Название: Pablo VI, ese gran desconocido
Автор: Manuel Robles Freire
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
Серия: Testigos
isbn: 9788428563826
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A Montini le gustaba el lugar, cerca de su casa, y allí se refugiaba para estar cerca de la Virgen y rezar. Se trata de un cuadro neogótico, obra de Vincenzo Foppa, que representa el nacimiento de Jesús. En la escena puede verse cómo la Madre, suavemente inclinada, con las manos juntas, adora al Hijo, que yace graciosamente en un repliegue o prolongación de su propio manto. Mientras tanto, san José contempla, pensativo y un poco distante, la escena de la Natividad. Pero hay que fijarse en la mirada del buey: es la de un animal curioso; el pintor lo ha dibujado como si tuviera inteligencia humana. Y luego están los ángeles y los pastores al fondo del cuadro, como esperando su turno para ir a adorar al Niño-Dios.
El domingo 8 de septiembre de 1974, fiesta del nacimiento de María, Pablo comentaba a los fieles en el Ángelus en la Plaza de San Pedro: «Recordamos la Iglesia de Santa María de las Gracias, a dos pasos de nuestro domicilio doméstico»...
Las convivencias de Montini con el padre Caresana junto al mar
En el verano solían hacerse unas connivencias juveniles los chavales del Oratorio de Brescia, unas veces con el padre Luigi Carli y otras con el padre Caresana. El lugar donde iban se llamaba Viareggio, en la Toscana, en la provincia de Luca, que entonces era famosa por ser una de las estaciones balnearias más importantes del norte de Italia. Allí iban todos esos personajes –burgueses– que tan bien describiera Thomas Mann en sus novelas.
Por la mañana se bañaban y por la tarde daban largos paseos junto al mar. «Tengo la piel quemada y el rostro bronceado. Como con apetito y la mesa es abundante». En una ocasión los compañeros le gastaron una broma: le cortaron el pelo. Pero se lo dejaron tan mal, que optó por cortarlo al cero. Su cabeza parecía una bombilla.
Tampoco el papa Benedicto XV pudo parar la guerra
Durante los años de la I Guerra mundial (1914-1918) Montini tenía 17 años, y se sintió muy nacionalista. Sufrió cada derrota de las tropas italianas experimentándola como una especie de desgracia nacional y, justamente por ello, como una llamada a «llevar la cruz de Cristo». La «Gran Guerra» es precisamente, según el actual recuerdo transfigurado de los veteranos del norte de Italia, la que explica los sentimientos del joven Montini.
Poco antes de estallar la I Guerra mundial su padre se lo llevó por primera vez a Roma. Y allí vio por vez primera a un papa: el entonces Benedicto XV, que intentaba por todos los medios a su alcance terminar con aquella «inútil matanza». Recurrió a la diplomacia (el presidente Wilson de EE.UU. envió al Vaticano un delegado personal), a los llamamientos a todos los jefes beligerantes, y sobre todo a la oración; personalmente redactó una que empezaba así: «Sacudidos por el horror de una guerra, que aniquila pueblos y naciones...».
El amigo de su juventud: Andrea Trebeschi
Su amigo y coetáneo Andrea Trebeschi tuvo la idea de fundar una revista estudiantil. Y Juan Bautista siguió gustoso los pasos periodísticos de su progenitor. El 15 de junio de 1918 apareció el número primero de La Fionda (La honda).
El editor vivía en Via Battaglie (calle de las Batallas), en Brescia, y combatió valientemente. «Tiró con honda» ayudado de Montini hasta noviembre de 1926 y se comprometió como abogado –en el ínterin había superado el examen de Estado en Derecho–, lleno de vigor y temperamento, en los enfrentamientos sociales y políticos de la época: Mussolini ya había realizado su marcha sobre Roma.
