Название: El sexo oculto del dinero
Автор: Clara Coria
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
Серия: Androginias 21
isbn: 9788412469066
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De esta manera el consenso popular y académico llega a definir la prostitución como una actividad fundamentalmente femenina que se desarrolla en el ámbito público, por lo cual se recibe dinero a cambio de un servicio personal sexual.
El consenso popular condensa claramente esta idea recogiendo la tradición oral, al referirse a ella como la «profesión femenina más antigua del mundo». La sociología debería por lo tanto considerarla como la «prehistoria del trabajo femenino» en el ámbito público.
El consenso académico, además, parecería avalar esta tradición oral. Los diccionarios, que son mojones referenciales, nos transmiten muy claramente cómo debe ser entendida la realidad a través de la definición de las palabras. Así, mientras la acepción de hombre público es: «aquél dedicado a funciones de gobierno y a tareas que atañen a la comunidad», la mujer pública es aquélla que ejerce la prostitución. Aún hoy, 1986, los diccionarios actualizados recogen, transmiten y perpetúan esta acepción. En un diccionario actualizado (III) se define la palabra prostitución de la siguiente manera: «Acción por la que una persona tiene relaciones sexuales con un número indeterminado de otras mediante remuneración. Existencia de lupanares y mujeres públicas.» ¿No es sorprendente que se excluya de la definición a la otra persona, la que paga para que la prostitución sea posible? ¿No resultaría también risible —si no fuera por lo dramático— que aunque en esta definición (¡de 1983!) se incluye a los dos sexos al decir «acción por la que una persona»… se insista en lo de mujer pública como sinónimo de prostituta? A partir de aquí hay muchas preguntas que quedan sin respuesta. Por ejemplo, ¿qué nombre se les da a las mujeres como Indira Gandhi, Golda Meir, Margaret Thatcher, Simone Weil, etc.? ¿Corresponde llamarlas mujeres públicas? Para contribuir a una compresión más acabada de esta compleja situación, debemos agregar que la tradición judeocristiana contribuye decididamente a enfatizar y corroborar el concepto (que se convierte en creencia y luego es perpetuado como una «verdad») de que:
la mujer + dinero + ámbito público = prostitución
La cristiandad, en lo que a la mujer se refiere, recoge, amplía y transmite con fuerza de «verdad» lo que el Antiguo Testamento y los Libros Sagrados judíos ya habían sostenido. Las mujeres, por la palabra de Jehová, deben ser las siervas del hombre, ocupar un lugar de subordinación y ser pasibles de los castigos y usos que el hombre considere darles. Se lo estableció como dogma sin explicar los fundamentos de dicha consideración17.
La cristiandad, continuadora legítima y heredera del judaísmo, le va a dar formas más definidas y acabadas. Es así como los prototipos de mujer que formaban parte de las nuevas enseñanzas iniciadas por Jesús y consolidadas por sus continuadores son fundamentalmente dos: virgen o prostituta.
La virgen, representada por María, es fundamentalmente madre, ser asexuado, núcleo de la familia y alejado del dinero. La prostituta, representada por Magdalena, es fundamentalmente sexuada, desarrolla una actividad en el ámbito público y se relaciona con el dinero.
María y Magdalena —virgen y prostituta— representan los dos lugares posibles para una mujer, lugares que, además, se presentan como antagónicos y a los que se les atribuye características específicas y valoraciones sociales muy definidas. Mientras el lugar de madre —con sus roles específicos— va a estar coronado con la aureola de la bondad, generosidad, altruismo y resignación, el lugar de prostituta va a soportar el estigma de un supuesto desafecto, interés, malignidad, etc. Un lugar va a ser enaltecido y el otro denigrado (a menos que se redima con el arrepentimiento que implica reconocer su «innegable» culpabilidad).
Uno va a ser el reservorio de las bondades divinas y el otro expresión de lo demoníaco.
Es así como el dinero, en relación a la mujer, está unido desde los albores de la historia a la prostitución y va a mantener, a través de los tiempos, un halo pecaminoso.
A partir de la revolución industrial, cuando la familia deja de ser una unidad de producción y se reafirma la división entre ámbito público y privado, se enfatizan también los roles y funciones masculinos y femeninos. El ámbito público aparece claramente asignado al hombre y el privado a la mujer. Según las vicisitudes económico-políticas, los distintos gobiernos usarán a las mujeres y usufructuarán de los réditos económicos de sus actividades (públicas como domésticas). Es así como en época de guerra, en que los hombres van al frente o cuando deben colonizar zonas inhóspitas y desconocidas, las mujeres son llamadas al trabajo fuera del hogar para «contribuir económicamente al desarrollo de la nación», recibiendo, a pesar de su dedicación esmerada, retribuciones menores de las que reciben los hombres en iguales circunstancias. En cambio, en épocas de recesión y crisis económica son impulsadas a volver a los hogares para «combatir la desafectivización y evitar la destrucción de la familia». En estas oportunidades se las aleja de los lugares de producción rentada para ofrecer esas vacantes a los hombres quienes, además, usufructúan los beneficios económicos del trabajo doméstico no remunerado18.
Mientras tanto el siglo xx se caracteriza por un desarrollo tecnológico que requirió la formación especializada de gran parte de la población femenina. Al mismo tiempo, muchas mujeres, deseosas de un desarrollo personal que no se limitara a las satisfacciones hogareñas, han ganado la calle, accediendo al trabajo remunerado y al dinero.
Y volveremos al dinero, el famoso dinero; ese dinero que antes, en relación a la mujer, era solamente patrimonio de prostitutas.
Ahora las mujeres también ofrecen sus servicios en el ámbito público, servicios por los cuales reciben dinero. Son médicas, arquitectas, ingenieras, psicólogas, matemáticas, enfermeras, maestras, profesoras, comerciantes, empleadas, obreras, etc. Y a pesar de la preparación, experiencia y desempeño laboral sufren una serie de «contratiempos», difíciles de explicar, con el dinero.
Contratiempos de muy variado tipo (como se explicitan en detalle en el cap. III) se presentan en situaciones laborales, familiares, afectivas, sociales, comerciales, etc. Por ello vamos a intentar indagar sobre esas situaciones aparentemente inexplicables e incoherentes de muchas mujeres en relación al dinero. Y en este sentido incluimos aquí la hipótesis de la existencia de un fantasma: el fantasma de la prostitución.
Este fantasma es totalmente inconsciente. Ha sido alimentado durante siglos de discriminación, oscurantismo y terrorismo religioso. Sirve para perpetuar el poder de unos sobre otros, infiltrándose en las conciencias y en la estructura del psiquismo.
Dinero y sexo: una «transgresión fundamental» (pudor, vergüenza y culpa)
El fantasma de la prostitución está presente de manera encubierta en la vergüenza y la culpa que muchas mujeres sienten en sus prácticas con el dinero. Cuando prestamos atención al discurso de las mujeres y reflexionamos sobre lo que dicen, es sorprendente la abundancia de referencias que es posible encontrar en relación a la vergüenza que sienten cuando se descubren a sí mismas gozosas por ganar dinero y con deseos de ambición económica.
La vivencia de culpa también es harto frecuente y la encontramos preferentemente asociada con el hecho de trabajar fuera del hogar utilizando sus energías en el ámbito público en detrimento de la tarea hogareña.
Es frecuente encontrar entre las mujeres que se desempeñan en el ámbito público y que han tenido la fortuna de trabajar en algo que les gusta, la tendencia a ocultar СКАЧАТЬ