Название: Historia del pensamiento político del siglo XIX
Автор: Gregory Claeys
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
Серия: Universitaria
isbn: 9788446050605
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Existe un caso concreto de nacionalismo «subordinado» que hace hincapié en la religión, la lengua y la etnia en vez de en la alta cultura y las instituciones. Me refiero al nacionalismo judío. En Roma y Jerusalén (1862)[27], Moses Hess se inspiró en el auge y éxito del nacionalismo europeo (sobre todo en la reciente victoria de Italia sobre el Papado), entendido como fuente de antisemitismo. Hess hizo hincapié en la etnia, en la identidad racial[28] e incluso en la lengua (hebreo) y, aunque no fuera popular, primó el judaísmo como identidad colectiva sobre el judaísmo como religión[29]. Afirmaba que su nación era una entre muchas, pero también era única puesto que tenía una misión que cumplir en el mundo. Al final, como otros nacionalistas, Hess comparaba la realidad parcial e incoherente del presente con un pasado imaginario en el que los judíos eran un pueblo «pleno» que ocupaba su tierra natal, e imaginaba un futuro en esa patria reclamada. Los judíos no podrían sentirse en casa en países extranjeros hasta que fueran, como otros extranjeros, huéspedes respetados con un país propio. Al igual que a otros nacionalistas, a Hess le preocupaba una posible asimilación a la cultura dominante a través de la nación e ideó la noción del «judío que se odia a sí mismo», ese judío que niega que los judíos constituyan una nación. (Hess había trabajado íntimamente con Marx y Engels. El «judío que se odia a sí mismo» era el equivalente nacionalista al traidor de clase con su falsa conciencia de clase.)
El sionismo hubo de enfrentarse a un grupo radicalmente «incompleto», pues los judíos se habían visto obligados a ocupar nichos geográficos y ocupacionales fuera de su «patria». Los nacionalistas describían en sus discursos al antiguo Israel e insistieron, a través del movimiento de los kibbutzim, en la cooperación y la autosuficiencia. Era una forma de transformar a las comunidades judías en una sociedad «plena», en la nación que eran en tiempos bíblicos. En Hess, esta falta de plenitud radical da especial claridad a la lógica de la ideología nacionalista desde un punto de vista dual: el destino específico de la nación judía es parte de un proceso mundial de creación de naciones esencial para la humanidad. Acaba Roma y Jerusalén señalando la importancia de la historia como proceso mundial:
Cuando tras la catástrofe final de la vida orgánica aparecieron las razas históricas en el mundo, les fue asignado a los pueblos su posición y papel de forma simultánea. Así también tras la catástrofe final de la vida social, cuando el espíritu de las naciones históricas alcance su madurez, también nuestro pueblo, con el resto de nacionales históricas, asumirá simultáneamente su lugar en la historia (Hess, 1958, p. 89).
Las dinámicas del sionismo eran diferentes a las de otros casos, en los que la mayor parte de los miembros de la nación, en cuyo nombre hablaban los nacionalistas, vivían en la misma patria[30]. Hess es un buen ejemplo del «efecto dominó» del discurso nacionalista. A medida que los movimientos nacionalistas empezaron a obtener éxitos políticos (como en Italia entre 1859 y 1860), quienes abogaban por otras naciones imitaban sus discursos introduciendo las modificaciones necesarias.
Hess fue el mayor teórico del sionismo en el siglo XIX y Herzl su principal político. Herzl afirmaba que, de haber leído la obra de Hess, se hubiera ahorrado escribir El Estado judío. En opinión de Herzl no había que argumentar a favor de la nación judía, que ya era una realidad surgida del antisemitismo excluyente, y se dedicó a elaborar un programa político práctico.
La elaboración de diversas lenguas, culturas e historias nacionales a principios y mediados del siglo XIX podría considerarse la primera etapa de los movimientos nacionalistas descritos por Hroch. Pequeños grupos de intelectuales, religiosos y seculares, afirmaron que las naciones existían y reclamaron para ellas reconocimiento y respeto. Sin embargo, estas exigencias hallaron poco eco, y no había programas políticos ni movimientos nacionalistas (Hroch, 1985, 1996). La segunda etapa comenzó cuando se formaron pequeños movimientos políticos y, en la tercera, el nacionalismo se convirtió en un movimiento de masas[31]. Cuando el discurso nacionalista abandonó los argumentos empírico-normativos para crear el núcleo de una ideología pensada para movimientos políticos, desarrolló un carácter programático: el tercer elemento necesario para completar el principio de nacionalidad.
EL NACIONALISMO COMO PROGRAMA POLÍTICO
Las revoluciones de 1848-1849 introdujeron en la política los principios de nacionalidad elaborados por los intelectuales[32]. Aunque la revolución no logró generar estados nacionales, puso el asunto en la agenda política, se aprobaron algunos programas y se alentó una redacción más «realista». A medida que se iban confeccionando programas nacionalistas, otros se animaban a redactar programas propios (Dowe, 2001; Sperber, 2005).
La difusión del principio intelectual se incentivó desde arriba en las autodenominadas nacionalidades históricas. La capitulación de los príncipes ante los movimientos populares en tierras alemanas, en febrero/marzo de 1848, arrojó como resultado unas elecciones pactadas, una Asamblea Nacional alemana y un sufragio masculino de base amplia. Se decidió que las elecciones se celebrarían en territorio de la Confederación Germánica, lo que incluía a los principados austríacos de Bohemia y Moravia. Quienes hablaban en nombre de la nación checa pidieron que se boicotearan las elecciones. Los hablantes de checo se declararon leales súbditos del emperador Habsburgo y de las provincias históricas de Bohemia y Moravia, y rechazaron las exigencias nacionalistas alemanas[33]. Una vez que los nacionalismos en lid se movilizaron y obligaron a la gente a elegir un bando, hubo una rápida polarización (Deak, 1979; Havránek, 2004).
El gobierno Habsburgo se dio cuenta de que podía enrolar a nacionalismos subordinados para defenderse de la amenaza más peligrosa: el nacionalismo dominante. Croatas y rumanos actuaron contra los rebeldes húngaros. Los nacionalistas húngaros se negaron a hacer concesiones a grupos étnicos a los que consideraban autónomos desde el punto de vista cultural, pero no políticamente (Okey, 2000, cap. 5). La Asamblea Nacional alemana hizo algo parecido al aprobar medidas para quienes no hablaban alemán sin reconocerlos políticamente[34].
Allí donde había habido un reconocimiento mutuo, la crisis política acabó minándolo. Los liberales prusianos habían apoyado la causa polaca antes de 1848 y concedido autonomía al Gran Ducado de Posnania, la parte de Polonia que había caído bajo dominio prusiano tras la partición de Polonia. Pero cambiaron de política, lo que suscitó conflictos nacionalistas en Posnania y condujo a una frontera étnica que favorecía a los alemanes. La decisión recibió el visto bueno de la Asamblea Nacional alemana (Breuilly, 1998b; Namier, 1948). Surgieron conflictos similares entre alemanes e italianos en el Imperio Habsburgo, y entre alemanes y daneses en Schleswig-Holstein. La revolución СКАЧАТЬ