Название: En el principio... la palabra
Автор: Antonio Pavía Martín-Ambrosio
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Mambré
isbn: 9788428561839
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El Alfarero es fiable
El problema del hombre de todos los tiempos, culturas y religiones consiste en que establece con Dios, en quien dice creer, la suficiente distancia como para no dejarse hacer por Él. No le importa sujetarse a toda una serie de ritos, sacrificios, cultos y plegarias con su dios; sin embargo le cierra la entrada a su ser más profundo, allí donde Dios trabaja, realiza su nueva creación. Y no le deja entrar por una sola razón: no cree lo suficientemente en Él como para darle las riendas de su vida y prescinde de su criterio en lo que respecta a sus opciones y decisiones, e incluso no le da parte a la hora de establecer lo que es lícito o no; como estamos viendo, por ejemplo, respecto al aborto que, casi o sin casi, llega a ser considerado un derecho de la mujer.
La cuestión es que no hay una nueva creación sin una relación de libertad y sabiduría con nuestro Alfarero. Lo normal es que, cuando su obra está en ciernes, es tal la deformación que percibimos de ella que nos da por litigar con Él por la forma tan desastrosa que tiene de ejercer su oficio, como vimos en Isaías.
Llegados a este punto crucial, nos da por decir: ¡Dios no sabe, no existe, y si existiera es impasible respecto a lo que nos pase! Nos lo jugamos todo, pues, en nuestra libertad, tenemos la posibilidad de escoger o bien al pastor que abandera la muerte como punto final e irreversible de nuestra existencia, tal y como proclama el salmista (Sal 49,15), o bien al Pastor, al Modelador enviado por el Padre, que abre toda existencia humana a la vida eterna. La cuestión es que solo tú puedes hacer esta elección; nadie, ni siquiera Dios lo va a hacer por ti.
Es cuestión de recurrir a la sabiduría, de fijar nuestros ojos en la riqueza de vida que nos da Dios. Sin esta sabiduría nos vemos abocados a la pobreza existencial, cuya hija, la necedad, nos lleva a escoger la seducción del padre de la mentira ( Jn 8,44) antes que al Dios fiel cuya Palabra es verdad ( Jn 17,17). Cuando Jesús dice que la palabra del Padre es verdad, está proclamando que la cumple, sea como sea, por el honor de su nombre. Bien sabía el Hijo que su Padre tenía una palabra de Vida con él que se cumpliría en el sepulcro resucitándole.
Efectivamente, Jesús hace esta proclamación en la Última Cena, cuando todo el entramado inicuo que habría de llevarle a la muerte está en marcha. Aun así y teniendo en cuenta que la muerte no es plato de gusto para nadie y menos aún la suya –no es necesario ahondar en la iniquidad de su juicio y posterior crucifixión–, incluso así, repito, proclama que la palabra del Padre es verdad. Bien sabía que él habría de visitarle en la lóbrega cavidad del sepulcro de donde le levantaría glorioso.
Dejando a Dios actuar, a la Palabra hecha carne, se cumple la bellísima profecía de Isaías. Antes de leerla es conveniente saber que cuando los profetas utilizan la expresión «aquel día», normalmente es una referencia a la venida del Mesías. Ahora sí vamos al texto profético:
Aquel día se dirigirá el hombre a su Hacedor, y sus ojos hacia el Santo de Israel mirarán. No se fijará más en los altares, obra de sus manos, ni lo que hicieron sus dedos mirará: los cipos y las estelas solares (Is 17,7-8).
Esta es la buena noticia: que gracias a Jesucristo, con su fuerza podemos combatir hasta deshacer las artimañas del «deshacedor» y poner nuestros ojos –nuestra existencia– en el Hacedor. Es entonces cuando podemos decir con Pablo: «En Él –Dios– nos movemos, existimos y somos» (He 17,28). Expresión que nos resitúa nuevamente junto a Juan quien, en su Prólogo, testifica que por su Palabra fueron hechas todas las cosas; y en este su hacer está la nueva Creación de todos aquellos que se ponen en sus manos, en las de Dios. Creación eterna, es decir, por y para siempre.
