de los hombres que tienen abuelos, sobre los que no los tienen o no son dignos de mencionarse. No se crea que nuestro médico era un personaje perfecto. No, verdaderamente; lejos de ello. Tenía dentro de sí, en su interior, un orgullo terco, autocomplaciente, que le hacía creerse mejor y superior a los que le rodeaban y era así por alguna causa desconocida que apenas podía explicarse a sí mismo. Se sentía orgulloso de ser un hombre pobre de una gran familia; se sentía orgulloso de repudiar a la misma familia que le enorgullecía; se sentía especialmente orgulloso de guardar para sí su orgullo. Su padre había sido un Thorne y su madre, una Thorold. No había mejor sangre en toda Inglaterra. La posesión de cualidades como estas hacía que él se sintiera afortunado. ¡Este hombre, de gran corazón, de gran valentía y de gran humanidad! Otros médicos del condado tenían agua en sus venas y él podía jactarse de la pureza de su agua cristalina frente a la gran familia de los Omnium, cuya sangre era como un charco enfangado. De ahí que СКАЧАТЬ