El doctor Thorne. Anthony Trollope
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Название: El doctor Thorne

Автор: Anthony Trollope

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Ópera magna

isbn: 9788432160806

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СКАЧАТЬ toro. La mayoría de edad no le llegaba a Frank de modo discreto, como llegaría la del hijo del párroco o la del hijo del abogado. Aún se informaba en el conservador periódico de Barsetshire Standard de que «Las barbas se mueven»[7] en Greshamsbury, como lo habían hecho durante muchos siglos en similares ocasiones. Sí; así se informó. Pero esto, como muchas otras informaciones, tenía una pequeña parte de verdad. «Se sirvió licor», es verdad, a los que allí estaban; pero las barbas no se movieron como solían moverse antaño. Las barbas no se moverán para la narración. El hacendado estaba que se volvía loco por culpa del dinero, y los arrendatarios lo sabían. Se les había aumentado el alquiler; se había acabado la gallina de los huevos de oro; el abogado de la hacienda se estaba enriqueciendo; los comerciantes de Barchester, mejor dicho, del mismo Greshamsbury empezaban a murmurar, y hasta el señor había dejado de ser feliz. En estas circunstancias, la garganta de un arrendatario aún tragará, pero no se le moverá la barba.

      —Recuerdo bien —dijo el granjero Oaklerath a su vecino— cuando el hacendado cumplió la mayoría de edad. ¡Que Dios le bendiga! Ya lo creo que nos divertimos. Se bebió más cerveza que la que hay en la casa desde hace dos años. El viejo señor era uno de los bebedores.

      —Yo recuerdo cuando nació el hacendado; lo recuerdo bien —dijo el granjero que se sentaba enfrente—. ¡Qué días aquellos! No hace tanto tiempo de eso. El señor aún no ha cumplido los cincuenta, no, ni está cerca, aunque lo parezca. Las cosas han cambiado en Greshamsbury —decía con la pronunciación de la región—. Han cambiado tristemente, vecino Oaklerath. Bueno, bueno; pronto me marcharé, pronto, así que es inútil hablar, pero después de pagarles una libra y quince peniques durante cincuenta años, creo que no me despedirán por cuarenta chelines.

      Así era la clase de conversaciones que se desarrollaban en las distintas mesas. Lo cierto es que tenían otro tono cuando nació el señor, cuando cumplió la mayoría de edad y cuando, dos años después, nació su hijo. En cada uno de estos momentos hubo parecidas fiestas campestres y el hacendado, en esas ocasiones, frecuentaba la compañía de sus invitados. En primer lugar, lo había paseado su padre seguido de una serie de damas y niñeras. En segundo lugar, había frecuentado la compañía de los demás gracias a los deportes, el más alegre entre los alegres, y todos los arrendatarios se habían empujado unos a otros para coger sitio en la hierba y poder contemplar a Lady Arabella, quien, como ya se sabía, iba de Courcy Castle a Greshamsbury para ser su señora. Poco les importaba ahora Lady Arabella. En tercer lugar, él mismo había llevado a su hijo recién nacido en brazos como su padre lo había llevado a él. Su orgullo entonces estaba en todo su apogeo y, aunque los arrendatarios murmuraban que se mostraba algo menos familiar con ellos que antes, que se había contagiado algo de los aires de los De Courcy, aún era su señor, su amo, el hombre rico en cuyas manos se encontraban. Cuando el anciano hacendado desapareció, se sintieron orgullosos del joven y de su esposa a pesar de su hauteur. Ahora ya nadie se sentía orgulloso de él.

      Anduvo por entre los invitados y pronunció unas palabras de bienvenida en cada mesa. Mientras, los arrendatarios se levantaban para inclinarse y desear salud al anciano señor, felicidad para el joven y prosperidad para Greshamsbury. No obstante, todo era aburrido.

