Название: El león y el unicornio y otros ensayos
Автор: Джордж Оруэлл
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788418428982
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Se podría aducir que esos periódicos ya existen. Hay unas cuantas revistas cultas, por ejemplo, en las que la crítica de novelas, o lo que de ella se publique, es inteligente y no se pliega a sobornos. Así es, pero lo que cuenta es que las publicaciones de esa clase no se especializan en la crítica de novelas, y desde luego no intentan siquiera mantenerse al corriente de la actual producción de obras de ficción. Pertenecen al mundo de la alta cultura, el mundo en el que ya se da por sentado que las novelas, en cuanto tales, son despreciables. Pero la novela es una forma artística popular, y de nada sirve abordarla con los presupuestos del Criterion, o del Scrutiny, según los cuales la literatura es un juego de puro amiguismo y compadreo (con guante de terciopelo o con garras afiladas, según sea el caso) entre camarillas cultas diversas. El novelista es ante todo un narrador, y un hombre puede ser un muy buen narrador (véanse, por ejemplo, Trollope, Charles Reade, Somerset Maugham) sin ser estrictamente un “intelectual”. Se publican cada año cinco mil nuevas novelas, y Ralph Strauss6 nos implora que las leamos todas, o lo haría desde luego si tuviera que reseñarlas todas. El Criterion quizá se digna tener en cuenta una docena. Pero entre una docena y cinco mil puede haber un centenar, o doscientas, o tal vez quinientas, que a distintos niveles posean un mérito genuino, y es en ellas en las que cualquier crítico al que le importe la novela debería concentrarse.
Ahora bien, la primera necesidad es un método de gradación. Hay un sinfín de novelas que jamás tendrían siquiera que mencionarse; imagínense, por ejemplo, los efectos perniciosísimos que sobre la crítica tendría el reseñar solemnemente cada novela por entregas que se publica en Peg’s Paper. Pero es que incluso las que vale la pena mencionar pertenecen a categorías muy distintas. Raffles es un buen libro, y también lo son La isla del doctor Moreau, y La cartuja de Parma, y Macbeth, pero son “buenos” a niveles muy distintos. Del mismo modo, Si llega el invierno y El bienamado y Un socialista asocial y Sir Lancelot Greaves son libros malos, pero a niveles distintos de “maldad”.7 Ésta es la realidad que el destajista de la reseña se ha especializado en difuminar del todo. Tendría que ser viable idear un sistema, tal vez un sistema muy rígido, que clasificase las novelas por clases A, B, C, etcétera, de modo que si un reseñista alaba o desdeña una novela, uno al menos sepa en qué medida pretende que se le tome en serio. En cuanto a los reseñistas, tendrían que ser personas a las que de veras les importase el arte de la novela (y eso probablemente significa no que sean de la alta cultura, ni de la baja cultura, ni de la cultura media, sino de cultura elástica), personas interesadas en la técnica narrativa y aún más interesadas en descubrir de qué trata un libro. Son muy numerosas las personas de tales características; algunos de los peores reseñistas, aunque ahora no tengan remedio, empezaron siendo así, como bien se ve echando un vistazo a sus primeros trabajos. Por cierto, sería buena cosa si los aficionados hicieran más reseñas de novelas. Un hombre que no es un escritor hecho y derecho, sino que simplemente ha leído un libro que le ha impresionado hondamente, tiene más posibilidades de contarnos de qué trata que un profesional competente, pero sumamente aburrido. Por eso las reseñas norteamericanas, a pesar de sus estupideces, son mejores que las inglesas: son más de aficionados, es decir, más serias.
