Incertidumbre. Hermine Oudinot Lecomte du Noüy
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Название: Incertidumbre

Автор: Hermine Oudinot Lecomte du Noüy

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664142818

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СКАЧАТЬ Teresa. Juan saltó al andén, la contempló durante un instante con pasión y saludando por última vez se perdió entre la multitud.

      Mientras el tren se ponía en movimiento, la señora Aubry murmuró:

      —¡Qué excelente joven es Juan!

      —¡Ciertamente! Y hombre de gran mérito, además, querida esposa.

      —Sí, un excelente amigo, madre. Para mí es como un hermano mayor, más atento que Jaime, pero a veces un poco severo... ¿no es verdad, papá?

      —Es todo un hombre... Alcánzame el diario, hija mía.

      María Teresa le entregó el diario, riéndose del aire de convicción con que el señor Aubry había pronunciado: Es todo un hombre...

      —Evidentemente, es un hombre, no lo dudamos... pero a mí me quieres más, ¿cierto, papá querido?—dijo besando a su padre.

      El recuerdo de Juan estaba ya lejos de ellos. Entretanto, el pobre joven caminaba sin ver la gente que pasaba a su lado, sombrío de desesperación.

      —¡Dios mío!—murmuraba en su interior—¡cómo librarme de la constante, de la abrumante idea que me domina! Mi corazón sufre hasta convertirme en un alucinado. ¡Ella no pensaba en nada al darme por última vez la mano!... ¡Pero yo, yo! ¡Con tal que no haya sentido el estremecimiento de la mía! ¡Si por mis imprudencias fuera a perder su confianza! ¡Ah, no; todo menos eso!

      Y un pesar tan grande lo invadía, ante la sola idea de permanecer tres meses sin verla, que había preferido seguir sufriendo como en el tiempo pasado, a la angustia de la hora presente.

       Índice

      Los Aubry dejaban, pues, a Creteil, en los primeros días de julio, para instalarse en su villa de Pervenches.

      Construida sobre una de las barrancas gredosas que rodean la playa de Etretat en semicírculo pintoresco, este chalet blanco domina el mar, y hacia el otro lado, el jardín, de verdes campos sembrados de flores, desciende en suave pendiente, flanqueando una amplia alameda, hasta la carretera de Bennville.

      Durante la estación de baños, Etretat es una estación encantadora. María Teresa encontraba allí numerosos amigos; además, Diana y Bertrán Gardanne, sus primos, pasaban allí también sus vacaciones. Toda esta brillante juventud llevaba a la casa de campo de los Aubry, una vida alegre y feliz.

      Algunas semanas después de su llegada, reinaba gran animación en el jardín. Jugando el tennis, Bertrán, en un match con el campeón invencible Roberto Milk, se dejaba batir vergonzosamente por la Inglaterra, ante los ojos atentos de su amigo d'Ornay, experto jugador, quien, furioso, le dirigía vivas recriminaciones.

      María Teresa, Diana, Mabel d'Ornay, Alicia y Juana de Blandieres, conversaban en la terraza, reclinadas en rocking-chairs.

      —¿No ha hecho usted prevenir a Max Platel que hoy nos reuníamos aquí, por la tarde, María Teresa?—preguntó con aire ansioso la linda Mabel d'Ornay.

      —Tranquilícese usted, Mabel—se apresuró a contestar la burlona Diana;—ha sido prevenido por orden mía. ¡Qué extraña idea tiene usted de nuestra manera de comprender los deberes para con los huéspedes, para suponer que María Teresa y yo no trataríamos de procurar a nuestras amigas el mayor placer posible! Y como Max Platel constituye el atractivo de la playa, por el momento a lo menos, sería preciso ser muy ignorante o muy culpable para no servirlo con el té, los muffins y los bombones a la violeta.

      —¿Por qué esa correlación?—preguntó Alicia de Blandieres.—¿Acaso Max Platel es un literato a la violeta?

      —¿Max Platel?... es un amigo excelente—interrumpió María Teresa.

      —¡Oh!—exclamó Diana—¡para mi prima todas las personas que recibe son sagradas, no es permitido tocarlas, ni aun con rosas sin espinas! Pero se puede ser un amigo excelente y hacer mala literatura: son cosas que no tienen nada de incompatible.

      —¿Encuentras que es malo lo que escribe? ¡Pues no se creería, porque no le escatimas las felicitaciones!

      —Además—dijo la señora d'Ornay, joven casada hacía pocos meses,—me imagino que usted no ha leído todo lo de Platel: escribe poco para las señoritas.

      —Diana no habla sino por lo que se dice—respondió María Teresa;—sus críticas se refieren a los juicios de los inteligentes y en tales asuntos las opiniones son diversas.

      —Pues no es así—interrumpió con viveza Diana,—yo tengo mi opinión personal; he leído, de Platel, El Valle de los Lirios y La Aventura de la señora Tarbes.

      —Entonces, si lo has leído, no has comprendido, y viene a ser lo mismo que yo te decía. En cuanto a mí, soy de la opinión de los que, sin haberlo leído, encuentran que tiene talento.

      Diana estaba mortificada, pero Mabel d'Ornay triunfaba. Desde el principio de la estación, Max Platel se mostraba muy solícito con ella; la joven estaba envanecida, pues el novelista a un exterior atrayente reunía una reputación lisonjera, y la circunstancia de que se le reconociera talento, aumentaba el mérito de sus atenciones.

      —Y nuestro amigo Huberto Martholl ¿cómo es que no se encuentra ya aquí?—preguntó Diana.—Generalmente, cuando nos reunimos él es el primero en llegar.

      —¡Ah, sí!—dijo con animación Juana de Blandieres,—tengo muchos deseos de verlo, a ese Huberto Martholl de quien ustedes hablan tanto!

      —¿Cómo no conoce usted al hermoso Martholl?

      —Estamos aquí desde hace dos días solamente, y hoy es la primera vez que salimos. Hemos traído tanto equipaje que no podíamos encontrar nada de lo que necesitábamos, y nos era imposible dejarnos ver en el Casino en traje de viaje.

      —¡Naturalmente el exceso de baúles es un estorbo!—repuso Diana.—Si usted no hubiera traído más que uno, encontraba en seguida el vestido que necesitaba. Hubiera ido al Casino esa misma noche, Martholl le hubiera sido presentado, habría usted bailado con él, y hoy sería para usted una relación antigua, mientras que ahora ¿rescatará el tiempo perdido?

      —¡Bah! ¡no creo que sea tan grande el perjuicio!

      —¿Es usted, Mabel, quien tuvo la buena idea de traerlo por aquí?—preguntó Juana de Blandieres.

      —Sí, ha venido a vernos.

      —¿Se quedará mucho tiempo?

      —Creo que unos quince días.

      —¡Oh! no es mucho; habrá que decidirlo a pasar toda la estación; hay tan pocos flirts interesantes...

      —Ya verá usted qué chic es—dijo Diana.—Pero, ahí viene con Platel: puede empezar a contemplarlo.

      —Hacia el extremo de la larga avenida, dos jóvenes avanzaban. El uno era pequeño y nervioso, hablaba con vivacidad, poniendo toda su persona en movimiento, de aspecto alegre y fino; el otro, alto, frío, СКАЧАТЬ