Название: El doctor Thorne
Автор: Anthony Trollope
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Ópera magna
isbn: 9788432160806
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Pero el doctor Thorne no era más que un primo segundo y, por consiguiente, aunque tuviera derecho a hablar de la sangre familiar, no tenía derecho a reclamar ninguna posición en el condado que no fuera la que ganase por sí mismo si escogía establecerse ahí. Era un hecho del que no había nadie más consciente que el propio médico. Su padre, primo hermano de un anterior señor Thorne, había sido una autoridad clerical en Barchester, pero había muerto hacía muchos años. Había dejado dos hijos, uno formado como médico y otro, el menor, que había recibido formación para ser abogado, y no tuvo ninguna vocación satisfactoria. Este hijo había sido primero suspendido en Oxford y luego expulsado y, de regreso a Barchester, fue causa de sufrimiento para su padre y su hermano.
El anciano señor Thorne, el clérigo, murió cuando ambos hermanos eran aún jóvenes y no les dejó nada más que la casa y otras propiedades cuyo valor ascendía a dos mil libras, que legaba a Thomas, el hijo mayor, mucho más que lo que había gastado en saldar las deudas contraídas por el menor. Hasta entonces había reinado la armonía entre la familia Ullathorne y la del clérigo; pero uno o dos meses antes de la muerte del médico —el período del que hablamos se remonta veintidós años antes del principio de nuestra historia— el entonces señor Thorne de Ullathorne dio a entender que ya no recibiría más a su primo Henry, a quien consideraba la desgracia de la familia.
Los padres tienen derecho a ser más indulgentes con sus hijos que los tíos con los sobrinos o los primos entre sí. El doctor Thorne aún tenía esperanzas de reformar a su oveja negra y pensaba que el cabeza de familia manifestaba severidad innecesaria interponiendo obstáculos. Y si al padre le entusiasmaba apoyar al hijo pródigo, al aspirante a médico aún le entusiasmaba más apoyar al hermano pródigo. El joven doctor Thorne no era un libertino, pero quizás, por su juventud, no aborrecía lo bastante los vicios de su hermano. De todas formas, permaneció valientemente junto a su hermano y, cuando al final se indicó que no se consideraba deseable la compañía de Henry en Ullathorne, el doctor Thomas Thorne mandó decir al señor que, en tales circunstancias, cesarían sus visitas.
No fue una resolución muy prudente, pues el joven galeno había decidido establecerse en Barchester, principalmente por contar con la ayuda que podría darle su parentesco con los Ullathorne. Sin embargo, el enfado le impidió pensar. No se supo nunca si, en su juventud o en su vida adulta, consideró esta cuestión, que merecía mayor consideración. Tal vez esto tuvo una importancia menor, ya que sus enfados no eran duraderos, desaparecían con frecuencia antes de que le salieran las palabras de enojo de la boca. Con la familia de Ullathorne, no obstante, la pelea fue permanente y de perjuicio vital para su futuro como médico.
Y luego murió el padre. Los dos hermanos pasaron a vivir juntos con muy pocos medios. En esa época vivía en Barchester una familia cuyo apellido era Scatcherd. Sólo nos importan, de esta familia, dos miembros, un hermano y una hermana. Ocupaban una posición baja en la sociedad, pues el primero era albañil y la segunda, aprendiz de sombrerera. Sin embargo, eran, en cierto sentido, gente muy notable. La hermana tenía fama en Barchester de ser un modelo de belleza del tipo fuerte y robusto, y aún tenía mejor reputación como muchacha de buen carácter y conducta honesta. Su hermano se sentía orgulloso tanto de su belleza como de su prestigio, y aún se sintió más cuando la pidió en matrimonio un decente comerciante de la ciudad.
Roger Scatcherd también tenía fama, pero no por su belleza o por la propiedad de su conducta. Se le conocía como el mejor albañil de los cuatro condados y como quien, en determinadas ocasiones, podía beber más alcohol en todo ese territorio. Como trabajador, en realidad, su fama era insuperable: no sólo era un albañil rápido y bueno, sino que además tenía la capacidad de convertir a los demás en albañiles. Tenía el don de saber lo que alguien podía y sabía hacer. Y, gradualmente, le enseñaba lo que cinco, diez y veinte y, finalmente, mil y dos mil hombres podrían realizar entre todos. Esto lo sabía hacer sin la ayuda de papel y lápiz, con los que no estaba familiarizado, ni lo estaría. Tenía otros dones y otras inclinaciones. Podía hablar de manera peligrosa para sus adentros y para los demás. Podía convencer sin saber que lo hacía y, al ser en extremo demagogo, en los días ajetreados anteriores al Proyecto de Reforma, originó una barahúnda en Barchester, de la que ni él mismo tuvo noción.
