Название: Compañero Presidente
Автор: Mario Amorós Quiles
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Oberta
isbn: 9788437084350
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Nació en Valparaíso el 26 de junio de 1908 en el seno de una familia de extracción social burguesa, pero con un marcado perfil progresista que hundía sus raíces en los convulsos años de la guerra de la independencia. Sus antepasados, de origen vasco, llegaron a este rincón de América en el siglo XVII. Su bisabuelo, Ramón Allende Garcés, combatió junto a Bolívar en Boyacá y Carabobo después de formar parte del regimiento de los Húsares de la Muerte, dirigido por el legendario guerrillero Manuel Rodríguez en la guerra por la independencia de Chile. Su hermano Gregorio fue jefe de la primera guardia de honor de Bernardo O’Higgins, prócer de la emancipación nacional.
Su abuelo paterno, Ramón Allende Padín, fue Serenísimo Gran Maestre de la Orden Masónica y cofundador en 1871 de la primera escuela laica del país, la Blas Cuevas, en el puerto. Médico, librepensador, anticlerical y masón en un país conservador y beato, se alistó como voluntario en la Guerra del Pacífico y fue jefe de los Servicios Médicos del ejército, tras haber sido diputado durante ocho años y senador durante cuatro por el Partido Radical. Autodefinido como «el Rojo Allende», falleció en 1884, a los 40 años, y su funeral se convirtió en un acontecimiento de resonancia nacional, puesto que portaron su féretro personalidades como José Manuel Balmaceda o Ramón Barros Luco, posteriormente presidentes de la República (Nolff, 1993: 23-24).[1]
Su padre, Salvador Allende Castro, y sus tíos adhirieron también al radicalismo, una fuerza política fundada en 1858 que capitalizó el apoyo de las clases medias de tradición laica hasta el ascenso del Partido Demócrata Cristiano a mediados del siglo XX. Por tanto, Allende pudo explicarle a Régis Debray (1971: 61):
Conforme a una definición ortodoxa, mi origen es burgués, pero agrego que mi familia no estuvo ligada al sector económicamente poderoso de la burguesía, ya que mis padres ejercieron profesiones denominadas liberales y los antepasados de mi madre hicieron otro tanto.
Si en las cuatro décadas centrales del siglo XX, el periodo de estabilidad institucional que se extendió desde 1932 hasta 1973 y en el que Salvador Allende desarrolló su trayectoria política, Chile presentaba rasgos de excepcionalidad en el contexto latinoamericano, lo mismo sucedió entre 1833 y 1891. En una América Latina envuelta en recurrentes guerras civiles y golpes de estado protagonizados por los distintos grupos que se disputaban el poder, la oligarquía chilena impuso su proyecto a partir de 1833, cuando los sectores conservadores del valle central aplastaron cualquier contestación y asentaron su hegemonía con la promulgación de una Constitución que consagró un régimen presidencialista con periodos de cinco años y la posibilidad de la reelección (hasta su prohibición en 1871), un severo sufragio censitario masculino (hasta 1888, cuando se estableció como únicos requisitos, además de ser varón, saber leer y escribir y tener 21 años) y sin libertad religiosa hasta una reforma de 1865.
El arquitecto del régimen oligárquico fue el comerciante de Valparaíso Diego Portales, quien ostentó los ministerios de Gobierno y Relaciones y de Guerra y Marina y fue el hombre más influyente de la política nacional hasta su asesinato en 1837.[2]Armando De Ramón definió el régimen portaliano como el resultado de «dos acciones operativas»: en primer lugar, la imposición de una fuerte autoridad; en segundo lugar, y sobre todo, la conformación de un grupo de hombres «muy capaces» que actuaron en la política nacional hasta mucho después de la muerte de Portales y que completaron su obra, entre ellos el venezolano Andrés Bello, al argentino Domingo Faustino Sarmiento y Manuel Renjifo, Mariano Egaña, Manuel Montt y Antonio Varas, entre otros. Este grupo impulsó la Constitución de 1833, la reforma tributaria y aduanera, la reforma del sistema judicial y la promulgación de los códigos Civil, Penal y de Comercio, la Universidad de Chile, la reforma educativa y la implantación de la educación primaria (2004: 73-74).
