3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas. Adela Zamudio
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Название: 3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas

Автор: Adela Zamudio

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: 3 Libros para Conocer

isbn: 9783985944521

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СКАЧАТЬ a cuidarte algunas veces, y que murió en París ¿te acuerdas? víctima de las inclemencias del invierno…

      Con los ojos muy fijos en las luces crecientes de Macuto, evocaba ahora con dificultad la fisonomía fina y alargada de tío Pancho, el hermano mayor de Papá, quien había ido hasta el vapor a despedirnos y me había contado que la caldera era un infierno en donde los maquinistas, que eran unos demonios, metían a los niños desobedientes que se subían a las barandillas de cubierta… Recordaba cómo luego me había besado muchas veces, y cómo, por fin, sin decir nada había vuelto a ponerme en el suelo, y me había regalado un paquete de bombones, y una caja de cartón en donde dormía una muñeca rubia vestida de azul… De todo esto hacía ya doce años… ¡ah!… ¡doce años!… De los tres viajeros de aquella mañana regresaba yo sola… ¿Estaría allí al día siguiente tío Pancho para recibirme?… Tal vez no. Sin embargo, mi llegada se había avisado ya por cable y alguien me esperaría sin duda… ¿pero quién?… ¿quién sería?

      Macuto volvió a esconderse como había aparecido tras un brusco recodo de la costa y a poco el vapor comenzó a detenerse lentamente frente a la bahía que forma el puerto de La Guaira. Antes de echar el ancla, cabeceó unos minutos, se detuvo indolente y cobijado por la inmensidad de las montañas consteladas de luces, en el ambiente tibio parecía descansar por fin de su correr incesante.

      Como te decía, Cristina, en las llegadas hay siempre un misterio triste. Cuando un vapor se detiene, después de haber caminado mucho, parece que con él se detuvieran también todos nuestros ensueños y que callasen todos nuestros ideales. El suave deslizarse de algo que nos conduce es muy propicio a la fecundidad del espíritu. ¿Por qué?… ¿será tal vez que el alma al sentirse correr sin que los pies se muevan sueña quizás en que se va volando muy lejos de la tierra desligada por completo de toda materia?… No sé; pero recuerdo muy bien que aquella noche, detenido ya el vapor frente a La Guaira, me dormí prisionera y triste como si en el espíritu me hubiesen cortado una cosecha de alas.

      Me desperté al día siguiente cuando el vapor arrancaba a andar para atracar en el muelle. La alegría de la mañana parecía entrar a raudales dentro de un rayito de sol, que se quebraba en el cristal del ventanillo e inundaba de reflejos todo mi camarote. No bien abrí los ojos lo miré un instante y como si al deslumbrarme las pupilas, hubiese desvanecido también en mi alma todas las melancolías de la víspera, alegre, con la alegría solar de la mañana y con la curiosidad de los paisajes nuevos, corrí a asomarme al ojo del ventanillo. Al lento caminar del vapor el panorama se deslizaba por él muy suavemente. Había oído ponderar muchas veces la fealdad del pueblo de La Guaira. Dada esta predisposición, su vista me sorprendió agradablemente aquella mañana, como sorprende la sonrisa en un rostro que creíamos desconocido y que resulta ser el de un amigo de la infancia. Ante mis ojos, Cristina, justo a orillas del mar se alzaba bruscamente una gran montaña amarilla y estéril, pero florecida de casitas de todos los colores, que parecían trepar y escalonarse por los ribazos y las rocas con la audacia pastoril de un rebaño de cabras. La vegetación surgía a veces como un capricho entre aquellas casitas que sabían colgarse tan atrevidamente sobre los barrancos y que tenían la ingenuidad y la inverosímil apariencia de aquellas otras cabañitas de cartón con que sembraban las Madres por Navidad el nacimiento del Colegio. Su vista despertó en mi alma el inocente regocijo de los villancicos que anunciaban todos los años la alegría sonora de las vacaciones pascuales. Pensé con gran placer en que ahora también iba a abandonar la monotonía de a bordo por la fresca sombra de los árboles y por el libre corretear sobre la tierra firme. Sentí de pronto la curiosidad inmensa y feliz de aquel a quien esperan grandes sorpresas, y mientras que del lado de afuera, entre chirriar de grúas y de poleas se iniciaba el trabajo bullicioso del desembarque, yo, dentro de mi camarote, ávida de estar también sobre cubierta comencé a arreglarme y a vestirme febrilmente.

