Название: Historia del pensamiento político del siglo XIX
Автор: Gregory Claeys
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
Серия: Universitaria
isbn: 9788446050605
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LA IDEA NACIONAL ANTES DE 1800
En términos generales, la «nación» remitía a las elites e instituciones políticas que constituían monarquías territoriales[5]. Fue adquiriendo significados relacionados con la alta cultura, un territorio específico y sus habitantes tras una larga historia de gobierno estable sobre una región principal, como ocurrió en Francia e Inglaterra. Se implementó su uso en el conflicto político interno, por ejemplo en los llamamientos al «patriotismo» efectuados tanto por opositores como por gobernantes. Los escritores de la Ilustración dieron un sentido colectivo a la idea nacional al identificar etapas de la historia y representar a unas «naciones» progresistas que imbuían a sus instituciones políticas del espíritu o carácter nacional. El primer Romanticismo definió a la nación como una identidad cultural colectiva encarnada en una lengua, unas costumbres y unos valores. Estas ideas fueron adquiriendo fuerza a finales del siglo XVIII, cuando las revoluciones, en Francia y en las Américas, legitimaron a la «nación» como nueva forma de Estado.
LA NACIÓN CIVILIZADA
Francia: la grande nation
En los inicios, el principio de nacionalidad se refería a la alta cultura, a los derechos de propiedad individuales y al gobierno constitucional. Tuvo gran fuerza en la primera fase de la Revolución francesa, pero los aspectos liberales de la idea de nacionalidad pasaron a segundo plano cuando la política se truncó en guerra y se empezó a hacer hincapié en la acción pública heroica en vez de prestar atención a la vida privada. Benjamin Constant analizó este giro de forma magistral. Formuló la distinción entre la libertad antigua y la moderna, basándose en la idea de libertad en el Estado y respecto del Estado. Para Constant, las aberraciones del periodo jacobino/napoleónico, con su pasión por las virtudes públicas antiguas y el heroísmo, siempre fueron un enigma[6].
La nacionalidad francesa se expresaba en la grande nation (Godechot, 1956). La preocupación por el orden marginó las versiones democráticas y republicanas de la nacionalidad. Los nacionalistas liberales posteriores a 1815 no podían rechazar la Revolución en bloque, pero sí quisieron explicar ciertas «aberraciones», como el Terror y las guerras de conquista. Los historiadores liberales describían la historia nacional como un proceso progresista y civilizador, y a Francia como modelo para otras naciones. Utilizaron el principio liberal de la nacionalidad contra radicales y monárquicos, sobre todo durante la Monarquía de Julio. Algunos de los autores que expusieron este punto de vista tuvieron poder político, especialmente Guizot (Crossley, 1993).
Los radicales plantearon todo un reto intelectual al formular un principio de la nacionalidad alternativo inspirándose en el jacobinismo, con su lenguaje político universal, sus modelos clásicos y su displicente desprecio hacia las tradiciones monárquicas francesas. Jules Michelet se interesó por ese cambio, pues entendía a la nación como una fuente de valores espirituales, que, en la era moderna, sería capaz de reemplazar a la Iglesia. Tiñó de emoción las tenues nociones de razón y progreso, convirtiendo a la historia nacional en una religión que procedió a insertar en un marco histórico universal. Temas como la lucha, la derrota y la resurrección permitían entender la historia nacional y resultaban atractivos para los lectores cristianos de todas las confesiones. Michelet quiso superar la diferencia entre lo étnico y lo cívico, presentando a la nación francesa moderna como una triunfadora combinación de elementos celtas, germánicos, griegos y romanos (Crossley, 1993, cap. 6).
Hubo otros que utilizaron el tema de la nacionalidad. Luis Napoleón explotó el mito napoleónico con gran éxito para ganar las elecciones en diciembre de 1848 y justificar su golpe de Estado (con menos éxito) en 1851. Invocó a la grande nation para promocionar la causa nacional en ultramar. Pero el bonapartismo fue un fenómeno político ambiguo y oportunista, difícil de relacionar con un principio de nacionalidad coherente. Los monárquicos no fueron, por el momento, capaces de desplegar un principio de nacionalidad influyente.
