Cuentos de Asia, Europa & América. Tessa Hadley
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Название: Cuentos de Asia, Europa & América

Автор: Tessa Hadley

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Fondo Universidad de Guadalajara

isbn: 9786075712680

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СКАЧАТЬ en las junglas verdes terminó frente a un árbol gris y triste? Se posó bajo su sombra y eso le cambió los colores.

      Por eso mismo creo que un documento no puede cambiar por sí solo. Algunos han soñado con liberar al camaleón del tronco del árbol y soltarlo de nuevo en la jungla.

      Uno de esos soñadores fue Debendranath. Un joven bengalí del pueblo sadar. Tenía ojos brillantes y desafiantes. Sintió compasión por nosotros. Me enseñó el alfabeto en la escuela nocturna. Él donaba la educación y yo era su donatario. Debemos mantener esos recuerdos vivos. Se hizo inmortal al revelar los misterios del mundo y la sociedad. Con él, aprendí sobre el origen de las cosas, sobre economía y sobre el clima y la topografía de otras tierras. Una vez dijo:

      —Los hombres negros son los habitantes originales del mundo. No lo sabes, pero tú naciste directo de la tierra.

      Nos llenaba de asombro.

      —Justo como nuestro dios Shiva sale del vientre de la tierra, con el cuerpo hecho de piedra negra, tú también has emergido de ella. Desde que naces, te pertenece por derecho natural.

      He escuchado acerca de la furia de Shiva, dios de los hindúes, de su naturaleza destructiva. Debendranath nos comparaba con esa gran deidad poderosa.

      —Tienes un derecho inalienable a esa tierra —repitió—. ¿Alguna vez fue tuya?

      Asentí.

      —¿Cómo fue transferida? —preguntó.

      Ya sabes esa historia, nieto mío. Sin embargo, Debendranath señaló algunos huecos. Me iluminó con la educación. Todos nacen sin hogar y sin tierra. Incluso nuestros ancestros. Aun así, les ponemos nombres a esas tierras en honor a personas o tribus que tuvieron vidas insoportables y que poco a poco se frustraron y desilusionaron.

      Sabes que el mejor y más productivo pedazo de tierra de unas diez bighas se conoce como la tierra de Nimey Santhal. ¿Quién era este hombre? Nadie lo sabe. Tal vez fue uno de nuestros ancestros. Esa tierra ahora es de los brahmanes utkal. Las treinta bighas que rodean esa área, divididas en terrenillos, se manejan por contratos de aparcería y se les conoce como tierras santhal, aunque no les pertenecen a los brahmanes. ¡Lo mismo es el caso de Bagdir Math, Domer Math, Mahalishol, Dharopayjora y muchas otras!

      —Los nombres de estos terrenos contienen pistas sobre sus verdaderos dueños. Es como el nombre de la India, que no se convirtió en «Inglaterra» en doscientos años. Todos siguen intactos.

      Nos quedamos atónitos al escucharlo. Se podía ver el asombro en los ojos de los bagdis, los bawris, los doms y los santhal. El decrépito Hori Dom gritó:

      —¡Es cierto! Domer Math solía ser nuestra. Mi padre me lo dijo.

      Debendranath nos lo había contado durante el anochecer. Todo estaba quieto. Esas palabras parecían hacer eco en el bosque a nuestro alrededor. Podía escuchar que hablaba, que nos decía: «Es cierto, toda esta tierra es de ellos. Somos un bosque antiguo y podemos comprobar este hecho».

      Me deprimí. Nadie más podría escuchar este bosque, pues los árboles no hablan. No pueden ir a testificar por nosotros en las cortes.

      De cualquier modo, las cortes son lugares muy peligrosos. Cuando intenté proteger mi vida al decir la verdad respecto al caso que habían inventado otros, los abogados interrogaron a otros testigos y los hicieron corroborar testimonios falsos. Uno de ellos, un pobre hombre que fue sentenciado y aterrado en la corte, había vuelto a su aldea devastado. Dijo una y otra vez que ese lugar hace que la lengua se sienta pesada, que te duela la cabeza frente al abogado y que se te suba la presión por el terror.

