Название: Revistas para la democracia. El papel de la prensa no diaria durante la Transición
Автор: AAVV
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Oberta
isbn: 9788491346012
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Mientras tanto, desde la sección de «Internacional», La Calle empezaba a configurar un actualizado mapa del internacionalismo al gusto y conveniencia del que iba a salir del IX Congreso del PCE en abril de 1978.47 En este congreso, con el respaldo mayoritario de los asistentes, el Partido Comunista abandonó el marxismo-leninismo como doctrina oficial del partido para adoptar en su lugar el eurocomunismo y con él una nueva identidad, la de «partido marxista, revolucionario y democrático». El nuevo internacionalismo comunista dejaba atrás definitivamente la influencia del comunismo prosoviético para incluir a todas aquellas fuerzas revolucionarias y de izquierdas que pudieran contribuir a configurar «un frente anti-imperialista mundial» (Treglia, 2011: 27). En lógica consecuencia, La Calle amplió su agenda internacional más allá de Europa, donde le interesaban la socialdemocracia alemana, el socialismo en Italia o Francia y el movimiento sindical minero en Gran Bretaña. En América Latina prestó especial atención a las guerrillas centroamericanas y a la actualidad cubana, y en África a sus movimientos armados. Como contrapunto, se publicó una sección titulada, con evidente sarcasmo, «Las Cosas del Imperio», dedicada por supuesto a Estados Unidos. Todo ello dio como resultado una revista crítica de izquierdas, muy conectada con las aspiraciones de secularización y modernización radical del país compartidas por un colectivo de lectores instruidos y de arraigada conciencia política.
La deriva ideológica y estratégica del PCE, que había condicionado la fractura en Triunfo, influía ahora tanto en la línea editorial como en la agenda de La Calle y, con toda seguridad, en la cohesión del propio equipo de redacción. En el citado IX Congreso de abril de 1978, el PSUC, partido hermano en Cataluña, votó en contra del eurocomunismo y ello acabó abriendo una primera grieta entre los periodistas de La Calle afiliados al PCE y los afiliados al PSUC, como Manuel Vázquez Montalbán y Julia Luzán. Tras su legalización en 1977, el PCE había puesto de manifiesto su plural y a veces contradictoria composición interna, que incluía militantes prosoviéticos, activistas y una masa de afiliados que habían entrado en el partido no por firmes convicciones comunistas, sino por tratarse del partido más comprometido en la lucha antifranquista. Una vez caída la dictadura y cuando los resultados obtenidos en las elecciones de 1977 quedaron muy por debajo de las expectativas, esta pluralidad se tradujo en profundos conflictos políticos, ideológicos y de poder (Andrade Blanco, 2010: 439). Al final, las fricciones acabaron por traspasar la redacción y llegaron a los propios lectores. El 20 de enero de 1981, La Vanguardia anunciaba la querella de dos militantes de CC. OO. de Barcelona contra La Calle en la que acusaban al director, César Alonso de los Ríos, y al subdirector, Carlos Elordi, de tergiversar interesadamente la información en contra del PSUC.
CRISIS Y DECLIVE
El abandono de algunos de los nombres más significativos de su plantilla en 1978 había obligado a Triunfo a recomponer el elenco de firmas con algunas otras muy notables, pero ya sin el sello político de los que compartían dentro de la revista la experiencia vivida durante los difíciles años de la dictadura. Desde comienzos de 1978, su agenda volvió a sufrir una importante alteración, repartiendo su interés entre el proceso constituyente en España y la atención recuperada sobre el panorama internacional. Sin abandonar su posición de revista acostumbrada a enjuiciar estrategias políticas, Triunfo empezó a valorar muy positivamente el proceso de democratización entendiendo que la negociación con las fuerzas políticas de la derecha reformista procedentes de la dictadura estaba conduciendo a la «ruptura pactada».48
La gran preocupación de la revista era la fragmentación de la izquierda y, por ello, no dudó en advertir de que la responsabilidad de los partidos de izquierda era recuperar la unidad que había impulsado el cambio democrático en forma de plataformas unitarias.49 En efecto, la unidad de la izquierda había funcionado desde los años sesenta como un poderoso incentivo para lograr objetivos democráticos y había hecho de Triunfo una referencia ideológica insustituible. Avanzada la década de los setenta, la situación del país era otra muy distinta. La competencia electoral había disuelto toda posibilidad de estrategia conjunta y los esfuerzos de Triunfo por llamar a la unidad de la izquierda y recuperar ella misma el papel político que había desempeñado resultaban desesperados.
