3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas. Adela Zamudio
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Название: 3 Libros Para Conocer Escritoras Latinoamericanas

Автор: Adela Zamudio

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: 3 Libros para Conocer

isbn: 9783985944521

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СКАЧАТЬ repite al considerar el pelo negrísimo, y la voz, y las palabras, y el sentido de ellas, y los colores violentos y algo desavenidos, con que suele vestirse. Moralmente María Antonia es irreprochable. Yo lo sé porque Abuelita lo dice con bastante frecuencia a compás, separando imperceptiblemente las sílabas mientras separa al mismo tiempo cinco hilos de su calado: «I’rre’pro’cha’ble». Y la verdad, creo que en eso Abuelita tiene mucha razón. Una prueba palpable de ello es el culto apasionado y ferviente que María Antonia le profesa a la moral. No a la moral suya, lo cual sería horriblemente egoísta, sino a la moral en general, y sobre todo a esa moral delicada y sutil que se expone y peligra a todas horas adheridas a la conducta de las mujeres bonitas. Para observar las oscilaciones y salvar la integridad de esta faz concreta de la moral, María Antonia posee una actividad, un celo, una doble vista y un ardor de misionero, que es verdaderamente admirable. Y he aquí, en síntesis, mi impresión general acerca de María Antonia, su psicología y sus ojos, tal como se me revelaron por primera vez aquella mañana y tal como los he seguido observando desde entonces. Ahora bien, tío Pancho Alonso que es sumamente disparatado suele decir, refiriéndose a estos últimos:

      —«Los ojos de María Antonia están muy bien. Recuerdan mucho un par de botas de charol sin estrenar, y parecen hechos de una materia inflamable, ardiente y peligrosa, algo que oscila entre la dinamita y lo que el vulgo llama “envidia negra”. ¡Ah!, pero eso sí; muy negra, muy limpia, muy brillante: ¡muy bien embetunada!…».

      Por supuesto, Cristina, que yo no acepto esos términos de zapatería al hablar de unos ojos, y te ruego a ti que tampoco los tomes en consideración. Son disparates de tío Pancho, que con su mala lengua todo lo mezcla y lo confunde.

      Cuando mis primos y yo dimos por terminados los mutuos saludos y cumplimientos, fuimos a visitar el vapor. Lo recorrimos varias veces en distintas direcciones y luego de sentirnos ya cansados, acaloradísimos y muy buenos amigos, bajamos todos a tierra. Cuando estábamos aún estacionados a las puertas de la aduana, esperando no sé qué, de golpe, como una exhalación envuelta por una nube de polvo, pasó un automóvil bastante deteriorado y mis primos al mirarle cruzar frente a nosotros gritaron todos a una:

      —¡Es Don Pancho Alonso! ¡Don Pancho! ¡Don Pancho! —Y se pusieron a hacer señas al automóvil que se detuvo y comenzó a andar hacia atrás.

      ¡Por fin aparecía tío Panchito!

      Mientras ellos seguían con sus señas y sus voces, yo corrí a toda prisa en sentido contrario al auto que retrocedía, llegué hasta él, abrí ágilmente la portezuela, y entonces, delgado, canoso, paternal, risueño, afeitado, oloroso a brandy, cariñosísimo, vestido de nuevo, y muy diferente a lo que yo recordaba, junto al automóvil empolvado y viejo, con los brazos y con toda el alma me estrechó un largo rato tío Pancho Alonso.

      Luego que nos hubimos abrazado los dos a nuestra entera satisfacción, y luego que él, alegre y sorprendidísimo de encontrarme tan bonita, me lo dijo con una diversidad de flores que eran un encanto, dado lo muy acertadas y a mi gusto que resultaron todas, se fue a saludar a los demás. Por cierto que mientras se saludaban ocurrió entre ellos un pequeño incidente bastante original, que pobló de consecuencias todo el resto del día.

      Y es que pasa, Cristina, que mis cuatro primos a más de poseer nombres dobles, cosa que los mezcla y los confunde mucho, gozan además por otros respectos de la uniformidad más absoluta. Todos se parecen. No sólo en el físico, sino en la identidad de los puntos de vista, en el sistema de enfocar sus imaginaciones, y en el vocabulario empleado para expresar sus ideas. De ahí que al hablar coincidan siempre unos con otros, tanto en el fondo como en la forma de sus opiniones, pero de un modo tan exacto que si por circunstancias esta coincidencia, en vez de ser simultánea es sucesiva, resulta una especie de letanía absolutamente crispante.