Entre sus otros defectos, Henry Thorne tenía uno que sus amigos consideraban peor que los demás y que quizás justificaba la severidad de la familia de Ullathorne: le encantaba relacionarse con gente de posición social inferior. No sólo bebía —eso podría perdonarse— sino que bebía en garitos con gente vulgar; eso decían sus amigos y eso decían sus enemigos. Él negaba la acusación al estar hecha en plural y declaraba que el único compañero de juerga vulgar era Roger Sactcherd. Con Roger Scatcherd se relacionaba y se volvió tan demócrata como el propio Roger. En cambio, los Thorne de Ullathorne eran tories de la clase más alta.
Si Mary Scatcherd aceptó enseguida la oferta del respetable comerciante, no lo sé decir. Después de que ocurrieran ciertos sucesos que deben ser contados con brevedad, ella declaró que nunca lo hizo. Su hermano afirmaba que ella sí lo hizo. El respetable comerciante rehusó hablar del asunto.
Es cierto, sin embargo, que Scatcherd, quien hasta entonces había guardado silencio sobre su hermana en esas horas de relaciones sociales que pasaba con sus amigos, se jactaba del compromiso cuando, según decía, se hizo, y también se jactaba de la belleza de la muchacha. Scatcherd, a pesar de su ocasional intemperancia, tenía sus aspiraciones en esta vida, y el futuro matrimonio de su hermana era, a su juicio, conveniente para sus ambiciones familiares.
Henry Thorne había oído hablar y había visto a Mary Scatcherd, pero, hasta entonces, ella no había caído en sus garras. No obstante, en cuanto él oyó contar que se iba a casar decentemente, el diablo le tentó e hizo que él la tentara a ella. No hace falta contar toda la historia. Resultó para todos claro que él le hizo varias promesas de matrimonio, incluso se las llegó a dar por escrito. Después de haber compartido con ella los días de fiesta —domingos o tardes de verano— él la sedujo. Scatcherd le acusó abiertamente de haberla intoxicado con sus drogas, y Thomas Thorne, quien se ocupó del caso, creyó al final la acusación. Se supo en todo Barchester que Mary tuvo un hijo y que el seductor era Henry Thorne.
Roger Scatcherd, cuando le llegó la noticia, se emborrachó totalmente y juró que mataría a ambos. Con gran cólera, sin embargo, se dirigió armado primero al encuentro de él. No llevaba consigo más que sus puños y un gran palo cuando salió en busca de Henry Thorne.
En ese tiempo los dos hermanos se alojaban en una hacienda cerca del pueblo. No era el hogar deseable para un médico, pero el joven doctor no logró establecerse convenientemente desde la muerte de su padre y, como deseaba controlar a su hermano, se instaló allí. A esta hacienda llegó Roger Scatcherd una bochornosa noche de verano. La furia relucía en su mirada enrojecida, la rabia se convertía en locura a medida que daba pasos rápidos desde la ciudad. Su vehemente estado de ánimo estaba conmocionado.
Justo en la puerta del corral, de pie, plácidamente, con el cigarro en la boca, encontró a Henry Thorne. Había pensado buscarlo por toda la casa, reclamar a su víctima con grandes gritos y dirigirse a él a pesar de todos los impedimentos. En lugar de eso, ahí estaba el hombre, ante él.
—Y bien, Roger, ¿qué hay? —preguntó Henry Thorne.
Estas fueron las últimas palabras que pronunció. Le respondió un golpe dado con un palo de un árbol. Sobrevino una pelea, que terminó con el cumplimiento de su palabra por parte de Scatcherd, como correspondía al ofensor. Nunca pudo determinarse con exactitud cómo el golpe dio en la sien: un médico afirmó que se había dado en una pelea con un palo pesado; otro pensaba que se había usado una piedra; un tercero sugirió que podría haber sido con un martillo de albañil. Sea como fuere, se probó que no había sido un martillo y el mismo Scatcherd insistió en declarar que en sus manos no hubo más arma que el palo. No obstante, Scatcherd estaba bebido y, СКАЧАТЬ