Creo que, del modo en que he indicado, el prestigio de la novela podría recuperarse. La mayor de las necesidades sigue siendo la de un periódico o una revista que se mantenga al tanto de la ficción actual y que sin embargo se niegue a rebajar sus criterios. Tendría que ser un periódico poco conocido, pues los editores no se anunciarían en él; por otra parte, cuando hubieran descubierto que en un medio como ése hay elogios que son elogios de verdad, estarían más que dispuestos a citarlo en sus textos promocionales. Aun cuando fuera un periódico muy poco conocido, probablemente provocaría una mejora del nivel general de las reseñas, pues las paparruchas de los dominicales sólo se siguen publicando porque no hay con qué contrastarlas. Pero aun si los reseñistas siguieran exactamente igual que hasta ahora, no importaría tanto, al menos mientras también existiera una manera decente de reseñar y de recordar a unas cuantas personas que los cerebros más serios todavía pueden ocuparse de la novela. Así como el Señor prometió que no destruiría Sodoma si se pudiera encontrar en la ciudad a diez hombres de probada rectitud, la novela no será completamente despreciada mientras se sepa que en algún lugar hay siquiera un puñado de reseñistas que se han quitado el pelo de la dehesa.
En la actualidad, si a uno le importan las novelas, y todavía más si se dedica a escribirlas, el panorama es sumamente deprimente. La palabra “novela” suscita las palabras “genialidad”, “contracubierta” y “Ralph Strauss” de un modo tan automático como “pollo” suscita “asado”. Las personas inteligentes rehuyen las novelas de un modo casi instintivo; a resultas de ello, los novelistas establecidos se vienen abajo, y los principiantes que “tienen algo que decir” se pasan de manera preferente a cualquier otro género. La degradación subsiguiente es obvia. Mírense, por ejemplo, las noveluchas de cuatro peniques que se ven apiladas en el mostrador de cualquier papelería de barrio. Ésa es la descendencia decadente de la novela, que guarda con Manon Lescaut y con David Copperfield la misma relación que el perrillo faldero guarda con el lobo. Es harto probable que antes de que pase mucho tiempo la novela media no se distinga demasiado de esas noveluchas, aunque sin duda siga publicándose con una encuadernación de a siete y a seis peniques, con grandes fanfarrias por parte de los editores. Varias personas han profetizado que la novela está condenada a desaparecer en el futuro próximo. Yo no creo que llegue a desaparecer, por razones que sería largo detallar pero que son bastante evidentes. Es mucho más probable que, si los mejores cerebros de la literatura no se dejan inducir a regresar a ella, sobreviva de una manera superficial, despreciada, sin esperanza, en una forma degenerada, como lápidas modernas o espectáculos de polichinela.
New English Weekly, 12 y 19 de noviembre de 1936
Semanarios juveniles
Nunca se puede adentrar uno lo suficiente por un barrio empobrecido de cualquier gran ciudad sin toparse con una pequeña papelería o quiosco. La apariencia en general de estas tiendecitas es casi siempre la misma: fuera, unos cuantos carteles anuncian el Daily Mail y el News of the World; hay un escaparate cochambroso, con refrescos y paquetes de Players, y el interior es oscuro, huele a regaliz y a golosinas, y está festoneado del suelo al techo con semanarios de una pésima calidad de impresión que se venden a dos peniques, la mayor parte con chillonas ilustraciones de cubierta a tres tintas.
Con la excepción de los diarios matinales y vespertinos, las existencias de género en estas tiendas casi nunca se solapan con las de los grandes quioscos. Su principal línea de venta es la de los semanarios a dos peniques, que presentan una cantidad y una variedad punto menos que increíble. Todas las aficiones y pasatiempos –pájaros enjaulados, calado y marquetería, carpintería, apicultura, palomas mensajeras, filatelia, ajedrez– cuentan al menos con un semanario dedicado a sus asuntos, pero es corriente que haya varios. La jardinería, la ganadería, la horticultura y los animales domésticos cuentan al menos con una veintena de revistas. Luego están los periódicos deportivos, los periódicos con la programación de la radio, los tebeos infantiles, los periódicos de cotilleos como Tit-Bits, la amplia gama de revistas y periódicos dedicados al cine, que explotan en mayor o menor medida las piernas de las mujeres, las diversas revistas gremiales, las revistas con novelas para mujeres (Oracle, Secrets, Peg’s Paper, etc., etcétera), las revistas de ganchillo y punto de cruz –son tan numerosas que ocuparían por sí solas todo el escaparate–, СКАЧАТЬ