Si el proyecto oligárquico impuesto por Portales caracterizó el siglo XIX chileno, la evolución económica del país conoció un viraje importante a partir de 1870, con el inicio del auge del salitre, un mineral con gran demanda como fertilizante desde Europa. Hacia 1872, el 25 % de la producción de la provincia peruana de Tarapacá estaba controlada por capitales chilenos y, al sur, en la costa boliviana aún tenía más peso, a través de la corporación chileno-británica Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, de la que eran accionistas relevantes políticos chilenos. Precisamente, con el puerto de Valparaíso en su época dorada (antes de la construcción del Canal de Panamá), la presencia del capital británico en el país era notoria y ejercía una notable influencia en la política nacional (Collier y Sater, 1999: 87).
En los años posteriores el Estado chileno aumentó por la vía militar sus límites territoriales hasta casi sus fronteras actuales con la guerra contra Perú y Bolivia y el genocidio del pueblo mapuche conocido como «la Pacificación de la Araucanía». Entre 1879 y 1883 estuvo en guerra por segunda vez en cuatro décadas contra Perú y Bolivia y aquella contienda fue decisiva porque se apropió de la rica provincia salitrera peruana de Tarapacá y del territorio marítimo de Bolivia, cuya principal ciudad era Antofagasta. La guerra tuvo su origen en una larga disputa diplomática sobre los límites territoriales, pero en su trasfondo latía la pugna por el control de la inmensa riqueza que suponía la explotación del salitre.
Aquella contienda, que otorgó al naciente capitalismo chileno el control de este mineral, contempló la brutal ocupación de Lima en 1881 por el ejército chileno y prolongó un conflicto diplomático que tampoco se cerró en 1929, cuando la ciudad de Tacna fue devuelta a Perú. La conquista de un espacio que se prolongó finalmente hasta Arica, la incorporación efectiva del estrecho de Magallanes (lograda en 1842) y el control de la Araucanía completaron el territorio de la República y sobre todo proporcionaron al capital chileno y británico el monopolio mundial de la explotación del salitre.
De manera paradójica, una vez que el régimen oligárquico culminó con éxito la sustancial prolongación, manu militari, de las fronteras nacionales, quedó en evidencia la decadencia del «Estado portaliano», porque, en palabras del historiador conservador Francisco Antonio Encina, del edificio levantado por Diego Portales y sus hombres, en 1890 sólo quedaban los cimientos removidos y los muros desplomados. La guerra civil de 1891 clausuró la primera gran etapa del Chile republicano (De Ramón, 2004: 78).
El 18 de septiembre de 1886 el liberal José Manuel Balmaceda asumió la Presidencia de la República con el objetivo de emplear la riqueza del salitre al servicio del desarrollo del país, con la inversión a gran escala en obras públicas, mejoras educativas y la modernización militar y naval.[3]A comienzos de 1889 emprendió un viaje por las provincias septentrionales y de manera muy significativa el 7 de marzo en Iquique pronunció un extenso discurso sobre el futuro de la industria salitrera en el que se refirió a los peligros de un monopolio extranjero y señaló su deseo de que algún día el Estado fuera propietario de todos los ferrocarriles.
Mientras tanto, la crisis política se agudizaba y el Presidente perdía apoyos. A finales de 1890, el Congreso se negó a aprobar el presupuesto para el año siguiente y Balmaceda anunció que prorrogaría el del anterior. Pocos días después estalló la guerra civil más cruenta conocida en el país, en la que perdieron la vida cerca de diez mil personas y en la que la Marina y los intereses británicos apoyaron al Congreso y el ejército permaneció leal al jefe del Estado. En el plano militar el conflicto terminó el 31 de agosto con la ocupación de Santiago por las tropas del Congreso y el suicidio del presidente el 19 de septiembre en la legación argentina (Collier y Sater, 1999: 144-146).
En su trabajo clásico, el destacado historiador comunista Ramírez Necochea sostiene que aquella «contrarrevolución» fue promovida por los sectores«empeñados en impedir el progreso de la verdadera revolución pacífica que era impulsada por Balmaceda. СКАЧАТЬ