Название: Caída y ascenso de la democracia
Автор: David Stasavage
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9788418895784
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Las repúblicas de la India antigua
En el 326 a. C., Alejandro Magno intentó conquistar la India y, a medida que avanzó, los miembros de su séquito guardaron testimonio de las diferentes sociedades que se encontraron y cómo se gobernaban a sí mismas. En numerosas ocasiones se encontraron con instituciones que se asemejaban a las ciudades-Estado republicanas que habían existido en Grecia, pero la idea de las antiguas repúblicas indias no duró mucho en la mente de los europeos. Los estudiosos posteriores ignoraron estos relatos al considerar que se trataba de unos forasteros que proyectaban la imagen de las instituciones de su lugar de origen sobre las sociedades extranjeras. El despotismo debió de ser la norma, pensaron.27
No se volvió a hablar mucho más sobre las antiguas repúblicas indias hasta el siglo xx, y esta vez el debate se vio influido por el contexto colonial. Si los indios solo se hubiesen gobernado a sí mismos por medio de la tiranía, esto podría legitimar en cierto modo el dominio británico; si, en su lugar, era la historia de varias repúblicas indias, esto podría justificar la independencia.28
En 1902, un estudioso inglés llamado Thomas Rhys Davids se dio cuenta de que algunos de los primeros textos budistas presentaban la imagen de una sociedad donde las monarquías y las repúblicas convivían codo con codo. Se retrataba el periodo de los siglos vi y vii a. C., es decir, dos o tres siglos antes de lo que vio el séquito de Alejandro Magno. Davids se encontraba en la misma tesitura que Thorkild Jacobsen en su relato sobre Mesopotamia: disponía de un texto posiblemente mítico con tentadores indicios de una democracia temprana, pero no había pruebas.
Davids destacó el ejemplo del Sakia, el clan del Buda. Los asuntos del clan se trataban en una asamblea con la presencia de jóvenes y mayores, y debió de incluir el de los impuestos.29 El clan elegía a un único líder, el rajá, para dirigir las sesiones de la asamblea y presidir sobre los asuntos de Estado. Davids pensó que el rajá debía de ocupar una posición similar a la de un cónsul romano: un oficial presidente, pero no un verdadero superior.30 Los mismos textos describen también la gobernanza por asamblea en la aldea, compuesta por todos los cabezas de familia.31 Sin duda, esto se parecía mucho a una democracia temprana.
Desde que Davids lo escribió por primera vez, han salido a la luz otros textos que corroboran sus afirmaciones iniciales, y en 1968 J. P. Sharma llegó a la conclusión de que la idea de la existencia de repúblicas en la India antigua estaba bien fundada.32 Existieron principalmente en las laderas del Himalaya, en el extremo oriental de lo que hoy son Uttar Pradesh y Bihar. Una vez más, la democracia temprana sobrevivió en lugares apartados.
También deberíamos preguntarnos si las mujeres de la India antigua tenían derechos de participación política. Una hipotética asamblea, la vidátha, pudo haber sido una reunión de la aldea que incluía tanto a hombres como a mujeres. Algunos se han referido a esto como “la asamblea popular más antigua” de los pueblos indoarios.33 El problema es que esta afirmación se basa estrictamente en la evidencia escrituraria del Rigveda, y un erudito señaló que había más interpretaciones de la vidátha que estudiosos que hubiesen trabajado en el problema.34 Romila Thapar, una destacada historiadora de la India antigua, planteó que, en lugar de una asamblea, la vidátha era una ocasión ritual para la distribución de obsequios, por lo que no permitía ninguna participación significativa de las mujeres en la política.35
Los hurones de los bosques del noreste americano
Consideremos ahora un caso de democracia temprana en una región del mundo muy distinta y sobre la cual disponemos de mucha mejor evidencia etnográfica. En el año 1609, durante un viaje por el río San Lorenzo, el explorador francés Samuel de Champlain se encontró con un pueblo nativo que sería después conocido por los franceses como los “hurones”, un término que, en el francés de la época, se utilizaba referido a los rufianes. Los hurones se llamaban a sí mismos “wyandotes”. En los años siguientes, los misioneros jesuitas franceses viajaron al territorio de los hurones para intentar convertir a la población al cristianismo. Como resultado dejaron un extenso testimonio que describe a la sociedad hurona, incluido el modo en que se gobernaba a sí misma.36 Gracias a ello, sabemos más sobre la sociedad hurona en el momento del contacto europeo que sobre los iroqueses, sus vecinos del sur, más famosos. Respecto a los iroqueses –que se llamaban a sí mismos haudenosaunee, o ‘gente de la casa larga’–, los mejores relatos etnográficos datan de una época posterior a la introducción de las enfermedades y las armas de fuego europeas.