El impacto de la Revolución francesa en Europa
Se ha dicho que la Revolución francesa y las guerras napoleónicas difundieron el principio de nacionalidad más allá de Francia, pero la misión universal de la grande nation dejó de resultar atractiva cuando adoptó la forma de imperialismo militar. Los adversarios de Napoleón creían que la única forma de derrotarlo era emulando sus movilizaciones en masa y su modo de hacer la guerra: para ello había que apelar a la nación. Al rechazar los argumentos sobre la razón universal y la superioridad de las naciones civilizadas sobre las atrasadas, los pensadores fueron formulando argumentos sobre las naciones como algo único y natural (Dann y Dinwiddy, 1987).
Lo anterior no nos debe llevar a pensar que la idea nacional inspiró una resistencia popular significativa contra Napoleón. Las reacciones más eficaces contra el emperador se inspiraron en el uso, más provechoso, de valores e instituciones antiguas; pensemos, por ejemplo, en el rechazo a la revolución atea por parte de los clérigos. Además, los reformadores ilustrados importaron principios franceses, como el derecho individual a la propiedad o la necesidad de contar con ministerios eficaces. Los nacionalistas románticos y demócratas acabaron marginados, aunque los gobiernos no dejaron de explotar su retórica. Allí donde se gestó resistencia popular al gobierno de Napoleón fue porque se guiaron por valores tradicionales que no casaban bien con el principio de nacionalidad; y allí donde las ideas ilustradas o románticas sobre la nacionalidad cobraron protagonismo, quedaron confinadas a las elites. La posterior construcción de mitos nacionalistas exageró la importancia del nacionalismo de elite y de la resistencia popular, amalgamándolos (Rowe, 2003).
Sin embargo, en lo que a la doctrina nacionalista respecta, el imperialismo napoleónico estimuló nuevas ideas, asociadas con el Romanticismo político alemán de Herder y de Fichte, que, si bien no tuvieron importancia política en el momento, posteriormente causaron un impacto mayor. Herder criticó duramente los juicios ilustrados, con sus diferencias entre atrasado y avanzado, progresista y reaccionario. Detestaba especialmente a Voltaire, cuya contabilidad histórico-moral denunciaba sin freno. Afirmaba que las naciones eran únicas. Sus argumentos se basaban en la inconmensurabilidad de las lenguas, pero Herder los fue extendiendo a otras prácticas sociales. En vez de considerar que el carácter nacional era el resultado de un condicionamiento común (la idea de David Hume, 1994a), lo entendía en calidad de espíritu vital o principio animador[7].
Herder murió antes de que el imperialismo napoleónico alcanzara su culmen. Sus argumentos antifranceses y antiilustrados hallaron eco en sectores de las elites alemanas. Fue en unas conferencias pronunciadas por Fichte en 1807 en la ciudad de Berlín, a la sazón ocupada por los franceses, cuando este realizó una adaptación asombrosa de sus ideas a la nueva situación política; en sus Discursos a la nación alemana afirma Fichte que los alemanes son la única nación teutónica que ha conservado su auténtica lengua original. Existe un acalorado debate sobre si la nación de Fichte es de carácter étnico, cultural-lingüístico o cívico, pero, al margen de esa cuestión, el interés de Fichte por el grupo natural, prepolítico, llevó al principio de nacionalidad a una conclusión clara y extrema. El problema era que la nación había olvidado su auténtico yo (de ahí que no pudieran resistir a la conquista francesa), pero la situación se podía arreglar por medio de la educación y la creación de una identidad colectiva basada en la lengua común. Más tarde, otros intelectuales, como Jahn y Arndt, quisieron СКАЧАТЬ