      Ocurrió, pues, que luego de abrazarnos efusivamente, mientras tío Pancho y yo caminábamos juntos el cortísimo espacio que separaba el automóvil de la aduana, mis primos, uno tras otro, nos fueron saliendo al encuentro y cada uno de ellos, antes o después de saludar, hizo más o menos, con ligerísimas modificaciones, la siguiente observación:

      —¡Caramba! Y qué elegante se puso Don Pancho para recibir a la sobrina; ¡vestido de tussor nuevo!…

      Así dijo el primero; dijo el segundo, dijo el tercero; pero al decir el cuarto, tío Pancho, que realmente, según he visto después, se hallaba en aquel momento, y en honor mío, de una inusitada elegancia, ante tan gran insistencia perdió por completo el dominio de sus nervios. Con un movimiento rápido que le es muy peculiar, se puso los dos brazos en jarras sobre la flamante chaqueta de tussor, y como si los demás, precedidos ya solemnemente por tío Eduardo y María Eugenia, estuviesen todos sordos, me interrogó muy serio contemplándome de hito en hito:

      —Dime: ¿tú habías visto nunca un arreo en donde todos los burros pasaran rebuznando al mismo tiempo?

      Yo miré el traje nuevo de tío Pancho, su expresión, sus brazos en jarras, la cara de mis tíos, la de mis primos, y me pareció todo tan cómico que sin decir ni sí ni no, reventé en una sonora carcajada. Al oírme reír uno de los del arreo, protestó al momento muy ofendido:

      —¡Qué poca corriente tiene, Don Pancho!

      María Antonia por su lado le dijo a tío Eduardo con la tragedia de los ojos que daba miedo:

      —¿Tú ves?… ¡Si es que son unas groserías que no se pueden aguantar!…

      Y sin más quedó establecida la discordia.

      No obstante, mis primos, que son poco rencorosos, acabaron por olvidar el agravio. Tío Pancho nos llevó en automóvil a pasear por Macuto y sus alrededores, nos obsequió varias veces con cocktails y aceitunas, nos regaló dulces, y como en entretanto a propósito de cuanto veíamos decía cosas divertidísimas, cuando llegó la hora del almuerzo, entre mis primos y él se había establecido ya un acuerdo.

      Pero no pareció ocurrir lo mismo con María Antonia. Al sentarnos a la mesa, ella tomó al punto la palabra, y con una voz gutural y solemne, que ante el gran público de vasos, platos, jarros, botellas, cuchillos y tenedores del hotel, casi vacío, resultaba muy ciceroniana y muy bien, reprendió severamente a sus hijos por haber tomado cocktails, y habló horrores del alcohol en general deteniéndose muy especialmente en el brandy y el whisky, bebidas que, según he visto después, son por desgracia las dos amigas predilectas de tío Pancho.

      Este discurso anti-alcohólico me habría impresionado vivamente en contra de los cocktails, a no mediar las contestaciones escépticas y un tanto irreverentes que dio tío Pancho mientras se bebía a sorbos un enorme vaso de cerveza con hielo. Sí; Cristina, tío Pancho es insensible al fuego magnético de la elocuencia; lo comprobé aquel día y desde entonces, lo considero completamente inmovilizable. ¡Ah! sí; yo creo firmemente que tío Pancho nunca, jamás, hubiera formado parte de esas falanges gloriosas, orgullo de la humanidad, que encendidas de entusiasmo a través de los siglos, han seguido a Demóstenes, a Pedro el Ermitaño, a San Francisco, a Lutero, a Mirabeau, y a Gabriel d’Annunzio…

      Después de hablar de los cocktails y del alcohol se habló de París, y María Antonia dijo:

      —Me hace el efecto de una gran casa de corrupción que estuviera suelta por las calles. Una mujer honrada y que se estime, no puede andar sola en París ¡porque se ven horrores! ¡horrores!

      Y en señal de horror se llevó la mano derecha sobre los ojos…

      Intrigada y llena de curiosidad, yo me quedé un gran rato con la mirada fija sobre un pedazo de pan evocando uno tras otro, los bulevares de París, a fin de contemplar aquellos horrores con la imaginación, СКАЧАТЬ