      Por eso, incluso si alguien sabe la verdad, no sirve de mucho. Esos hombres habían sido como los árboles, incapaces de hablar.

      A pesar de todo, Debendranath se fue a investigar al pueblo. Un día volvió a Sonari Mara lleno de júbilo. ¡La cantidad de documentos que traía! Había recolectado mucha información y estaba feliz. Le pregunté dónde había estado.

      —En el mehfezkhana del pueblo sadar —respondió. Allí se archivan los documentos oficiales.

      —¿Es posible acceder a la historia de todas las tierras del distrito? —preguntó Hori Dom.

      —Tal vez lo sea.

      Debendranath nos platicó sobre el archivo y cómo bajo capas y capas de polvo se escondía la verdad de nuestra tierra. Tenía todos los documentos, notificaciones y más.

      —¿No está lleno de ratas? —preguntó Lakhon Murmu. Siempre las busca. No tiene hogar ni tierra. Se alimenta de ellas y eso le causa problemas en la piel—. Conozco el sabor de las ratas que se alimentan de las cosechas, pero me intriga experimentar el sabor de las ratas que se comen la historia.

      Debendranath nos contó cómo se había empolvado en el mehfezkhana y que había leído la Ley Agraria de Bengala de 1885 y muchas otras leyes. También había transcrito el Acuerdo Distrital, los convenios permanentes y otros manuscritos.

      —¿Qué había detrás de estas transferencias de tierra? —nos preguntó.

      —Tal vez fue el hambre —propuso Ravan Soren.

      Concuerdo con él. Sí, tenía que ser eso. Un hambre ilimitada carcome los cuerpos de los hombres pobres y los sabios se asombran al verlo. Venden a sus mujeres e hijos para llenarse los estómagos. Si fuera posible, se tragarían el mundo entero.

      Debendranath continuó:

      —¿Piensan que podrían sobrevivir si toda la tierra de Sonari Mara volviera a ser suya?

      —Sí, sería posible. Nuestro único deseo es sobrevivir.

      —Cuando esta tierra era suya, la población era mucho menor —señaló Debendranath—. Sin embargo, la tierra tuvo que cambiar de manos para satisfacer el hambre de los hombres.

      Todos se quedaron callados. ¿Acaso una persona tenía que comerse la parte que le correspondía a otras veinte para sobrevivir?

      Debendranath fue de inmediato a las oficinas del distrito y apeló ante el honorable juez. Le enseñó que los documentos mostraban a quiénes les pertenecía esa tierra y cómo los habían privado de ella. Y las dichosas escrituras no mostraban cómo se les había quitado esos terrenos y su paso a otras manos; no eran transparentes. Por lo tanto, se les debía restituir la tierra a sus propietarios legítimos y mostrar verdadero respeto al espíritu de la ley. Debían dejar que la tierra gozara volver a sus verdaderos dueños.

      Qué tarea tan inmensa se había impuesto Debendranath: tratar de recuperar al camaleón que se había vuelto gris y marchito bajo los árboles equivocados para devolverlo al refugio del bosque verde. Creía que la evidencia del archivo nos restituiría esa tierra.

      Pero no fue así. Esa gloriosa corte hedía a camaleón putrefacto. Los documentos estaban tan viejos que comenzaron a deshacerse. El tiempo pasó. El juez salió a comer, se echó una siesta y cuando volvió, sólo quedaba el polvo de la verdad en la ropa del abogado. Los argumentos y contraargumentos se volvieron más y más intensos. El juez interrogó a los presentes y cuestionó todos y cada uno de los argumentos. Se rascaba la frente. No podía llegar a un veredicto. «Así es como funciona el mundo», pensaba.

      No se lograron cambiar los colores del camaleón de aquel modo. Acosaron a Debendranath СКАЧАТЬ