Название: Ostracia
Автор: Teresa Moure
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788409329564
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Le cantaría las bellezas todas de Ostracia:
la humedad de los bosques,
la intensidad de las puestas de sol,
y el canto de mil pájaros al amanecer.
Mentiría.
No hablaría de que los vecinos nunca saludan,
ni de la suciedad que rodea todo cuando cortan la hierba en las últimas horas de la tarde.
No hablaría de que es imposible venirse a vivir a Ostracia
voluntariamente
en un acto de decisión individual.
Imposible.
A Ostracia solo se puede venir desterrada.
Inessa Armand (abril de 1908). Cuadernos apócrifos. Mezen.
12
¿Escribir sobre Inessa? ¡Quítate esa idea de la cabeza inmediatamente! Tu madre no puede ser explicada en un libro. No es que no quiera ayudarte. Tienes que saber que me estás pidiendo algo íntimo y lo íntimo no puede ser recogido en la Historia, por definición. Compartí con ella una parte insignificante de nuestras vidas. Estuvimos presas juntas en Moscú, antes de ir a Mezen. ¡Aquel destierro fue cruel! Ya sé que lo sabes... Era tan excesivo para una madre que apenas podía ser acusada de que en su casa se celebrasen reuniones antizaristas o de imprimir material informativo sobre marxismo... que solo podía explicarse como un castigo ejemplar. Las autoridades de ese viejo mundo que estaba derrumbándose se complacían de que todo el peso de las leyes fuese a caer sobre una extranjera rica... Finalmente, ella traía modelos de existencia que rompían la familia de siempre. Sí, extranjera, porque apellidándose Armand nadie puede ser verdaderamente ruso, ¿no? La política estaba por todas partes y en cierta manera era consentida; las nuevas costumbres, no. Cuando volví a verla, había intentado recomponer mi vida, había salido de Rusia y habitaba otros horizontes. Si tuviese que contar la verdad de Inessa no hablaría de ella, sino de otras mujeres que llevaban décadas desafiando esas costumbres. Voy a contártelo... pero nada de tu madre.
En Rusia, antes de la revolución, muchas mujeres en el campo se casaban antes de tener la primera menstruación. En el tiempo en que trabajé en un hospital en Petersburgo, supe de muchos usos antiguos que todavía eran frecuentes entre nosotros. En cierta ocasión entró una mujer de parto porque, aunque lo habitual era parir en casa, por cualquier complicación podía aparecer una parturienta y también era atendida. Me sorprendió, al quitarse la ropa, ver que traía sus partes llenas de azúcar. Una partera que había ido a atenderla valoró que el parto iba a ser difícil, así que la mandó al hospital, no sin antes haber hecho esa curiosa recomendación: puesto que el bebé no quería salir a ver la luz del día, lo mejor era intentar persuadirlo poniéndole algo dulce ¡No te rías...! Antes de la revolución, Rusia era un país salvaje, de hielo y osos. Por eso no quise regresar allí... Durante años las clases altas habían procurado educar a sus hijas y las niñas solicitaban el ingreso en las universidades que, invariablemente era denegado. Ante la reiterada falta de éxito, muchas marchaban a Zúrich, de manera que en el 73 el zar decretó que les fuese negado el acceso a los trabajos del estado a las mujeres que hubiesen estudiado allí. Insistía el decreto en la inmoralidad de las estudiantes rusas fuera de casa... Todo fue muy difícil. ¿No conoces el caso de Sofía Kowalevsky? Moriría cuando tú naciste... Pues, contando las cosas por el principio, tres muchachas deseosas de estudiar, por los setenta, escogieron a un hombre con fortuna, el tal Kowalevsky y se le ofrecieron para una singular aventura: él podía decidir con cuál de ellas se casaba y las otras dos acompañarían al matrimonio y así podrían salir de Rusia para estudiar... Sofía, que fue la elegida, llegó a ser una matemática mundialmente famosa... Cuento todo así tan mal que pensarás que estoy loca pero aquel tiempo es difícil de explicar. Lo que quiero decirte es que el mundo no necesita de una historia verídica de tu madre. Ella llegó a relacionarse con personas tan importantes para el futuro de la humanidad que su verdadera vida carece de interés. Se publicarán obras y más obras sobre ella y apenas dirán que fue la amante de tal señor o de tal otro, pero realmente solo puede ser entendida en la tragedia que nos afectaba a todas. Cuando la prendieron, tu madre tenía cinco hijos, entre los trece y los cuatro años. ¿Cómo pudieron hacerle eso? El 21 de noviembre, en la Estación Yaroslavsky, el tren que la llevaba al exilio hizo una parada para que ella, custodiada por dos guardias, pudiese saludarnos −éramos unas pocas personas congregadas para despedirla, además de todos los miembros de tu familia−, ¿te acuerdas? Marchaba a Arcángel, y después todavía más al norte. Sé que lo viviste, pero no siempre entendemos el desgarro que puede producir en los otros el castigo. La sentencia dictaba que Elizaveta Fedorovna Armand era un peligro para el orden público. ¿Qué significa un peligro para el orden público, puedes decírmelo? Pues probablemente que nadie entendía cómo podía estar viviendo con su cuñado y tener consigo a sus hijos. Kamo, aquel bandido tuerto que era bien amiguito de Stalin en la infancia, no sé si después, atracó el Banco del estado en Tiflis y se llevó 341.000 rublos, ¿sabes? Hasta fue capaz de mandarlos a la frontera en una caja de sombreros... y no fue enviado al Ártico. ¿Entiendes lo que era actividad subversiva y lo que no lo era? Se vengaron de ella por su vida personal.
