Ostracia. Teresa Moure
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Название: Ostracia

Автор: Teresa Moure

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788409329564

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      −Sé que mi hermano pequeño, Andrei, no era hijo de mi padre. ¿Se refiere a eso?

      −No solo eso, es que era hijo de tu tío Volódia...

      −Lo sé, ¡claro!

      −Lo sabes, pero no sé si lo valoras. Una mujer entonces de casi treinta años, con cuatro hijos paridos y uno adoptado, no se mete en la cama de su cuñado de diecisiete... y ¡rayos!, si lo hace, no va corriendo a contárselo al marido ni decide cambiar de pareja. ¿Sabes lo que fue eso?

      −Lo sé, sí.

      −No lo sabes, chiquilla... no lo sabes... ni te imaginas las insinuaciones que tendría que soportar ya para siempre. Ni te imaginas qué tipo de institución era el matrimonio en la alta burguesía rusa... Ella nunca lo escondió. Es cierto que se había casado siendo poco más que una niña, como hacían todas. Pero hay una osadía inmensa en flirtear con tu tío Volódia... y contarlo. Y en irse con él al Mediterráneo y volver embarazada.

      −Reconozco que no puedo valorarlo igual que usted. Usted tenía otra edad, conocía de otra manera cómo eran las cosas... De entre nosotros la confidente de mi madre era Inna. Pero, en fin, vivimos todos juntos en Moscú, en el número ocho de la calle Ostozhenka, con el tío Volódia... en una casita linda, que permitía ver las torres y cúpulas del Kremlin en la distancia.

      −Veo que tienes recuerdos algo nostálgicos de aquella época...

      −La infancia es el tiempo de la felicidad, ¿no? Fui feliz ahí. Recuerdo apenas hilos sueltos, pero, de tanto hablar de ellos con mi hermana Inna, puedo interpretarlos. Los estudiantes entraban y salían, había reuniones políticas a diario y la actividad subversiva contra el zar era continua. Aunque los niños teníamos específicamente prohibido aparecer en el despacho donde conspiraban, digamos que nos beneficiábamos del jaleo general... Por no decir que, a veces, debíamos salir con las nannies por la puerta delantera para confundir a la policía. Así, los que estaban en la reunión podían escapar por la puerta de atrás...

      −Sí, a tu madre le gustaba el vodevil –rio Alexandra–. Se atrevía a ser tan libre como era posible. Con todo, creo que no tendría todos los amantes que se le atribuyeron... Era una mujer hermosa y activa y, desgraciadamente, eso siempre implica que los demás imaginen cierta predisposición a la promiscuidad.

      −No me está entendiendo. No necesito justificación para lo que hiciese en su cama. No creo en la moral burguesa... Solo me interesa su actuación política.

      −Pues allí donde vayas, verás que es interpretada siempre como la amante de Lenin, como si no hubiese hecho nada más que acostarse con un camarada tan feo y tan poco dado a la voluptuosidad.

      −Dicen que los calvos tienen buena disposición erótica −Várvara se va atreviendo porque esta mujer la provoca para decir todo lo que le pasa por la cabeza.

      −Lo dicen ellos, para consolarse de no tener pelo...

      Grethel oye las carcajadas en la cocina y hace un gesto de agradecimiento a una estampa del Sagrado Corazón que tiene escondida dentro de un armario para que la señora no la vea. Estos comunistas son algo maniáticos contra la religión y ella no quiere problemas con su señora, que merece todo lo bueno del mundo y aún más, por lo bien que la trata siempre; de ahí que agradezca a Dios-nuestro-señor que le haya traído esta visita alegre, que andaba la señora más que tristona en estos días.