Ahora bien, si la política nacional no parecía prestarse a tácticas unitaristas, la agenda internacional quizá sí ayudara a ello. Después de dos años en los que había desatendido en su agenda periodística el panorama internacional, recuperó su atención sobre él en un intento de trazar el mapa de un nuevo internacionalismo ideológicamente funcional en el contexto de la Guerra Fría. La izquierda en Francia o en Italia, los movimientos insurreccionales en el Magreb o las guerrillas latinoamericanas ocupaban de nuevo las páginas y las portadas de Triunfo al igual que lo estaban haciendo en La Calle. El viejo antiamericanismo de la izquierda española ahora aparecía renovado en medio de la controversia política en torno a la OTAN. Tras dos años centrados en la actualidad interna española, en Triunfo se debió de percibir que la recuperación de un cierto internacionalismo antiimperialista podía atraer de nuevo el interés de los lectores hacia la revista y recuperar para ella el papel de liderazgo que había desempeñado en los años sesenta. Sin embargo, ninguna de estas estrategias funcionó y las cifras de tirada se desplomaban.
Su director, José Ángel Ezcurra, reconstruyó la memoria de aquel tiempo aludiendo a los intentos del PSOE por ejercer un control indirecto sobre la revista a partir de la compra de un abultado número de suscripciones. Ante semejante oferta, replicó Ezcurra que Triunfo «no podía ni merecía terminar en la condición de publicación subvencionada» (Alted y Aubert, 1995: 656). Mientras tanto, las reuniones en la redacción ponían de manifiesto lo que para los periodistas constituía una incomprensible deserción de los lectores, mientras los costes de producción de la revista no dejaban de aumentar a causa de la inflación y el descenso de ingresos por publicidad no encontraba freno. Desde esta posición de debilidad, el director de Triunfo recibió una nueva oferta, esta vez del círculo empresarial más próximo al presidente del Gobierno, que propuso a Ezcurra a través de Garrigues Walker efectuar una importante inyección de capital a cambio de que la redacción de Triunfo considerara «intocable» a Adolfo Suárez (Alted y Aubert, 1995: 657). No hubo respuesta al ofrecimiento. Sacrificar la esencia crítica e izquierdista de Triunfo en aras de la supervivencia debió de parecer un precio demasiado alto para su director y el resto de la redacción.
Tampoco Cuadernos para el Diálogo lograba remontar las dificultades económicas, que habían conducido al semanario a una situación crítica y hacían casi imposible su continuidad. Cada número semanal costaba entre tres y cinco millones de pesetas, con unas pérdidas que llegaron a los dos millones, con una redacción y plantilla que, en el último número, sumaban un director, dieciocho redactores, cinco administradores y más de ochenta colaboradores. En julio de 1976, Altares ya había explicado ante la Junta de Accionistas aquel «proceso lento, pero inexorable» que llevaba a la revista a perder lectores como resultado, apuntaba, de «la pérdida del papel protagonista que hasta entonces habíamos tenido como revista política de carácter democrático».50
En su caso, la vinculación directa al PSOE sí se contempló como una tabla de salvación y así, en el verano de 1977, Altares solicitó ayuda financiera a la socialdemocracia alemana a través de la Fundación Ebert (la misma que unos años después СКАЧАТЬ