Incertidumbre. Hermine Oudinot Lecomte du Noüy
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Название: Incertidumbre

Автор: Hermine Oudinot Lecomte du Noüy

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664142818

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СКАЧАТЬ mucho tiempo que ha muerto también; era emplomador y se cayó de un techo cuando trabajaba.

      —¿No tienes parientes?

      —No, nadie.

      —Después que ha muerto tu mamá ¿en dónde vives? ¿quién te da de comer?

      —La portera de la casa, porque me quiere mucho. Dijo ella a su hermano, que es carpintero, que me tomase de aprendiz, y ahora trabajo...

      El señor Aubry, pensativo, no lo escuchaba ya.

      Juan recuerda el miedo que sintió creyendo haber hablado demasiado.

      —Señores—dijo el alcalde dirigiéndose a los miembros de la comisión,—hemos concluido; pueden ustedes retirarse. Voy a ocuparme de este niño.

      Y cuando se quedó solo con Juan, continuó sus interrogaciones.

      —¿Te gusta trabajar de carpintero?

      —¡Uf! ¿si me gusta?... el patrón es muy duro, cuando se emborracha pega fuerte.

      Juan no ha olvidado aún la mirada llena de ternura con que el señor Aubry lo contempló durante largo tiempo, mirada penetrante y buena, que le dio valor.

      —Ven acá, Juan Durand. Puesto que el oficio de carpintero no te gusta ¿quieres que yo sea tu patrón?

      —¿Usted?

      —Sí, yo.

      Juan recuerda que dijo con desenfado:

      —Pero si usted es el señor alcalde, no puede ser mi patrón...

      El señor Aubry se sonreía.

      —Sí, Juan, yo puedo ser tu patrón. Tengo una gran fábrica de cristales, y muchos obreros. Tú ya tienes edad bastante para comprender lo que te voy a decir; escúchame con atención. Yo he sido, como tú, un pobre niño desgraciado. Como tú, yo he tenido hambre, he tenido frío. Como tú, yo encontré un hombre que me socorrió. Me enseñó a trabajar y a tener perseverancia y valor, y ahora soy un hombre rico, considerado. Voy a hacer lo mismo contigo; te enseñaré a trabajar, y si tienes perseverancia y energía también serás rico.

      Así diciendo, lo tomó de la mano y marchó a hablar a la portera protectora del huérfano.

      Un mundo de pensamientos confusos agitaba el cerebro de Juan, estupefacto. En aquella misma hora, se asombraba de su suerte inverosímil, y en su corazón rebosaba la gratitud por los inmensos beneficios recibidos. ¿Y para demostrar su reconocimiento iría a pedir a su bienhechor la mano de su hija? ¡No! sería odioso, grotesco. ¡No, jamás confiará su amor ni al señor Aubry ni a María Teresa! Cualquiera que sea el destino que le reserve el capricho o la fantasía de la que ama, se consagrará a ella, en recompensa de la noble acción de su padre, que educó al hijo del pueblo, al huérfano pobre, con un esmero igual al que dedicó para la educación de su propio hijo.

      Reflexionando de esta manera, recordando el pasado, Juan llegaba ante su pabellón, situado al borde del Marne. Era un pequeño chalet de grandes ventanas y levantados techos de tejas rojizas. María Teresa había sido casi su arquitecto, pues, cuando su construcción fue decidida, exigió que se copiase fielmente cierta casita pintoresca salida de la imaginación fantástica de Kate Greenway.

      La noche huía, el día asomaba. El jardín dormido hasta hacía un momento, en el seno de las tinieblas, empezaba a revivir; por el cielo se extendía la argentina aurora de una finura de tonos exquisitos; los pájaros piaban débilmente, lanzando intermitentes cantos.

      El joven penetró en su casita en busca de un reposo que calmase la agitación de sus pensamientos.

       Índice

      Pablo Aubry de Chanzelles había dicho la verdad cuando se comparó a Juan Durand. La impresión de piedad que sintió al contemplar al niño desgraciado, provenía en gran parte de que, como él, había conocido el abandono, el desprecio, la indiferencia y la miseria.

      Su abuelo, Eugenio Estanislao Aubry de Chanzelles, soldado de Napoleón, al morir gloriosamente entre los hielos del Berezina, había dejado una viuda y ocho hijos. Esta numerosa familia demandó grandes gastos para ser educada y establecida. El padre de Pablo Aubry, último hijo del héroe de la campaña de Rusia, habiéndose casado muy joven con una mujer sin dote, no tardó en verse reducido a los más módicos recursos. Su naturaleza era delicada, y los tormentos de una vida difícil acabaron de arruinar su salud; luchó algunos años contra la mala suerte, pero la muerte lo arrebató pronto. Como todos sus esfuerzos habían fracasado, su familia se encontró, entonces, en una situación vecina a la miseria. Su mujer no le sobrevivió mucho tiempo; Pablo y Matilde quedaban huérfanos.

      Estos niños fueron recogidos por un tío sin fortuna, quien, para mayor desdicha, era un inventor desgraciado que sólo se ocupaba en gastar sus últimos pesos en extravagantes combinaciones químicas. El oro desaparecía rápidamente en las retortas, y, al cabo de muy poco tiempo, se encontró en la miseria, así como sus pupilos.

      Entonces fue cuando Pablo Aubry conoció días dolorosos. Su hermana Matilde pasó a un convento, donde tenían una tía religiosa; pero él tuvo que entrar de aprendiz: lo colocaron en una tipografía. Vivió penosamente, pues el oficio era demasiado duro para un niño poco preparado para el trabajo fuerte. Además, se hallaba en un ambiente hostil, bien diferente del suyo; le hacían pagar caro la blancura de sus manos y sus hábitos de persona bien educada. Cuando, por la noche, volvía a su casa, dolorido de fatiga, se encontraba frente a su tío, enloquecido y brutal, por el mal éxito de sus experiencias. Luego tenía que partir con este triste pariente su pequeño jornal y soportar todo género de recriminaciones.

      Cuando el señor Aubry de Chanzelles recordaba esta época de su vida, en la que, débil y abandonado, no entreveía ninguna esperanza de salvación, sentía aún una viva emoción y se preguntaba cómo había tenido fuerzas para resistir aquellas noches de fiebre y los malos tratamientos.

      Al fin, la dura prueba terminó; un antiguo amigo de la familia de Chanzelles, compadecido de la situación lastimosa en que vegetaban el tío y el sobrino, ofreció a Pablo un puesto bastante ventajoso en la fábrica de cristales de que era propietario en Creteil.

      Pablo aceptó con alegría. Aquel trabajo le gustaba; se entregó a él por completo; teniendo la dicha de encontrar en el señor Bontemps, el amigo de su tío, un director inteligente y bueno.

      Los inventos de su tutor, cuyas retortas ardían siempre, en busca de alguna quimera, habían familiarizado a Pablo con las preparaciones químicas; de manera que en poco tiempo pudo hacerse útil, y se hizo apreciar.

      Acababa de cumplir veintiocho años cuando estalló la guerra de 1870, que hizo sufrir al país la vergüenza de las derrotas.

      El señor Bontemps fue muerto en Gravelotte. A su lado, Pablo combatió valientemente. Pasada la tormenta, se vio que estos horribles acontecimientos, la guerra primero, y luego la Comuna, habían herido mortalmente la fábrica de Creteil. Los hornos estaban apagados, las construcciones se derrumbaban; habían recibido las balas prusianes y las balas francesas.

      La familia Bontemps propuso entonces a Pablo prestarle СКАЧАТЬ