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Superabundancia de Dios
En ella estaba la vida ( Jn 1,4a).
«En ti está la fuente de la vida» (Sal 36,10), canta pletórico de júbilo el salmista. No es para menos. En un mundo en el que su Príncipe raciona la vida de los suyos hasta la extenuación, descubrir que Dios es manantial de vida llena de esperanza a los que en Él confían. «Hacia las aguas de reposo me conduce mi buen Pastor», canta este otro hombre orante del pueblo santo (Sal 23,2b). Y nos quedamos suspendidos entre la fe y la fantasía, pues no nos acabamos de creer que haya unas aguas vivas que den al hombre la serenidad del alma, agitada un día sí y otro también por su adversario ( Job 1,6 y ss.). Sobre esa serenidad del alma puede el hombre palpar el rostro de Dios que lleva en ella dibujado.
La Palabra es fuente de la vida. Todas las experiencias destructivas por las que pasa Israel tienen una sola causa: haber abandonado el manantial de aguas vivas. En esta tesitura no le queda otra que beber de aguas estancadas, almacenadas en aljibes agrietados, como dice Jeremías:
Doble mal ha hecho mi pueblo: A mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua ( Jer 2,13).
Es a causa de esta penuria, escogida insensatamente por Israel, por la que queda a merced de otra fuerza, no de la de Dios, sino de la de sus enemigos que terminan por reducirlo y someterlo en el destierro. Baruc les dirá a estos hombres, desposeídos de la tierra que Dios les había no solo dado, sino también confiado, que acabaron en tierra extraña:
Escucha, Israel, los mandamientos de vida, tiende tu oído para conocer la prudencia. ¿Por qué, Israel, por qué estás en país de enemigos, has envejecido en un país extraño? [...] Es que abandonaste la fuente de la sabiduría (Bar 3,9-10.12).
Cuando Juan, lleno del Espíritu Santo, nos dice que en la Palabra estaba la vida, por supuesto que está pensando en la creación del mundo por obra y gracia de la Palabra salida de la boca de Dios. Recordemos: «Y dijo Dios: Hagamos». Mas el espíritu del evangelista vuela mucho más alto, digamos que a la par del hombre redimido y rescatado por el Señor Jesús. Este hombre nuevo está lleno de vida, de la fuente de la sabiduría, de la misericordia y del amor que fluyen de la Palabra sembrada en la buena tierra de su alma (Mt 13,23).
Cuando hablo de la buena tierra de su alma no me refiero a una especie de predilección elitista por parte de Dios, sino a la resolución de quien, acogiendo y valorando la Palabra recibida más que a su propia vida (Mc 8,34-35), se afana desde su libertad en quitar de ella todo abrojo, zarza, piedra, etc. que hubieran abocado esa tierra, que es su alma, a la esterilidad (Mt 13,18-22).
En este hombre está y habita como gran señor la debilidad. La buena noticia es que los primeros discípulos de Jesús conocieron a fondo sus debilidades. Jesús, su Maestro y Señor, no usó una varita mágica para anularlas, sino que se enfrentó a ellas con sus palabras de vida. Las puso tan al alcance de estos pobres hombres que, como dice Juan en su primera carta, las pudieron ver, oír, tocar y palpar (1Jn 1).
El que la prueba, no vuelve atrás
Muy fuerte tuvo que ser el impacto de estos primeros discípulos de Jesús ante la Palabra que salía de sus labios, tanto que, en un cierto momento, cuando tienen que decidir si continuar a su lado o volverse junto a toda una multitud que, escandalizados por sus actos, le habían dado la espalda ( Jn 6,66), Pedro en nombre de todos, sacó a la luz lo más genuino que su alma había guardado del Evangelio de su Maestro: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» СКАЧАТЬ