La última colaboración
Su última colaboración para La Fionda la entregó en junio de 1922, bajo el título «Para el 29 de junio: Petro salutem». Con una salutación al papa Benedicto XV, en cuyos funerales había participado Montini el 26 de enero de 1922. Sus impresiones personales se las refería así a su familia en una carta: «... Todo tras las puertas cerradas de San Pedro, con una solemnidad regia, pero sin apenas el calor de las lágrimas y las oraciones. Esta es la piedad del momento y el mundo de los que están lejos, mal representado con la dispersa curiosidad de los mirones. Realmente permanece inolvidable para todos el instante en que callaron las invocaciones polifónicas del coro de la Capilla Sixtina, cuando rechinaron las cadenas que depositaban el sarcófago allí donde Pedro descansa como semilla de la resurrección futura».
Firma sus colaboraciones con el nombre de G. B. M.
En noviembre de 1926 La Fionda hubo de interrumpir su aparición, pues las tropas de choque fascistas arrasaron la redacción prendiéndole fuego. Trebeschi continuó luchando en la clandestinidad contra la dictadura fascista. Fue detenido el día de la Epifanía de 1944 junto con algunos compañeros de lucha, deportado al campo de concentración de Dachau, luego trasladado a Mauthausen y finalmente al campo de exterminio de Gusen, donde murió el 24 de enero de 1945. Su hijo Cesare, hoy alcalde de Brescia, editó en 1978 las Cartas a un joven amigo de Montini y, al año siguiente, los artículos que había escrito para La Fionda, unos cincuenta en total. Montini los firmaba g. b. m. y también G.
Otro gran amigo de Montini, Lionello Nardini
La I Guerra mundial separó a los compañeros y a los amigos de estudio, y uno de ellos fue Lionello Nardini. Ya se sabe que cuando llega una guerra los primeros a los que movilizan es a los jóvenes, y no queda otra que prestar el servicio a la patria.
Su amigo Nardini sirvió como subteniente de artillería. Se fue al seminario de Brescia, antes que Montini, y era muy amigo de Montini, pero no llegaría a ser cura, porque murió en un hospital al acabar la guerra. Lo sintió y lo lloró con intensidad. Fue, junto a Andrea Trebeschi, el amigo con el que compartía inquietudes cristianas y proyectos de vida. Para él fueron sus «amici del cuore». Con el tiempo le diría al padre de Lionello que el ejemplo de su hijo le había ayudado mucho a la hora de decidirse a entrar en el seminario.
Un adolescente preclaro
Lo cuenta Carlo Cremona en su biografía sobre Pablo VI. Juan Bautista ya no es un niño: es a la vez reflexivo y diligente en el estudio, está pendiente de no malograr las enseñanzas y las expectativas de sus padres, es capaz de escoger amistades valiosas y competentes, como las mantenidas con los padres oratorianos de La Pace, y de hacerse merecedor de su consideración y afecto. Ya no es un niño.
Ahora es un adolescente que madura con rapidez hacia una juventud responsable; y camina al paso del nuevo siglo, que empezó cuando él tenía tres años y tres meses: se verá en el centro de los acontecimientos más trágicos de su época, y será capaz de iluminarla y sostenerla con la fuerza de su fe. Por el momento, respecto a su configuración mental, hay que decir que Juan Bautista Montini estaba dotado de un intelecto, por así decir, anticipado, que elaboraba silenciosamente los análisis de las situaciones, y revelaba su síntesis con exactitud y rapidez. Era uno de esos hombres –¡tan pocos hay!– con la deslumbrante capacidad de asumir y comprender las cosas cinco minutos antes que la mayoría. Su hermano mayor, Lodovico, nos asegura que, desde joven, Bautista representaba el modelo de la familia, el punto de referencia y de contraste en los juicios sobre los diversos problemas cotidianos, incluso para el padre y la madre.
Estudios en el instituto estatal de Chiari
Debido a su precaria salud tiene que recibir las lecciones en su casa con profesores particulares, pero se examina en junio de 1913, en el instituto estatal de Chiari, pero no el instituto de Brescia que dirigían los jesuitas, y eran muy severos con los alumnos que no asistían a clase. Los veranos los pasaba en Verolavechia, la casa de sus abuelos maternos, donde se reponía de su salud maltrecha y seguía recibiendo clases particulares para estar al día en sus estudios.
A los 18 años deja el Liceo Adorni de Brescia
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