      Recuerdo que acababa de poner en orden todos mis objetos y que estaba cogiendo el sombrero, cuando oí la voz de la señora Ramírez, que decía con sus indolentes y musicales inflexiones de criolla:

      —¡Por aquí, por aquí! ¡ya debe estar vestida! ¡María Eugenia! ¡María Eugenia! ¡tu tío!

      Al oír estas mágicas palabras me precipité fuera del camarote, y en el estrecho corredor de salida pude ver, cómo de espaldas a la luz avanzaba también hacia mí la figura alta y algo encorvada de un señor vestido de dril blanco. Al mirarle venir, me sacudió otra vez la emoción intensa de la víspera, pensé en papá, sentí renacer de pronto toda mi primera infancia, y emocionada, llorosa, corrí hacia el que venía, tendiéndole los brazos y llamándole en un grito de alegría:

      —¡Ah! ¡tío Pancho! ¡tío Panchito!

      El me estrechó afectuosamente contra su pechera blanca mientras contestaba gangoso y lento:

      —No soy Pancho. Soy Eduardo, tu tío Eduardo, ¿no te acuerdas de mí?

      Y tomándome suavemente del brazo me condujo fuera del corredor hacia la claridad de cubierta.

      Mi emoción del principio se había disipado bruscamente al darme cuenta de aquel desagradable quid pro quo. La impresión producida por la figura de mi tío, vista a la clara luz del sol, acabó de disgustarme por completo. Aquella impresión, Cristina, hablándote con entera franqueza, era la más desastrosa que pudo jamás producir persona alguna ante los ojos de otra.

      En primer lugar te diré que la fisonomía de mi tío y tutor Eduardo Aguirre, me era absolutamente desconocida. En los tiempos de mi infancia este hermano de Mamá acostumbraba vivir con su familia en un lugar algo alejado de Caracas, y si alguna vez le vi, no logró impresionarme, pues que jamás catalogué su fisonomía entre aquella lejana colección de rostros que había conservado siempre en mi memoria, aunque confusos y borrosos, algo así, como retratos que han sido expuestos mucho tiempo al resol.

      No obstante, sin conocer a tío Eduardo de vista, le conocía muchísimo por referencias; eso sí, papá le nombraba con frecuencia. Todos los meses llegaban cartas de tío Eduardo. Aún me parece ver a papá cuando las recibía. Antes de abrirlas, volvía y revolvía el sobre entre sus manos, con aquel gesto elegante y displicente que solían tener las puntas afiladas de sus dedos largos. Dichas cartas debían preocuparle siempre, porque después de leerlas se quedaba largo rato sin hablar y estaba mustio y pensativo. A veces mientras se decidía a rasgar el sobre, me veía, y como si quisiera desahogarse en una semi-confidencia musitaba quedo:

      —¡Del imbécil de Eduardo!

      Otras veces, tiraba la carta sin abrir sobre una mesa como se tiran las barajas cuando se ha perdido un turno, y entonces, por variar sin duda de vocabulario, expresando no obstante la misma idea se hacía a sí mismo esta pregunta:

      —¿Qué me dirá hoy el mentecato de Eduardo?

      Siempre había atribuido a contrariedades de dinero aquella preocupación que dejaba en papá la lectura de las cartas, y a la misma causa atribuía también sus calificativos a tío Eduardo que era el administrador de sus bienes. Sin embargo, aquella mañana de mi llegada, no bien salí a cubierta y pude a plena luz, echar una ojeada crítica sobre la persona de mi tío, adquirí inmediatamente la certeza de que papá debía tener profunda razón al emitir mensualmente aquellos juicios breves y terminantes.

      Pero como me parece de interés para lo sucesivo el describirte en detalles a tío Eduardo, es decir, a este tío Eduardo de mi primera impresión, voy a esbozártelo brevemente tal cual lo vi aquella mañana en la cubierta del Arnús.

      Figúrate que a la corta distancia con que suele dialogarse a bordo, junto a una franja de sol, y un rollo de cuerdas, le tenía frente a mí, apoyado contra una baranda, flaco, cetrino, encorvado, palidísimo, con bigotes lacios y con aspecto de persona enferma y triste. He sabido luego que las fiebres СКАЧАТЬ