      Había otros visitantes, de buena cuna, que honraban la ocasión, pero no eran una multitud, a diferencia de antaño, cuando se reunía la aristocracia de la mansión y la vecina en las fiestas de gala. En realidad, la fiesta de Greshamsbury no era muy grande. Se componía principalmente de Lady de Courcy y su comitiva. Lady Arabella aún mantenía, en la medida de lo posible, una estrecha relación con Courcy Castle. Allí iba en cuanto podía, a lo que nunca se oponía el señor Gresham, y siempre que podía llevaba consigo a sus hijas , aunque, por lo que respectaba a las dos mayores, a menudo lo impedía el señor Gresham y, no infrecuentemente, las propias hijas. Lady Arabella estaba orgullosa de su hijo, aunque no fuera su favorito. Sin embargo, él era el heredero de Greshamsbury, hecho del que iba a sacar partido, y era un joven apuesto, afectuoso, al que cualquier madre querría. Lady Arabella le quería mucho, aunque sentía una especie de decepción con respecto a él, al ver que no era tan De Courcy como debería. Le quería mucho y, por consiguiente, cuando cumplió la mayoría de edad, hizo que se reunieran en Greshamsbury su cuñada y todas las Ladies, Amelia, Rosina, etc. También, con cierta dificultad, persuadió al honorable Georges y al honorable John por ser igualmente superiores. El mismo Lord de Courcy se hallaba en la corte —al menos dijo eso— y Lord Porlock, el hijo mayor, sencillamente dijo a su tía cuando le invitaron que jamás se aburría con este tipo de eventos.

      Luego estaban los Baker y los Bateson, y los Jackson, quienes vivían cerca y regresaron a casa por la noche. Ahí estaba el Reverendo Caleb Oriel, el rector de la Iglesia anglicana conservadora, con su bella hermana, Patiente Oriel. Ahí estaba el señor Yates Umbleby, abogado y representante. Ahí estaba el doctor Thorne y su modesta y tranquila sobrina, la señorita Mary.

      [1] Tierra de promisión en Egipto destinada por José a los israelitas (Génesis, 45, 10-11).

      [2] Relativo a Sir Robert Peel, quien, siendo Primer ministro, ocasionó la división del partido tory al introducir la abrogación de la Ley del cereal en 1846, contra los intereses de los terratenientes.

      [3] En 1832 Wellington suscitó el odio de los opositores a la Reforma parlamentaria al retirar su oposición al Proyecto de Reforma en la Cámara de los Lores.

      [4] Es la capilla del Palacio de Westminster donde se reunían los comunes desde 1550 hasta el incendio de 1834.

      [5] Mansión del Marqués de Bath en Wiltshire, construida en 1567-80 por Sir John Thynne y calificada por John Aubrey como «la casa más augusta de toda Inglaterra».

      [6] Hatfield House, mansión construida en 1611 por Robert Cecil, primer conde de Salisbury, para el rey Jaime I.

      [7] Casi un proverbio de Thomas Tusser.

      Como el doctor Thorne es nuestro héroe —o debería decir mi héroe, dejando al lector el privilegio de elegir por sí mismo—, y como Mary Thorne es nuestra heroína, aspecto cuya elección no queda en manos de nadie, es necesario presentarlos, justificarlos y describirlos de un modo apropiado y formal. Casi siento que es mi deber pedir disculpas por empezar una novela con dos largos y aburridos capítulos llenos de descripciones. Soy perfectamente consciente del peligro de tal proceder. Al hacerlo así peco contra la regla de oro que nos exige hacerlo lo mejor posible. La sabiduría de esta regla la reconocen los novelistas, yo entre ellos. Apenas puedo esperar que nadie avance en esta ficción que ofrece tan poco encanto en sus primeras páginas. Pero por retorcido que sea, no lo sé hacer de otro modo. No puedo hacer que el pobre señor Gresham se revuelva inquieto en el sillón de una manera natural hasta que haya dicho que se siente inquieto. No puedo hacer que el doctor hable libremente ante la aristocracia hasta haber explicado que esto concuerda con su carácter. Esto no es artístico por mi parte y muestra falta de imaginación, además de falta de habilidad. Si puedo o no expiar esta culpa a través de la narración directa, sencilla y llana, esto, verdaderamente, es muy dudoso.

      El doctor Thorne pertenecía a una familia en cierto sentido tan buena y en otro sentido tan antigua como la del señor Gresham, y mucho más antigua, según estaba dispuesto a jactarse, que la de los De Courcy. Se menciona primero este rasgo de su carácter pues era su debilidad más llamativa. Era primo segundo del señor Thorne de Ullathorne, un СКАЧАТЬ