Cuando volví a verla dos años después era toda melancolía. Estaba pálida y flaca, y tenía el ánimo bajísimo... Durante esos meses había estado apartada de sus niños, había pasado hambre, había padecido malaria y desnutrición y había visto, finalmente, cómo moría su amante, aquel por quien había arriesgado su posición social y su buen nombre... ¿Sabes qué me dijo? “Estoy destruida. Vengo de Suiza donde acaba de morir alguien muy cercano a mí, de tuberculosis...”. Ella sabía que yo sabía... Ella sabía que todos sabíamos quién podía ser ese alguien muy cercano a ella... pero pretendía ser comedida. Anna Asknazy, con quien tenía más intimidad que conmigo, me escribió pidiéndome que la cuidase. Me contó que le había dicho en una carta muy emotiva que la muerte de Volódia había sido para ella una enorme pérdida, porque formaba parte de su felicidad personal y que sin felicidad personal el camino era demasiado duro. Eso fue lo que recuerdo que me dijo Anna, pero a mí no me contó tantos detalles. Ahora vosotros, los jóvenes, sois diferentes, pero entonces la discreción era tenida por virtud importante y entre nosotros, entre las gentes que habíamos padecido los sufrimientos de la prisión y tanta injusticia, todo se leía entre líneas. Si ella no me confió nada de esa relación personal, sería porque no deseaba contarlo y no voy yo a ir transmitiendo mis opiniones que pueden estar equivocadas. Tienes que entenderme. Te ayudaría si pudiese. Solo puedo decir que al regreso del destierro estaba cerrada dentro de sí. No podía volver a Rusia por miedo a que la detuviesen. Y no era sencillo llevaros a todos vosotros al extranjero en aquellos tiempos peligrosos. Si en algún momento había pensado pasar inadvertida entre la multitud en un lugar grande como Petersburgo, probablemente ya no se veía con fuerza para hacerse cargo de vosotros en esas condiciones. Estaba deprimida, como dicen ahora. Nos encontrábamos con frecuencia en aquellos tiempos e insistía siempre en su falta de energía, en su incapacidad para concentrarse en el trabajo. Por eso se vino a París, para conocer el Partido Socialista francés y valorar lo que podía hacer. Nos veíamos en la avenida de Orleans, en el Café des Manilleurs, donde se reunía toda la emigración rusa. Nos dejaban un local reservado en el primer piso, para hablar con mayor comodidad. Allí, conmigo delante, tu madre conoció a Lenin. Con él entró en otro capítulo de su vida, del que ya apenas sé lo que cuentan por ahí. Por eso no quiero ni puedo hacer contribuciones interesantes para tu libro. Pasé por su vida un par de veces, en episodios sueltos. En la primera vi a una mujer intensa, cargada de luz y de ganas de poner todo patas arriba. En la segunda, vi lo que hacen las prisiones con las personas: las vacían por dentro. Se había vuelto cautelosa, medida, no exactamente fría... Creo simplemente que carecía de toda esperanza... Pero cuando en el Café des Manilleurs, adonde fue conmigo, conoció a Lenin, su vida cambió para siempre. СКАЧАТЬ