FIGURA 2.1. Un mapa de Huronia
Los hurones vivían en un territorio compacto en la parte sur del actual Ontario, de unos cincuenta y seis kilómetros de este a oeste y treinta y dos de norte a sur.37 La población estaba dividida en veinte aldeas, aproximadamente, y un mapa antiguo elaborado por los misioneros franceses, mostrado en la figura 2.1, sugiere que a menudo estas aldeas se ubicaban cerca de los ríos, de tal modo que se podía llegar de una aldea a otra en tres o cuatro días.38 Las aldeas no estaban dispuestas de forma centralizada, lo cual es una importante diferencia respecto a los patrones de asentamiento de varias de las autocracias que veremos.
El maíz era la principal fuente de alimento para los hurones, y el resto de las calorías las obtenían mediante la caza y la recolección. Su tipo de agricultura requería trasladar las aldeas cada veinte años, aproximadamente. La sociedad hurona se dividía en cuatro tribus distintas, con ocho clanes diferentes; cada aldea pertenecía a una sola tribu, pero en ella estaban representados múltiples clanes: es el mismo modelo transversal que vimos en las tribus de Atenas.
Las instituciones políticas huronas ejercían la gobernanza colectiva en tres niveles. Para empezar, en cada aldea había varios jefes hurones para los asuntos civiles, uno para cada clan. Estos cargos eran hereditarios, en el sentido de que, por lo general, se derivaban de un linaje concreto. Sin embargo, los miembros del clan decidían a qué miembro del linaje se le otorgaba el puesto y, en la sociedad matrilineal y matrilocal de los hurones, eran las mujeres las que tenían la última palabra. Se entendía que los clanes podían destituir a un jefe en cualquier momento si se consideraba que su desempeño era deficiente. Según todos los indicios, a los visitantes jesuitas les sorprendió la ausencia de un gobierno jerárquico en la sociedad hurona al compararla con Francia, su país de origen. A diferencia del delfín de Francia, los jefes hurones solo accedían a sus cargos si su comunidad los consideraba lo suficientemente cualificados.39
Cada aldea hurona era gobernada por un consejo donde los jefes y un grupo al que los jesuitas llamaban “los Viejos” desempeñaban las funciones más importantes, pero también observaron que “todo el que lo desee puede estar presente, y tiene derecho a expresar su opinión”.40 El consejo de la aldea era responsable de organizar la prestación de servicios públicos, como el mantenimiento de la empalizada que protegía a los habitantes. También organizaba la redistribución de alimentos en tiempos de escasez y resolvía las disputas legales entre los miembros de los distintos clanes.
Por encima del nivel de la aldea, cada tribu hurona tenía también un consejo compuesto por el jefe de una tribu y los de los clanes. Aunque el jefe de la tribu era el supuesto responsable, tenía poco poder coercitivo; no contaba en realidad con subordinados que utilizar con esa finalidad, y los jefes de los clanes mantenían un alto grado de independencia.
El último nivel de la gobernanza hurona era el consejo de la confederación. Aquí también la autoridad central era débil y la norma era tomar las decisiones de forma consensuada. Cada tribu tenía derecho a acatar o no una decisión de la confederación, un principio de unanimidad que veremos en las democracias tempranas europeas, como la República Holandesa. La realidad subyacente era que el centro no disponía de medios de coerción independientes. El establecimiento de los hurones en una región relativamente compacta СКАЧАТЬ