      −Voy a ser totalmente sincera. Nunca aprobé la postura de tu madre. Cuando vio la lentitud con que avanzaba el trabajo de persuasión feminista, se retiró... Digamos que volcó todas sus energías en el marxismo, en exclusiva. Y siempre tenemos la obligación de atender las causas menos asistidas si son justas. Hay que reconocerle, sin embargo, a Inessa el mérito de intentar convencer a los líderes del Partido de que había que hacer esfuerzos para organizar a las mujeres trabajadoras. Y fueron fundamentales su trabajo y su influencia para fundar el periódico Rabotnitsa en el 14, para las Comisiones Especiales de Trabajo entre Mujeres en el 18 y para el Zhenotdel en el 19.

      −¿Ahí fue usted quien la sucedió a su muerte, ¿verdad?

      −Sí. Pero mira bien lo que te digo: Inessa no quiso nunca ser la mano derecha de Lenin, que además ya tenía en Nadia a esa colaboradora ideal. Hasta se atrevió a pensar de manera diferente en algunos asuntos...

      −Asuntos... ¿políticos?

      −Claro, ¿en qué estás pensando?

      −Algo sé acerca de que defendió el amor libre y de que Lenin no se lo perdonó... y no me extraña. Eso es más bien de anarquistas.

      −Relájate con eso de las etiquetas... Ella tenía buen juicio e ideas propias, ¿no era justo eso lo que te preocupaba? A mí me incomodaba porque nunca fue una verdadera feminista. Parecía falta de sensibilidad hacia los problemas de la vida diaria de las mujeres. Digamos que se ocupaba más de elevar la conciencia militante de las trabajadoras que de defender sus intereses.

      −Eso sería perfectamente ortodoxo...

      −¡Sí! −Y la revolucionaria vuelve a reír, francamente divertida–. Probablemente la heterodoxa aquí soy yo... Pero entiéndeme. Ahora han pasado los años y muchos de los camaradas en esa lucha están ya criando malvas. Pero entonces, la actitud de ella y de alguna más me movió hacia posiciones de vanguardia en el feminismo. Por ejemplo, Inessa perdió interés por el periódico cuando vio que el comité de redacción, y especialmente Anna Ilínichna, preferían informes de asuntos domésticos o poesía y ficción hecha por mujeres a los ensayos teóricos y de propaganda escritos por ella y otras emigradas. No pretendo insinuar que se desentendiese de organizar a las trabajadoras, pero creo que fue incapaz de tender un puente entre ellas y las preocupaciones intelectuales. Mira, pasó buena parte del 17 en Moscú pero solo tomó parte mínimamente en la revolución...

      −¡Teníamos a Andrei enfermo! Casi se nos va aquella primavera... Disculpe, pero... ¿no hablaba usted de los problemas reales de las mujeres? ¿Cómo no iba a tener mi madre sensibilidad para esos problemas si eran exactamente los suyos?

      −¡Claro! Tanto ella como yo vivíamos bajo la presión de compatibilizar la política y la vida. Y ella no lo tenía fácil con tantos hijos... Tal vez debería haber pensado en eso antes de entregarse a la pasión, ¿verdad?

      −Eso es profundamente injusto. Tuvo cuatro hijos en un matrimonio, como la mayoría de las obreras rusas...

      −En nuestra generación, querida, la principal lucha política de una mujer era la de convertirse en sujeto de pleno derecho, la de ser soberanas de nosotras mismas...

      −Dentro de una revolución socialista...

      −Va a ser que eres tú, con todas las dudas que haya podido trasladarte tu prometido, más bolchevique que yo, Várvara. Sí, lógicamente, el asunto consistía en convertirse en sujeto político dentro del socialismo, ¿quién duda de eso? Pero el socialismo que no libera a la mitad del pueblo no es socialismo ni es nada. Y era necesario presionar continuamente para que los camaradas llegasen a aceptar un mínimo de todas aquellas ideas. En mi opinión, en aquel contexto, la vida personal y los romances eran lujos que una mujer radical no podía permitirse; eso era propio de las terroristas, no de las mujeres marxistas.

      −Y mi madre se entregaba a los romances...

      −No tanto como dicen, ya lo dije antes. Pero seguramente más de lo que debería porque la verdad es que se enamoró СКАЧАТЬ