Ostracia. Teresa Moure
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Название: Ostracia

Автор: Teresa Moure

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788409329564

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СКАЧАТЬ sus preguntas sobre la Kaplán me hizo reflexionar sobre el alcance de tu tentativa. Nadie se interesa por la vida de una bolchevique. Nuestra revolución es colectiva, y solo un blando puede pensar que ella o ninguna otra persona en particular pueda ser una pieza decisiva. Yo quería bien a tu madre: era lista, era trabajadora, era linda... pero la revolución no fue asunto de heroínas. Esa concepción burguesa de la historia debe ser abandonada. Por eso vengo, con esta carta, a darte los detalles relativos a vuestra estancia en Gorki; para clarificar todo bien.

      Nadia y María se pasaban la vida discutiendo; eso es sabido. Nadia era la mano derecha de Lenin, pero María se entregó con tal devoción a su causa que merecía también todo el respeto de su hermano. Otra cosa es que su fuerte carácter originase algunos problemas domésticos. Tampoco es cierto que una y otra estuviesen luchando por poseer a Lenin, como dicen por ahí. No es verdad que, mientras él estaba enfermo, cada una soltase en su oreja los defectos de la otra. ¡Falsedades! Pero sí tenían puntos de vista diferentes, lo cual es perfectamente normal. María, por ejemplo, comentaba a quien quisiese escucharla que era una tontería permitir que el profesor Klemperer, que no se había distinguido mucho proponiendo la operación quirúrgica de extracción de la bala del atentado, permitiese a Lenin leer periódicos para seguir la actualidad política. Pero Nadia fue quien hasta el final lo mantuvo informado, lo que todavía nos está causando bastantes problemas a todos nosotros en esta etapa de gobierno que vivimos. Por este tipo de tensiones, tan incómodas, creo que cualquier cuestión relativa al atentado debe ser tratada con la máxima cautela. Con todo mi afecto,

      Lidia Alexándrovna

      Post-Data: Envío para tu conocimiento, algunos cuadernos de tu madre que Nadia conserva y que piensa serán un buen regalo y te consolarán de esa nostalgia de ella que te llevaba al erróneo proyecto de escribir. Me ruega que añada sus más cariñosos saludos.

      6

      Ostracia no es un destino.

      Es apenas un tiempo

      caduco,

      como todas las estaciones,

      un lugar que se mantiene sin derruir

      porque ella quiere castigarse,

      no porque ella deba ser justamente castigada,

      sino porque ella DESEA

      ser castigada.

      Inessa Armand (1914). Cuadernos apócrifos. París.

      7

      −¿Puedo hacerle una pregunta algo indiscreta?

      Várvara Armand lleva varios minutos dando vueltas a la cuchara y el té ya está completamente frío. Esos minutos no son nada si los comparamos con las horas que tardó en acordar los términos de una nueva entrevista con Alexandra. Y esas horas tampoco son nada comparadas con el número de años que ha pasado atormentada por la cuestión que va a afrontar justamente ahora. Hay momentos en que el universo se juega el futuro en un tiro de dados.

      −¡Adelante! −Alexandra Kollontai es directa: está acostumbrada a tomar decisiones rápidas y nunca fue amiga de cortesías ni melindres.

      −¿Mi madre solo era la amante de Lenin?

      −¡Fue amante de Lenin sin duda! −Los ojos de Alexandra se vuelven a Várvara con cierta sorpresa–. No estarás preocupada con eso ahora, ¿no?

      −He preguntado si solo era su amante. No me preocupan las conductas sexuales. Me he criado en el país y en el régimen que ha dado más libertad a las mujeres...

      −Mucha menos de la que necesitaban −interrumpe su interlocutora.

      −¡Oh!, sí, bien, es posible. No se trata de eso. No estuve junto a mi madre tanto tiempo como es habitual, pero los tiempos que viví con ella fueron bastante para saber que no era una monja. Y el camarada Lenin tuvo tanto cuidado de mí y de mis hermanos que siempre supe que algo había existido... aunque el hecho de que Nadia también nos mimase y nos quisiese tanto determinó que reordenase mentalmente todo y llegase a imaginar si serían solo habladurías. En cualquier caso, no es un asunto de puritanismo.

      −Me alegra saberlo. No me veía preparada para tener una conversación de ese tipo con una mujer hecha y derecha como tú.

      −Lo que me ha preocupado todos estos años es saber si mi madre habría tomado sus decisiones políticas solo por amor. Confieso que no me gustaría que fuese así.

      −Entiendo. ¿Estás pensando que tal vez él la utilizase?

      −No albergo dudas sobre Lenin. Lo que dudo es si mi madre actuaría movida ciegamente por su amor a él.

      −Pues sin duda que la utilizaría... Todos éramos piezas indispensables, piezas insustituibles en el mecano. Yo también la utilizaría si fuese el caso. Entiéndeme bien: no hay nada de inmoral ahí. La política tiene mucho de química y las atracciones personales desempeñan siempre un papel definitivo. La política es un juego de persuasión y, hasta cierto punto, de seducción también.

      −Bien sé que una revolución no es una broma. Bien sé que apostaban todos por un cambio tan radical que las existencias particulares disminuirían de valor, pero preciso saber cuándo actuó por convencimiento propio y cuándo fue impulsada por sus sentimientos hacia otras personas.

      −¿Por qué? Somos lo que hacemos.

      −No. Somos aquello en lo que creemos... y apenas hacemos lo que podemos.

      −Hacía mucho tiempo que no tenía una conversación en estos términos tan filosóficos. Ahora por fin entiendo la entrevista del otro día, ¿sabes? No era muy lógico que estuvieses escribiendo una biografía sobre tu madre en estos momentos, ni mucho menos que vinieses a preguntarme a mí.

      Grethel, la criada que se ocupa de la casa de Alexandra Kollontai, ya ha visto prácticamente todo cuanto puede ser visto en esta vida. Sabe que lo que corresponde a su oficio es ver, oír y callar. Sin embargo, cuando va a retirar la bandeja con las tazas, su instinto la avisa de que la señora está suficientemente divertida como para ser molestada. Aunque muchos de los tés que se ofrecen a los visitantes de esa casa sean pura rutina, aunque la señora haya repetido muchas veces que es bueno que alguien del servicio entre para hacer recordar a la visita que ya ha pasado un ratito y que es hora de ir levantado las alas, Grethel entiende con solo ver la sonrisa que tiene en la cara, que se siente feliz delante de la joven señora rusa. Es justo reconocer la entrega y el buen oficio de esta criada. Tras la revolución nadie es valorado por la familia de procedencia o por la ocupación más o menos elegante que desempeñe, sino por la constante dedicación a la tarea encomendada. Grethel cumple y cumple bien, debe ser dicho, sobre todo teniendo en cuenta que las señoras hablan en una lengua que suena como el canto de las aves en primavera y que ella no entiende ni una palabra de lo que dicen. En el tiempo que demora Grethel en intentar retirarse, calentar agua de nuevo, y traer otra tetera, la conversación seguramente habrá avanzado.

      −Mi prometido y sus amistades son bastante críticos con el rumbo que va tomando Rusia y debo confesar que, por primera vez, tengo algunas dudas.

      −Si le preguntases a cualquiera de los que vivieron aquel tiempo, te dirían que tu madre y yo no éramos amigas. La palabra que más veces se repitió para hablar de nosotras era rivales. Pero yo apreciaba a tu madre y, con toda probabilidad, el sentimiento era recíproco. Creo que Inessa se sintió muchas veces frustrada por СКАЧАТЬ